En una época no tan lejana —aunque para muchos ya parezca parte de la prehistoria tecnológica— el teléfono fijo era un objeto cotidiano. Sin embargo, hoy no todos saben cómo funciona, cómo luce o qué lugar ocupaba en la vida social. Mucho menos conocen qué fue el fonobar, una experiencia que combinaba juego, anonimato y encuentros inesperados. Ahora, ese clásico de los años 90 vuelve, pensado tanto para los nostálgicos como para los curiosos de lo analógico.
La dinámica del fonobar tuvo su auge a principios de la década del 90. Con el paso del tiempo, quedó relegada por la irrupción de nuevas tecnologías, los teléfonos celulares y, más tarde, los servicios de mensajería instantánea. Hoy, más de 30 años después, reaparece como una opción diferente, integrada a un bar de juegos que propone volver a interactuar sin pantallas.
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“Es la vuelta de lo viejo, de lo analógico, en contraste con lo que es vital hoy en día, que es todo táctil”, explicó Esteban Ferraro, encargado del bar Jobs, donde la propuesta volvió a cobrar vida.

Originalmente, la idea se popularizó bajo el nombre de “Entell Fono Bar”, un pub emblemático de los años 90 que invitaba a los clientes a comunicarse con otras mesas simplemente marcando un número desde un teléfono fijo. No era una rareza exclusiva de Buenos Aires: el formato también fue furor en ciudades como Rosario, donde se convirtió en un punto de encuentro para jóvenes que buscaban divertirse y conocer gente.
La mecánica era simple y, justamente por eso, irresistible. Cada mesa tenía asignado un número. Bastaba con levantar el tubo, marcar el número de otra mesa y esperar a que el teléfono sonara del otro lado. La conversación comenzaba sin saber quién estaba atendiendo. Ese era el principal atractivo: el anonimato, la intriga, la posibilidad de imaginar al otro antes de verlo.
Las llamadas podían tener distintos fines. Algunos lo usaban como un juego entre amigos, para hacer bromas anónimas o desafiar a otros grupos del bar. Otros, en cambio, llamaban porque había algún interés más personal, una curiosidad que iba más allá del chiste.
“Yo recuerdo que hacíamos estrategias dividiéndolo por zonas. Atacábamos primero una parte y después, si no funcionaba la broma, íbamos a la otra. También me acuerdo de que, si uno no venía bien en el chamuyo, le enchufábamos el teléfono a otro para que la siguiera”, recordó Christian Steinberg sobre sus visitas al fono bar en San Miguel, Buenos Aires.

Para muchos, el fono bar era una forma de chamuyar distinta, sin fotos, sin perfiles y sin algoritmos. Se hablaba primero, se generaba expectativa desde el anonimato y, si se accedía, se organizaba el encuentro indicando el número de mesa. Así, la llamada telefónica funcionaba como un puente hacia el cara a cara, cargado de nervios y curiosidad.
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“Sentíamos que la gente necesitaba recuperar ese juego de interactuar con otras personas: relacionarse, comunicarse y conocerse de otra manera”, señaló Ferraro, al explicar por qué decidieron relanzar la propuesta.
Además, el teléfono fijo se convirtió en una novedad inesperada para los más jóvenes. Para muchos adolescentes, levantar un tubo, marcar un número y esperar el tono es una experiencia completamente desconocida. No todos saben cómo es ni lo han usado alguna vez. La vuelta del fonobar apunta, justamente, a mezclar generaciones y a cruzar distintas formas de comunicación.

Hoy, la experiencia funciona en Jobs Bar, ubicado en Juana Azurduy 2453, en la Ciudad de Buenos Aires. Se trata de un bar de juegos que propone salir de la virtualidad a través de experiencias analógicas. El lugar cuenta con 33 mesas de fonobar, bowling, pool y una amplia variedad de juegos de mesa, disponibles sin costo en el lugar.
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En tiempos dominados por pantallas, notificaciones y vínculos mediados por algoritmos, el fono bar reaparece como una invitación a frenar. A levantar el tubo, escuchar una voz desconocida y animarse al contacto humano. Un juego simple que apela a la curiosidad, al anonimato y, en algunos casos, al encuentro cara a cara, recuperando la magia de cuando hablar con un desconocido todavía podía ser una pequeña aventura.


