La vida después de una secta: dos testimonios que demuestran que es posible escapar del horror
Informe especial

La vida después de una secta: dos testimonios que demuestran que es posible escapar del horror

Malena fue cooptada por una organización y cuenta cómo hizo para salir. El mismo drama atravesó una familia que perdió durante años a una hija a manos de estos grupos. Por qué muchas causas no logran avanzar en la Justicia.

Se aferró al poste que sostenía el timbre y se entregó a lo inevitable. El impacto del camión con el colectivo fue tan fuerte que, al abrir nuevamente los ojos, Malena se sintió aturdida. Mientras buscaba heridas en su cuerpo, vio sangre, pedazos de vidrio y humo a su alrededor. Escuchó gritos y se desesperó, como el resto de los pasajeros de la línea 32 que no habían perdido el conocimiento.

En esos instantes en que la muerte merodeó en una mañana junto al Riachuelo, una chica de 23 años recibió una señal: la vida podía ser muy efímera y ella, que segundos antes miraba la lluvia como si buscara retratos de belleza y libertad desde la ventana de un transporte público, sintió que la estaba dejando escapar.

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“Agradezco infinitamente haber tenido ese accidente. Fue un cachetazo que me hizo despertar. Ahí reaccioné. Me di cuenta de que no estaba viviendo, y que la secta se estaba quedando con mi vida", cuenta a TN.

“Se estaban quedando con mi vida”
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Malena Fop relató su traumática experiencia en una organización coercitiva

Después de aquel 4 de julio de 2016 -su segunda fecha de nacimiento, dice-, Malena estuvo tres días internada por una lesión en el cuello que le demandó dos meses de recuperación. Pero lo que realmente la marcó fue “el impacto emocional, el ‘Malena, despertate’. Me cayeron todas las fichas juntas y de ahí en más mi vida, como la vivía hasta entonces, fue en declive”, subraya.

“Reunía todas las características para terminar presa de una organización así”

Malena Fop entró en una crisis terminal con la figura que guiaba su existencia, y que tenía forma de templo, de búsqueda espiritual, de tránsito hacia un ser superior, de ruta hacia la felicidad eterna.

“Una secta me captó a mis 19 años y me tuvo sometida durante más de cinco años”, presenta, y sigue: “Ingresé en esta organización coercitiva en el año 2012, de la mano de quién era mi pareja en ese momento y con quien, obviamente, tenía una relación tóxica y violenta. Los líderes de la organización eran su madre y el marido de su madre. Ellos tenían poder económico e influencias en la Justicia, e iniciaron un proceso de coerción sobre mí”.

Cómo es el mecanismo que utiliza una secta para captar y controlar a sus víctimas. (Infografía: Sebastián Neduchal / TN)
Cómo es el mecanismo que utiliza una secta para captar y controlar a sus víctimas. (Infografía: Sebastián Neduchal / TN)

Hoy, con 33 años y a la distancia, Malena dice haber sido esclava y afirma ser una sobreviviente. Y enumera la existencia de una serie de condiciones que precipitaron su ingreso al grupo: “Yo venía de una familia disfuncional, de mucha violencia, de un contexto difícil con pobreza y carencias. Reunía todas las características para terminar presa de una organización así. Era una piba vulnerable y me enamoré de alguien que se transformó en el nexo con el templo”.

Malena cuenta que a los pocos meses de su ingreso “ya estaba totalmente sometida y anulada”. Afirma haber perdido su identidad, su vida social, su familia. “Trabajaba días completos sin descanso y solamente tenía permitido ir a mi trabajo remunerado. Mis jornadas como esclava del grupo a veces eran de tres a cuatro días sin dormir”, evoca.

“Pasé muchas situaciones de violencia. Desde que me escupan, que me tiren un vaso de cristal en los pies mientras estaba descalza, hasta que me obliguen a arrastrarme por el piso y pedir perdón. Pasé por cosas que hoy me cuesta expresar libremente, como el hecho de que me hayan bañado con sangre de animales, o que mataran animales encima mío y me forzaran a beber la sangre”, recuerda, y profundiza: “También me llenaron de dudas. Me hicieron comprar un auto, me sacaron la plata. Pero lo que más me duele es que se hayan quedado con los últimos años de vida de mi mamá: ella fue la única persona que me dijo ‘salí de ahí. ¿No te das cuenta de que te están esclavizando?’“.

