Durante casi cuatro siglos a la Virgen de Luján la veneraron desde Belgrano y San Martín hasta el Papa Francisco y San Juan Pablo II. Integrada a la cultura popular, millones de argentinos le encomiendan su salud, seguridad y felicidad. Este sábado vuelve a realizarse la tradicional Peregrinación Juvenil a Pie a su santuario.
A simple vista no es más que la imagen de terracota, de escasos 38 centímetros de altura, de una mujer morena cubierta por un vestido celeste y blanco ornado con filigranas doradas y plateadas, que está posada sobre una media luna que flota entre nubes. Pero ejerce en la Argentina un poder espiritual inmenso, que no tiene parangón y vence al tiempo. Luce un semblante modesto y grave, y al mismo tiempo risueño, pero la imponente corona de oro con 365 piedras preciosas que ciñe su cabeza es la señal de su grandeza y dignidad.
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Durante cerca de cuatro siglos se rindieron a su influjo y la veneraron a sus pies, desde algunos de los más sublimes próceres de nuestra historia como los generales José de San Martín y Manuel Belgrano, hasta millones de argentinos convencidos de que ella siempre veló sin desmayo por el bienestar del país; vigiló la desesperación y la esperanza, las penas y las alegrías de sus habitantes, y los salvó de mayores calamidades y sufrimientos.
San Juan Pablo II se arrodilló ante ella y le obsequió, cuando era Papa la Rosa de Oro, una de las más altas distinciones que otorga el Vaticano. Fue cuando acudió a su basílica el 11 de junio de 1982 para implorarle que intercediera por la paz en el conflicto bélico de las Malvinas, después de visitar Gran Bretaña a comienzos de ese mes. Tres días después cesaron las hostilidades en las islas, y no hubo más muertos en la contienda.

A principios del siglo XX la imagen fue bañada en plata porque la arcilla cocida en la que fue elaborada se estaba deteriorando. También fue ataviada con un vestido celeste y blanco que se cambia todos los años.
La Virgen de Luján fue proclamada patrona de la Argentina por bula del papa Pio XI en octubre de 1930, trescientos años después de que, según la tradición cristiana se empecinó en quedarse en medio del campo, a la vera del río Luján, originando el mayor fenómeno religioso de la Argentina. Al efecto, describe la creencia, inmovilizó milagrosamente la carreta tirada por bueyes que la transportaba, y permitió que reanudara la marcha recién después de que los arrieros descargaran del vehículo la caja que la contenía.
El Negro Manuel y la Virgen Gaucha
Los historiadores católicos sostienen que hubo un testigo ocular del milagro ocurrido el 8 de mayo de 1630 que luego se encargó de propagarlo: Manuel, un joven que llegó como parte de un lote de esclavos africanos en el barco que trajo la imagen desde Brasil, y se convertiría en el primero y más fiel de los servidores de la Virgen.
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La historia escrita por la fe indica que Antonio Faría de Sá, un hacendado de Córdoba del Tucumán había pedido a un amigo, el marino Juan Andrea, que le trajera desde Brasil una imagen de la Inmaculada Concepción de María, para instalarla en una capilla en su estancia de la localidad de Sumampa (hoy parte de Santiago del Estero). Andrea trajo no una, sino dos imágenes: la solicitada y otra de la Madre de Dios con el Niño Jesús dormido en sus brazos, en sendos embalajes.
El sagrado cargamento fue colocado en una carreta integrante de una tropa, para seguir por tierra hasta su destino. Los arrieros se detuvieron en la estancia de Rosendo Trigueros, a la vera del Río Luján para descansar. Cuando al día siguiente quisieron reanudar la marcha, fue imposible. Los bueyes se empacaron. Manuel, que integraba la caravana porque había sido comprado por el marino Andrea, sugirió que se bajara el cajón que contenía una de las imágenes, pero el vehículo seguía clavado en su lugar.

