La sorprendente longevidad de María Branyas Morera, quien murió a los 117 años, fue objeto de un estudio realizado por investigadores del Instituto Josep Carreras de Leucemia y la Universidad de Barcelona, dirigido por el genetista Manel Esteller.
El trabajo, publicado en septiembre de 2025 en la revista Cell Reports Medicine, reveló que su edad biológica estaba entre 10 y 15 años por debajo. Según ese análisis, María no mostraba enfermedades crónicas graves ni signos típicos de deterioro asociado a la edad.
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Los científicos decidieron enfocarse en Branyas Morera porque su vida desafiaba los patrones conocidos del envejecimiento. Alcanzó los 117 años con una lucidez y una salud poco comunes en su edad, lo que ofrecía la oportunidad de estudiar en detalle qué la hacía distinta al resto de los supercentenarios.
En este contexto, el objetivo del equipo fue identificar qué combinación de genética y estilo de vida podía explicar esa resistencia. Nacida en Estados Unidos y radicada en Cataluña desde la infancia, mantuvo rutinas simples: alimentación equilibrada, ausencia de tabaco y alcohol y un estrecho vínculo social y familiar que la acompañó hasta el final.
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¿Qué reveló el estudio?
A pesar de que María presentaba telómeros extremadamente cortos —un marcador propio del envejecimiento—, no mostraba rastros de enfermedades degenerativas, mantenía un buen equilibrio en el metabolismo del colesterol y las grasas y conservaba sus facultades cognitivas en buen estado.
En palabras simples, no sufría las enfermedades típicas de la vejez y todavía mantenía la mente lúcida y un buen funcionamiento del organismo.
El propio Esteller explicó la singularidad del hallazgo: “La regla común es que a medida que envejecemos nos enfermamos, pero ella fue una excepción y queríamos entender por qué”.
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¿Cuál era el secreto de Morera para una vejez saludable y feliz?

La investigación reveló que sus hábitos de vida pudieron haber potenciado la longevidad. Consumía a diario yogures probióticos de una marca catalana, ricos en bacterias que ayudan a reducir la inflamación. Durante años acompañó esa rutina con un curioso batido de ocho cereales.
El estilo de vida de la mujer se completaba con la ausencia de tabaco y alcohol, además de un peso corporal estable. Los investigadores remarcaron también el valor de sus vínculos: Morera mantenía una vida social activa y estaba rodeada de familiares y amigos, un entorno que, según los expertos, puede tener un impacto directo en la salud mental y física de los adultos mayores.
Aunque la genética fue decisiva, el estudio abre la puerta a nuevas líneas de investigación. “Por primera vez hemos podido separar ser viejo de estar enfermo”, afirmó Esteller.