Es un hombre menudo y enjuto, que vive solo en un departamento céntrico poblado de medallas, fotos y obras de arte.
Aliberto Rodrigáñez Riccheri es amante de la ópera y violinista. Pero se retiró del Ejército con el grado de coronel, y no recuerda haber querido ser otra cosa que militar.
Seguramente, lo lleva en los genes. Es chozno de Alfonso Rodrigáñez, vecino del convento de San Carlos, donó víveres y caballos José de San Martín antes del bautismo de fuego del regimiento de Granaderos, en el combate de San Lorenzo. Uno de los animales era el célebre bayo que murió en la batalla mientras lo montaba el general, cuya pierna quedó aprisionada bajo su cuerpo.
Su tío abuelo fue el teniente general Pablo Riccheri, ministro de Guerra y refundador del Regimiento de Granaderos a Caballo.
De su paso por el Liceo Militar conserva sabrosas anécdotas y amistades firmes.
Cuando egresó como subteniente del Colegio Militar y cobró su primer sueldo, tuvo una sensación extraña: "No se me ocurrió que podía cobrar por algo que amaba hacer", dice.
Paradojas de la vida, cuando lo enviaron al Regimiento de Tandil conoció al entonces coronel Juan Carlos Onganía. Era un oficial parco y de apariencia severa. Pero tenía tres hijas casaderas, lo que motivó que Rodrigáñez Riccheri se hiciera amigo de las chicas y frecuentaba incluso a su esposa.
No sospechaba en absoluto que el destino los volvería a cruzar de una manera poco agradable cuando el entonces teniente general sucedió por la fuerza al presidente Arturo Illia.
"UN HOMBRE SENCILLO"
Rodrigáñez Riccheri pasó más de un año en la Antártida de donde conserva una extraña foto, rapado y con barba y a su regreso fue destinado al Regimiento de Granaderos lugar muy apreciado por los que como el, pertenecían al arma de Caballería. "Fue un cambio tremendo, de la vida en la base antártica al protocolo de los Granaderos", asegura.
Como oficial jefe de un escuadrón, con 31 años, rotaba entre la Casa Rosada, la quinta de Olivos y el regimiento.
El contacto diario con el presidente Arturo Illia le había generado respeto. En su familia había radicales, y además, ese médico cordobés reservado y sencillo le despertaba simpatía.
Illia tenía hábitos muy frugales y acostumbraba invitarlo a cenar una ración pobre.
"No hablaba mucho, pero cuando lo hacía, no le gustaba que lo interrumpieran, le gustaba llevar él el tema. Era muy agradable. Tenía a su hermano, el profesor Ricardo Illia como secretario privado, y con el yo tenía también buena relación", recuerda el ex granadero.
Illia tenia hábitos muy frugales y acostumbraba invitarlo a cenar si lo veía caminar solo por los pasillos.
Una noche, cuando el jefe de la guardia ya había dado cuenta de una "comida pantagruélica" que le enviaban de un hotel cercano, le dijeron que lo esperaba el presidente. Dejó sus habitaciones, que estaban al oeste del patio de las Palmeras, sobre la Plaza de Mayo. Sentado a la mesa, tuvo que comer con gran esfuerzo nuevamente, esta vez una ración pobre y desabrida.
La mujer de Illia, que solía ir muy pocas veces a la casa de Gobierno, estaba enferma por ese entonces."Era tan amable y simple como su marido. Yo la veía en la residencia de Olivos. Sabía que tenía problemas de salud, pero no cuán graves eran. Según supe, Illia la había enviado a hacer un tratamiento a los Estados Unidos, pero de todos modos falleció muy joven", relata.