“La vida da vueltas inesperadas”, dice Andrea Casamento intentado de alguna manera explicar cómo de un día para el otro su vida, como la conocía, cambió para siempre.
“A mi hijo lo confunden con un chico que había robado cuatro empanadas en un barcito en Plaza Serrano, lo suben al patrullero y lo meten preso”, recuerda.
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Eso fue en el año 2004, unos días después de que se llevara a cabo una de las marchas que encabezaba Juan Carlos Blumberg, de la que ella participó por el miedo que le producía que alguno de sus hijos fuera víctima de un hecho de inseguridad.
“Cuando lo confunden y lo meten preso, voy al juez a pedirle que lo dejara en libertad y me responde: ‘Señora, yo no quiero salir en los diarios, esto lo va a resolver otro tribunal’”.
El dolor por su hijo preso era solo el principio. También tuvo que enfrentar la cárcel en cada visita: la fila, las requisas, lo invisible para los demás. “La cárcel es un laberinto. Nadie te explica nada”, sostiene.
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En ese sentido, Andrea afirma: “Todo el mundo piensa que sos culpable solo por tener un hijo que tuvo un problema. Y es muy pesado. Ninguna mamá trae un hijo al mundo para hacer daño”.

Una más de las mujeres de la fila
Andrea recuerda cómo fue llegar por primera vez a visitar a su hijo a la cárcel. Destaca que entre tanta desinformación, quienes siempre estuvieron para ayudarla fueron las mujeres de la fila. “Nadie te explica si tenés que ir para la derecha para la izquierda, cómo hay que ir vestida, qué podés llevar, cómo son las visitas. Nadie te explica nada y vos no te animás a contarlo por la mirada de la sociedad“.
En ese sentido, Andrea aclara que además, para hablar de la cárcel hay que conocerla. “Es difícil hablar desde los manuales o desde lo que uno piensa para hablar de la verdad, de lo que pasa ahí adentro. Y una de las cosas que tiene la cárcel es que a veces es difícil comunicarse”.
Un problema de comunicación con su hijo, mientras estaba detenido, la llevó a conocer a otro preso, del que se enamoró y con el que tuvo otro hijo mientras cumplía su condena.

El hijo de Andrea estuvo preso seis meses y pese a que los funcionarios judiciales hablaban de un proceso exitoso por el tiempo en que tardó todo en resolverse, para ella fue eterno. “Podría haber estado más, porque para el juicio había que esperar dos años y a él lo absolvieron”.
Cuando Andrea recuerda cómo fueron esos meses, solo repite: “Estaba desesperada, lo único que pensaba era en sostenerlo vivo. Todos los días pensaba que lo iban a matar o que no se iba a saber defender”.
De la desesperación a encontrar el amor
“Un día en el que mi hijo no me llama por teléfono, yo pensé, honestamente, que ya estaba muerto, que por eso no me llamaba. Le pregunto al abogado, pero todos los trámites judiciales son muy engorrosos. Entonces me dice que había un preso, que conocía bien el sistema, que me iba a llamar y que... bueno, así fue cuando me llama Alejo”.
Aún recuerda el tono con el que se presentó y la urgencia que tenía ella por saber de su hijo. “Le dije: ‘Mire, no sé quién es usted, a mí no me importa, pero por favor dígame dónde está mi hijo. Alguien me tiene que decir si mi hijo está vivo’”.