El accidente, en el que el chofer del colectivo y varios pasajeros sufrieron heridas graves, le mostró a Malena la luz al final del túnel. La convalecencia, dice, también aceleró la salida: “Por las lesiones, ya no podía hacer un montón de cosas. A ellos ya no les servía como antes”.

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La jaula invisible

No fue de un día para el otro que Malena abandonó el grupo. En diciembre de 2017, un año y medio después del accidente, tuvo un embarazo anembrionario, que ocurre cuando un óvulo fecundado se implanta en el útero sin que se desarrolle el embrión, lo cual forma un saco gestacional vacío que el cuerpo, por lo general, termina expulsando: “Ahí empecé a sufrir violencia física de quien era mi pareja. Yo estaba tomando una sidra. Y él, que por su fe seguía creyendo que ese bebé iba a llegar pese a que la ciencia ya lo había descartado, me golpeó y me dijo que era una mala madre”.

“En ese momento dije que me iba. Terminé la relación como pude y sentí que no hubo mucha resistencia por parte de mi ex porque yo ya no les servía", menciona Malena, que volvió a formar pareja y tuvo una hija que hoy tiene cinco años. “Los traumas que viví los voy a llevar conmigo para siempre. No sé si en algún momento podré terminar de perdonarme, sobre todo por lo que pasó con mi mamá. Quedé en deuda con ella, además de conmigo misma”, agrega.

En su carta sobre la “tortura psicológica”, el sociólogo estadounidense Albert Biderman enumeró algunos principios que los líderes de los grupos coercitivos suelen emplear para el sometimiento psicológico: aislar a la víctima y privarla de apoyo y vínculos sociales que le darían capacidad de resistencia; eliminar información que pueda contradecir a la autoridad; castigar cualquier acción que implique una rebelión; inducir agotamiento y debilitar la voluntad de resistir, ya sea física o mentalmente; cultivar la ansiedad y el estrés de la víctima y degradarla y exigirle acciones estúpidas y sin sentido para potenciar la sumisión.

Su compatriota y colega Evan Stark comparó el control coercitivo con ser tomado como rehén. “La víctima queda cautiva en un mundo irreal creado por el victimario. Queda atrapada en un mundo de confusión, contradicción y miedo”, reflexionó.

Malena, que prefiere evitar los nombres propios al hablar de su historia, se reconoce en esas conceptualizaciones. Afirma que “nadie entra a una secta sabiendo que está entrando a una”. Y sostiene que estos grupos crean en sus miembros una especie de "jaula invisible", un lugar donde muchas víctimas no se perciben como tales. “Yo me quise ir desde el primer momento, pero siempre volvía. No sé si porque era chica, inocente o qué. Es un poco loco, pero siempre estaba como sumergida en una ilusión. Aunque quería, no podía salir de ahí“.

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La familia que perdió a una hija hace más de 30 años

De todos las causas que tuvieron atención mediática durante los últimos años, el de la Escuela de Yoga Buenos Aires (EYBA) fue el más resonante. El caso cero, el que destapó la trama criminal de la “secta de Villa Crespo”, se remonta al 30 de noviembre de 1993, cuando una joven de 24 años llamada Valeria Llamas denunció a su padrastro, Rodolfo Sommariva, por privación ilegítima de la libertad.

Cuando debió dar explicaciones ante la Justicia, Sommariva denunció que Llamas había sido captada por una secta. Afirmó que su líder le había “lavado el cerebro” y la corrompía sexualmente. Y alegó que encerrar a su hijastra en una habitación fue un intento desesperado por impedir que siguiera asistiendo a los encuentros organizados por el “maestro” Juan Percowicz, líder de la Escuela de Yoga.

La denuncia de Sommariva desencadenó 26 allanamientos y una orden de captura contra cinco de sus directivos -entre ellos Percowicz, que hoy tiene 87 años- por diferentes cargos, algunos similares a los que enfrentan hoy, como la captación de personas bajo la fachada de un centro de yoga con la finalidad de someterlos a explotación sexual y laboral.

“En aquella época hacía poquito que había surgido el caso de la secta Los Niños de Dios (en septiembre de 1993, 268 nenes y nenas fueron rescatados y 30 personas fueron acusadas de abusos y corrupción de menores), que había tenido mucha trascendencia en los medios. Yo era chico e iba a la escuela“, rememora Martín, hermano de Valeria, en conversación con TN. “Mis viejos se fueron enterando de algunas cosas que pasaban en la escuela y tuvieron la certeza de que a mi hermana había que sacarla de ahí”, sitúa.

