En la previa del Día del Maestro, una historia de vocación y entrega conmovió a todos en Entre Ríos. Diego, un docente entrerriano, recorre varias horas en lancha para dar clases en una escuela flotante ubicada en una zona inhóspita sobre el arroyo Los Gómilos. Allí, entre el silencio del río y la naturaleza aislada, lleva adelante su tarea educativa con apenas tres alumnos.
Cada despedida es un momento especial para su familia. Su hijo Mateo y su pareja Lucrecia lo acompañan hasta Puerto Ruiz, desde donde parte rumbo a la escuela. “Me quedo entre 10 y 15 días allá, después vuelvo. Ya estamos acostumbrados, aunque cada vez que se va es difícil”, cuenta a Telenoche su compañera, que conoce de cerca el sacrificio que implica esa rutina.
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El viaje no es sencillo: entre cinco y seis horas de navegación. Antes, incluso, Diego llegó a remar durante una semana para poder comprobar si había chicos en la zona que necesitaban acceso a la educación. Esa primera experiencia marcó el inicio de un compromiso que ya lleva siete años.
La escuela flotante fue construida en 2009 con estructura metálica. Está equipada con bancos, sillas, cocina, un baño en condiciones y una habitación destinada al docente. Puede albergar a unos 20 alumnos, aunque hoy son solo tres quienes reciben clases: Uma, que va al jardín, Elena, en segundo grado, y Lautaro, en cuarto.

El horario escolar es de 12:30 a 16:30, pero la labor de Diego va mucho más allá del aula. Como docente único, se encarga también de cocinar, limpiar, mantener el edificio y reparar lo que se rompe. “Uno tiene que hacerse cargo de todo lo que sea inherente al edificio”, explica.
Pese a las dificultades, Diego defiende con firmeza la educación pública. “Todos los niños tienen derecho a aprender, independientemente del lugar donde hayan nacido. Por eso, trato siempre de dar clases en zonas aisladas, porque allí es donde más se necesita”, asegura con convicción.
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Las condiciones de aislamiento son extremas: no hay acceso cercano a la salud ni a comercios. La escuela funciona con paneles solares, pero en este momento depende de una batería prestada porque hace más de un año y medio que esperan que lleguen los acumuladores necesarios. Esa energía es clave para cargar las computadoras de los chicos y garantizar la luz dentro del edificio.
Las familias de la zona valoran profundamente la labor del maestro. “Solo podemos agradecerle por el esfuerzo que hace para que nuestros hijos tengan educación. Se esfuerza día a día para que no les falte nada y puedan ser buenas personas el día de mañana”, reconocen.
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Diego no se define como un héroe, aunque muchos lo vean así. “Uno trata de hacer lo mejor posible con los recursos que tiene. El capital humano está, eso es lo importante”, señala con humildad. Para él, su tarea es simplemente una forma de hacer patria en silencio, lejos de las luces de la ciudad.
El caso generó repercusión y hasta un pedido público para que el gobierno provincial atienda las necesidades básicas de la escuela. “No hace falta mucho: un pizarrón nuevo, arreglar el piso y las baterías solares que están pendientes. Lo humano ya está, y eso es lo más importante”, sostiene.