A las dos horas la llamó su hijo y le dijo que estaba bien, que lo habían sancionado, que le habían dado una frazada y algo a comer. “También fue la primera vez que me dijo: ‘Sacame de acá porque me mato". Era junio, tenía mucho frío. Y así fue como conoció a Alejo.
“Él fue quien lo ubicó, que hizo que me pudiera llamar. Y a partir de ese momento Alejo siempre me llamaba, todos los días. Me fue como guiando, calmando un poco esa angustia que yo tenía”.
Encontrar a alguien que la entendiera
“Tenía amigos, también familia, pero yo sentía que nadie me entendía, que el único que me entendía era él. Y además, no sé por qué, pero me resultaba divertido, me daba cierta calma”, recuerda.
Un día le dijo que la sumara a su lista de visitas porque quería llevarle algo para agradecerle por haberla ayudado con su hijo.
“Cuando llego, en el salón de visita, pensaba: ‘¿cómo lo reconozco?‘. Pero fue fácil porque estaba sentado con mi hijo. No sé qué movimiento había hecho que había logrado que él esté en la visita, porque no juntaban jóvenes con adultos“.
Él le explicó que entendía que lo único que ella quería era ver a su hijo. “Y claro, me lo había regalado un ratito más, y yo me morí de amor ahí. Y bueno, después Juan sale, viene el juicio y él me dice ‘sigan adelante, no vengas más’“.
“Pero de repente me encontré preparando un tupper con milanesas. Y dudé: ‘¿Me subo o no me subo al colectivo?‘ Y me subí. ‘¿Y a dónde voy?‘. Y fui a un matrimonio que ya lleva 20 años".

“Así resumido: Me casé en la cárcel y dudé porque sabía que me metía en un problemón".
Andrea sentía que se metía en un problemón porque tenía 40 años, ya había pasado el problema de su hijo, había quedado absuelto y ella se estaba enamorando de alguien en esas circunstancias.
De todos modos, la mujer aclara que lo que le pasó a ella es que con Alejo ella nunca vio la cárcel. “Lo iba a ver a él, compartía con él. Yo la cárcel la conocí después. O sea, iba, conocí ese salón de visita, conocí la fila, conocía las requisas, ciertas cosas, pero el resto de la cárcel él nunca me la mostró".
“Yo tenía en claro que nunca había matado a nadie. Había tenido problemas de consumo y estaba detenido por robo”.
Un día, después de pasar por un montón de trámites engorrosos para entrar a visitarlo, Andrea le preguntó qué le parecía casarse. “Alejo lo tomó muy en serio, pidió los permisos y unos meses después nos casamos. Después llegó Joaquín, que es el sol de la vida. Hoy tiene 20 ya”.
“Seguramente también alguien se estará preguntando. Qué egoísta traer un hijo al mundo para que al padre lo vea dos veces por semana. Me gustaría aclararles que si hablaran con Joaquín, podría contarles que en cada parte de su vida, su papá estuvo presente”.
“El día que nació Joaquín, mis compañeras de la fila volvieron loca a la partera para que habilitara el celular y de esa forma Alejo pudiera escuchar cuando nacía su hijo. Desde ese día, Alejo llamaba a casa todos los días, le decía que hiciera la tarea, que se fuera a bañar. O yo, le decía que si no hacía las cosas bien, le iba a contar a su papá. Alejo tenía autoridad porque yo se la di”.
La película “La mujer de la fila”, protagonizada por Natalia Oreiro
“Una de las mejores escenas que van a ver es una en donde están las mujeres de la fila, porque en la peli actúan ellas. Hay actrices maravillosas como Natalia Oreiro, como Amparo y la Tigresa, pero también están ellas”.
La manera en la que llega la propuesta para hacer una película de su vida, tiene su origen en una charla Ted y en una entrevista radial con Andy Kusnetzoff.
“Un productor escuchó la nota y me citó para contarme su idea de hacer una película. Yo vuelvo con mis compañeras y les digo: ‘Chicas, acá hay un pibito que dice que quiere hacer una película. ¿Qué le decimos? ¿Qué hago?’. Pensando que iba a venir con el celular y hacer algo como para la facultad".
Fueron pasando los años hasta que prácticamente se había olvidado de la película. Y de repente un día la llamaron para contarle que Benjamín Ávila iba a ser el director y que Natalia Oreiro iba a interpretar su historia.
“Cuando me propusieron contar mi vida en una película, no lo podía creer. Y ahora, 20 años después, sigue siendo increíble. La cárcel me cambió para siempre, pero también me dio amor, familia y una historia que contar”, concluye.
Andrea creó la Asociación Civil de Familiares de Detenidos (ACIFAD) para acompañar y dar apoyo a los familiares de personas que, al igual que ella, tuvieron o tienen a un familiar en la cárcel.
También formó parte del Subcomité de prevención de la Tortura en la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Realización: Nicolás González/ Agustina Ribó.
Edición: Facundo Leguizamón.