"Mi hermana nos dijo que se fue porque le prometían bienestar y riqueza eterna"
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En 1993, la familia Sommariva fue la primera denunciante de la Escuela de Yoga. (Video: Videolab / TN)

“La vidriera de la Escuela era el estudio de la filosofía del yoga, pero nada de eso pasaba. Era una fachada. Lo que ocurría, por ejemplo, era que quienes entraban con una pareja tuvieran relaciones sexuales con otros y que su esposo o esposa los viera. También promovían el incesto y un esquema de favores sexuales. Los que estuvieron adentro y pudieron salir, contaron todo esto”, enumera Martín.

“Mi hermana decía que el ‘Maestro’ (Percowicz) era un dios”, agrega, y evoca la noche en que Valeria se fue: “Varias horas antes, cuando ya veníamos teniendo discusiones para alejarla del grupo, ella dijo que quería pensar. Salió a caminar y volvió a las 3 de la mañana con un procedimiento policial: había hecho la denuncia contra mi papá y empezó a llevarse sus cosas, como si estuviese en una mudanza”.

Fue la última vez que la vieron. Desde entonces, Valeria se metió de lleno en la Escuela de Yoga y cortó todos los vínculos afectivos concebidos con anterioridad.

A lo largo de tres décadas, Martín y su papá intentaron forzar encuentros con Valeria. “Una vez que nos encontramos en un bar y me decía que ella se había ido porque mi viejo la violaba y yo colaboraba en esa situación (piensa unos segundos). La miré y le dije ‘Valeria, eso no pasó’. Me terminó diciendo ‘es verdad, no pasó’”, cuenta Martín.

Y sigue: “Siempre fui de la idea de que mi hermana de ahí no salía, o no salía bien. Hasta que este año apareció y dijo que se había alejado de la escuela”.

Martín dice haber sentido el temor de que se replicaran situaciones anteriores en las que Valeria irrumpía nuevamente en la vida familiar, aunque movida por el interés de defender a la Escuela de Yoga en la causa, en lugar de retomar los vínculos de origen. “Una vez vino a casa, entró, habló un rato con nosotros y se volvió a ir. Después nos enteramos de que, en realidad, ella buscaba pruebas para desmentir que el grupo prohibiera la vinculación de sus miembros con sus familiares”, recuerda.

“Por eso, cuando este año Valeria volvió, al principio no le creímos. Aparentemente, su deseo ahora es genuino. Hoy ella te cuenta abiertamente las cosas que pasaban allá adentro, cómo la preparaban para atacar a mi viejo en la Justicia y demás”, amplía, y cierra: “Una de las últimas preguntas que le hice fue por qué se había ido de casa. Me respondió que en la Escuela le prometían bienestar y riqueza eterna”.

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Cuando un ser querido es absorbido por una secta

María Lourdes Molina es psicóloga y experta en ciencias penales. Desde hace 30 años dirige la asociación civil Nuestras Manos, que brinda asesoramiento en situaciones traumáticas. Trabajó con la familia de Valeria Llamas en 1993, cuando los padres de la joven intentaban evitar que fuera captada por la Escuela de Yoga.

“Cuanto más peligrosa es la organización, más difícil es salir”, subraya Molina en conversación con TN. No son muchos los que pudieron evadirse: uno de ellos es Pablo Salum, quien hoy lucha por una “Ley Antisectas” y brinda testimonio de lo que vivió dentro de la Escuela de Yoga.

“Lo recomendable es hablar de grupos coercitivos. La palabra sectas tiene una connotación religiosa y, en realidad, a nosotros no nos importa lo que la gente crea. Lo que me importa a mí como terapeuta es que la persona adhiera a esa creencia de una manera lo más libre y plena posible. Y no es lo que ocurre en muchos de estos casos”, explica.

Cómo viven los miembros de una secta y los grises legales que complican las acciones judiciales. (Infografía: Sebastián Neduchal / TN)
Cómo viven los miembros de una secta y los grises legales que complican las acciones judiciales. (Infografía: Sebastián Neduchal / TN)

En la Argentina existe legislación aplicable para casos que involucren a grupos coercitivos, como el artículo 140 del Código Penal de la Nación, que sanciona la reducción a la servidumbre. A ellos se suman, ocasionalmente, los artículos referidos a los delitos de trata de personas y explotación sexual, entre otros.

