Cuando vamos a comprar un cepillo de dientes, lo más común es prestar atención a la dureza de las cerdas o al tamaño del cabezal. Pero hay un detalle que muchos pasamos por alto: casi todos tienen algunas cerdas de colores. Aunque parezca un simple diseño decorativo, esas zonas teñidas cumplen una función específica y muy útil.
Desde chicos estamos acostumbrados a ver cepillos con franjas azules, verdes o amarillas entre las cerdas blancas. Algunas veces ocupan solo el centro, otras los bordes, y en ciertos modelos cubren buena parte del cabezal. Pero no están ahí por casualidad.

¿Para qué sirven las cerdas de colores?
Su función principal es servir como guía para colocar la pasta dental. Es decir, indican exactamente cuánta cantidad debemos usar.
Aunque la publicidad suele mostrar los cepillos cubiertos por completo de dentífrico, en realidad solo se necesita una pequeña porción: lo justo para cubrir esas cerdas coloreadas.
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Usar más no mejora la limpieza y, en algunos casos, puede ser contraproducente. La cantidad correcta ayuda a evitar desperdicio, reduce el riesgo de ingerir flúor (especialmente en chicos) y permite enfocar el cepillado en la técnica, que es lo verdaderamente importante.
Por eso, dentistas y fabricantes coinciden: más importante que la cantidad de pasta es cómo te cepillás. Es clave cubrir todas las superficies, hacerlo con movimientos suaves y dedicar al menos dos minutos al cepillado.

¿Cada cuánto hay que cambiar el cepillo?
Los profesionales recomiendan reemplazarlo cada tres o cuatro meses, o antes si las cerdas están abiertas o deformadas. Si estás usando uno con las cerdas gastadas, no estás limpiando bien.
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Además, si estuviste enfermo —con gripe, anginas o cualquier infección en la boca o la garganta— lo ideal es cambiar el cepillo, incluso si parece nuevo. Esto ayuda a evitar reinfecciones y a proteger a otros miembros del hogar.