Entonces indicó que se trocaran los cajones. Se descargó uno y se subió el otro, y enseguida al tirar los bueyes de la carreta, ésta se movió sin dificultad y siguió du camino con la Virgen y el Niño dormido en sus brazos. Cuando abrieron el envase que quedó en tierra, apareció la imagen de la Inmaculada Concepción. Entonces se persuadieron de que la Virgen no quería irse de ese lugar, lo interpretaron como un designio divino.
En 1763 se construyó el primer santuario. La Virgen fue bendecida personalmente por el papa León XIII el 30 de septiembre de 1886, y el 8 de mayo de 1887 recibió la Coronación Pontificia. El grandioso santuario actual se construyó entre 1887 y 1935. En 1930 el papa Pio XI la consagró basílica menor.
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La de Luján es la más convocante de las advocaciones de la Virgen María. Se incorporó como ninguna otra a la cultura popular (más allá de las creencias religiosas), y se tornó familiar y amigable para los argentinos, que la adoptaron como su “virgencita” preferida. Su imagen proliferó en todos los ámbitos.
También en las Malvinas
La historia de esta advocación de María está íntimamente relacionada con la de la Argentina, desde las invasiones inglesas hasta la guerra de las Malvinas. El himno a la Virgen de Luján que tiene letra de Gino Cernani, enuncia que “esta Patria nació de Ti, Madre querida: en Luján la alumbraste amparando la vida”.

Alude a su protagonismo espiritual en acontecimientos decisivos de la nacionalidad, y al amparo que buscaron en ella durante la etapa de la emancipación, además de San Martín y Belgrano, figuras como Cornelio Saavedra, Domingo French, Juan Ramón Balcarce y Manuel Dorrego, entre otras.
La imagen de la Virgen de Luján acompañó también a los soldados argentinos en la guerra de las Malvinas. Fue paseada por las trincheras, y antes de la rendición, el capellán Vicente Torres la resguardó en la iglesia Santa María de Puerto Argentino. Pero 37 años después los ex combatientes se enteraron de que había aparecido en un templo de la ciudad inglesa de Aldershot, a 60 kilómetros de Londres.
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Con la mediación del papa Francisco, los británicos accedieron a restituirla a la Argentina, a cambio de otra imagen de la Virgen de Luján. La original llegó de regreso a la Argentina el 4 de noviembre de 2019, y fue recibida en el aeropuerto de Ezeiza por un grupo de emocionados ex combatientes.
La masiva manifestación de devoción mariana se mide en términos de siglos de reinado espiritual, de millones de fieles, y de miles de kilómetros recorridos por sus devotos, que desde 1975 realizan la ya tradicional peregrinación juvenil a pie al santuario, que origina el mayor movimiento religioso de masas del país el primer fin de semana de cada octubre.

En ocasiones el número de peregrinos superó el millón, cifra que casi se duplicó en 2013, año en que Jorge Bergoglio fue consagrado Sumo Pontífice.
La primera peregrinación a pie a Luján se realizó el 29 de octubre de 1893, hace 128 años. Marcharon en la ocasión 400 fieles convocados por el Círculo Católico de Obreros.
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En cuanto a la Peregrinación Juvenil a Pie a Luján, se inauguró el 25 de octubre de 1975 con la participación de alrededor de 30 mil fieles. Aquella marcha inicial estuvo encabezada -como hasta la actualidad- por la imagen “cabecera” de la Virgen de Luján ornamentada con banderas latinoamericanas y flores. Desde entonces no dejó de crecer, hasta convertirse en la manifestación de fe más grande del país.
Esa primera movilización fue improvisada, al punto que los participantes debían utilizar los baños de las estaciones de servicio o aprovechar la generosa hospitalidad de los vecinos que los acogían. Pero ya desde hace tiempo eso cambió, y se despliegan miles de servidores voluntarios y personal de la Cruz Roja para la atención sanitaria y de otras necesidades de los caminantes.
Hasta el año que viene
El animado, atlético dinamismo de los participantes en la ida jubilosa de la marcha de 60 kilómetros desde el punto de partida en el santuario de San Cayetano hasta Luján, contrasta con el aspecto que muchos presentan cuando se retiran del templo dieciocho horas después, tras dejar su ruego y agradecimiento ante la imagen adorada. El espíritu sale reconfortado, consolado pero los físicos maltrechos no pueden disimular las consecuencias del esfuerzo y el sacrificio ofrendado a la Virgen.

Pero si se les pregunta a cada uno si el recuerdo del sufrimiento los disuadirá de la costumbre de peregrinar hacia la Virgen, responderán con entusiasmo que, al contrario, ya están aguardando impacientes que se cumpla el año para emprender nuevamente la caminata ritual. El abrazo de la fe con la Virgen de Luján no sabe de renunciamientos ni desmayos.