Molina advierte que la denominación de estos grupos como sectas, a los ojos de la Justicia, suele ser funcional a la estrategia de los captores en virtud de supuestos ataques a la libertad de culto -figura contemplada en el artículo 14 de la Constitución Nacional-, lo cual provocó que muchas causas se cayeran.

Otro problema -señala la experta- es cuando las víctimas no se reconocen como tales. Aunque es posible avanzar judicialmente si hay pruebas objetivas del sometimiento (como en casos de trata), “jueces y psicólogos no especializados fallan en detectar la coerción cuando una víctima asegura no serlo“.

“Yo no creo en las técnicas de ‘desprogramación’ de las víctimas, que implican coerción, sino que me centro en un ‘asesoramiento en salidas’“, menciona Molina, y profundiza: ”El trabajo debe realizarse con el consentimiento de la persona involucrada. Se debe preparar a la familia o al entorno cercano para acompañar. Buscar que la persona desarrolle pensamiento crítico y autonomía. No centrarse en el contenido de la creencia, sino en el modo en que se impone o manipula. Y saber que la salida puede ser larga y dolorosa".

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Las sectas y la Justicia

En 1995, el líder de la Escuela de Yoga fue detenido y procesado por estafa, corrupción de menores, de mayores y promoción de la prostitución. Al “Maestro” Percowicz se le atribuían contactos en las altas esferas de la política nacional y hasta hubo organismos de derechos humanos de los Estados Unidos que reclamaban por su liberación.

“Los seguidores de Percowicz llegaban a las 7.30 de la mañana al Palacio de Tribunales y se paraban en la puerta de mi despacho. Montaban guardias durante horas, tiraban como unos polvillos cuando uno pasaba. Me recusaban todos los días”, recordó Mariano Bergés, juez de la causa en aquel tiempo, en una entrevista con Clarín.

Una de las líderes de las protestas contra el juez era, precisamente, Valeria Llamas. Una foto de 1994 la muestra en primera fila con una bandera: “Bergés, respondé a las acusaciones que te hace Human Rights Watch”.

Tras el apartamiento del juez en medio de denuncias por presiones y amenazas, el expediente cayó primero en manos de Roberto Murature y, luego, de Julio Corvalán de la Colina. Nunca hubo avances significativos. La Justicia finalmente declaró la falta de mérito para procesar o sobreseer a los imputados por los delitos de estafa, hurto y abuso de mayores por los que fueron investigados.

En 2022, la Escuela de Yoga volvió al centro de la escena. La investigación preliminar que derivó en la nueva causa penal se había iniciado un año antes, luego de que una persona denunciara en la PROTEX (Procuraduría de Trata y Explotación de Personas) a una organización coercitiva que funcionaba en el barrio porteño de Villa Crespo.

La investigación determinó la existencia de una organización que funcionaba al menos desde 2004 y cometía delitos como trata de personas con fines de servidumbre, lavado de activos y asociación ilícita, entre otros.

La causa, a cargo del juez Ariel Lijo, está en trámite de elevación a juicio, según informaron a TN fuentes del expediente: 17 personas son acusadas de asociación ilícita, trata de personas y lavado de activos.

“La acción de las organizaciones coercitivas y de quienes las lideran suelen tener por objetivo alcanzar la reducción a la servidumbre, esclavitud o condición análoga de las víctimas, en los términos de ‘explotación’ exigidos en la redacción del tipo penal y que es lo que habilita la persecución criminal de estos casos”, explica María Alejandra Mángano, cotitular de la PROTEX.

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La fiscal enumera otros delitos comunes en organizaciones de este tipo, que van “desde los posibles abusos sexuales, la obligación de celebrar matrimonios forzosos (también una modalidad de explotación de la trata, según la ley), mediados por situaciones de amenazas y extorsión”.

Según Mángano, “los autores suelen perseguir un beneficio económico claro: hacerse de los bienes que sus seguidores (víctimas) puedan tener e incluso enriquecerse a costa de ellos, sea por un trabajo sin contraprestación, o bajo falsas promesas de dinero a futuro, llegando también a aquellas más de índole espiritual, como prometer una salvación eterna de sus almas. Esto, para la ley argentina, constituye una explotación no permitida”.

Créditos:

Cámaras: Agustina Ribó y Juan Pablo Chaves
Edición de video: Adrián Canda y Facundo Leguizamón
Infografías: Sebastián Neduchal y Damián Mugnolo (TN Videolab)
Edición periodística: Agustina Acciardi