El despertador suena a las seis. Afuera todavía es de noche, pero adentro ya se huele el desayuno. Mientras la casa cobra ritmo, alguien pone en marcha una rutina precisa: preparar el café, organizar mochilas y abrir ventanas. Si el día incluye estudio presencial, hay una parada obligada en un bar cercano: desayuno sin apuro, ejercicios de relajación, movimientos faciales que parecen casi coreografiados. Si el trabajo es remoto, alcanza con pantuflas, un té caliente y la misma serie de gestos entrenados frente al micrófono. Nada queda librado al azar. Cada músculo, cada pausa, cada sorbo de agua cumple su función. Así empieza cada jornada de Javier Gómez, aunque su voz, recién entonces, esté por salir a escena.
Con 20 años de oficio, su camino no fue lineal, pero sí vibrante: entre estudios, acentos y transformaciones, construyó una carrera donde cada palabra grabada guarda algo de juego, de arte y mucho de pasión. Fue el irónico narrador de 1000 maneras de morir, el bonachón Bill Green en Los vecinos Green, el perturbador Duende Verde en Spider-Man, y hasta el enigmático Profesor Snape en un redoblaje de Harry Potter. Y cada uno fue para él una forma distinta de habitar la voz.
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Aunque se dio a conocer por su icónica participación en Mil maneras... y La sala de emergencias: historias inéditas, a sus 48 años, el locutor y actor de doblaje acumula un impresionante recorrido que lo llevó a encontrar su lugar en la industria cinematográfica de Estados Unidos.
“Recién en tercer año de la carrera de locución descubrí que acá también se hacía doblaje, y eso me revolucionó internamente”, dice Javier Gómez, con la claridad de quien encontró su vocación casi por accidente. Nacido en Avellaneda en 1976, y egresado del COSAL en 2003, “Javi” lleva dos décadas prestando su voz a documentales, series animadas, películas y videojuegos. La lista de personajes que interpretó es tan extensa como diversa: desde el aristocrático y exagerado Don Odión en La Galaxia Wander, hasta el introspectivo detective Holder en The Killing, o figuras icónicas como Luther Hargreeves en The Umbrella Academy, y el duro Abraham Ford en The Walking Dead. Voces que, con matices y profundidad, fueron moldeando su sello actoral a lo largo de los años.

De hecho, recuerda: “Fue después de la primera clase de doblaje que dije: ‘Yo quiero hacer eso’. Y fue Mariela Álvarez, mi profesora, quien me mostró este mundo y me guio para empezar a trabajar”. Ese primer impulso lo llevó a debutar en 2003 en la serie Conexiones peligrosas, y al año siguiente ya estaba instalado en el mundo del doblaje profesional.
Además, el locutor reconoce que esa etapa formativa fue fundamental: “Me llevé muchas cosas de ese momento de mi vida. Aprender con grandes compañeros y profesores muy dedicados fue clave. Uno de los mayores aprendizajes fue entender el valor de la voz como instrumento: cómo proyectarla, cómo cuidarla, cómo transformarla”.
El trabajo con la voz no solo requiere técnica: también es una forma de interpretación emocional, casi artesanal. Cada personaje plantea un universo propio, y Javier aprendió a transitar esos mundos con oído atento y mirada sensible. A lo largo de los años, construyó un estilo propio que supo adaptarse a lo que cada proyecto exigía.
“Hay personajes que te llevan a lugares inesperados. En el caso de Norman Osborn, por ejemplo, me basé en esa dualidad tipo Jekyll y Hyde para crear dos tonos distintos: uno más parco y frío, el otro, monstruoso. En cambio, Bill Green fue casi instantáneo: su calidez, su acento sureño, su ternura”.
De las salas de doblaje al mundo
Su voz no solo se quedó en el estudio: poco a poco, comenzó a trascender confines y formatos, abriéndose paso en diferentes ámbitos de la industria audiovisual.
El punto de inflexión llegó con 1000 maneras de morir, la serie de Infinito que se convirtió en un fenómeno de culto. Javier recuerda: “La primera vez que la grabamos, el director me pidió disculpas por lo que íbamos a hacer. Veníamos de doblar documentales de National Geographic, y esto era... distinto”, dice, y se ríe. Sin embargo, reconoce que con el tiempo, el narrador fue cambiando: “Se volvió más irónico, más ácido. Fue una de las series que más disfruté al fin de cuentas”.
A partir de ahí, su voz empezó a cruzar fronteras. Durante la pandemia, los estudios comenzaron a trabajar en remoto y se abrieron nuevas oportunidades. “Siempre soñé con grabar en México y cuando me llamaron, aun con 20 años de carrera, me temblaba todo. Pero lo disfruté muchísimo porque es la cuna de esta profesión”.
Además del doblaje, el locutor doblajista también trabajó en publicidad, videojuegos y contenidos institucionales. Respecto de la dualidad, explicó. “Disfruto de ambos mundos. Que te llamen para ser la voz de una marca también es un orgullo enorme. Es otra forma de actuar, de comunicar”.
Cuando la ficción incómoda: “interpretar a Hitler fue un shock”
El estudio de grabación también es escenario de lo insólito. Gómez tiene decenas de anécdotas que podrían dar pie a una serie propia. Desde equivocarse de estudio y llegar a uno en Colegiales cuando debía estar en Flores, hasta ser convocado para hacer de perro. Literalmente, de perro.
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Pero una de las más impactantes ocurrió cuando lo citaron para una grabación extensa y le revelaron, una vez allí, que debía ponerse en la piel de Adolf Hitler, símbolo del horror en la historia europea contemporánea. “Me quedé en silencio unos segundos. Era para una comedia alemana, Ha vuelto. El director me preguntó si tenía problema. Lo pensé y dije: ‘es un desafío’. Y lo fue. Un personaje polémico, pero en un tono completamente satírico”.
Ese tipo de experiencias, tan insólitas como desafiantes, no solo lo fortalecieron, sino que también lo empujaron a expandir los límites de su oficio. Lejos de tomar cada papel como una simple réplica técnica, “Javi” se involucra en la construcción emocional de cada voz, incluso cuando se trata de personajes extremos o incómodos. “Cada rol tiene su clave. Lo importante es observar, leer entre líneas, entender qué busca esa voz dentro de la historia”, describe. Para él, el estudio de grabación es más que un espacio de trabajo: es un lugar donde se ejercita la empatía, se exploran matices, y donde cada sesión puede abrir una puerta a lo inesperado.
El futuro del doblaje y la amenaza de la IA: la voz sigue jugando
Aunque su carrera está cimentada sobre la interpretación humana, la locución —como tantas otras profesiones— no escapa a los cambios tecnológicos que redefinen la industria audiovisual. La inteligencia artificial, que hasta hace poco parecía una amenaza lejana, ya comenzó a modificar las formas de producir contenido, y el doblaje no es la excepción.
Sobre esto, el actor de doblaje no se muestra ajeno a ese debate: “Sería ingenuo pensar que no nos va a afectar. Ya está pasando. Actores ceden su voz para que se repliquen en varios idiomas. Las productoras empiezan a usar IA para completar escenas. Pero me gustaría creer que vamos a convivir con ella”.

El verdadero desafío, afirma, está en conservar lo humano porque “lo que un actor pone en una voz es irrepetible. No son solo las palabras, son los matices, la emoción, la imperfección incluso. Si el público sigue valorando eso, hay esperanza”.
A los 48 años, Javier Gómez no perdió la pasión ni la capacidad de asombro que lo impulsaron desde sus primeros días en el estudio de grabación. Para él, el amor por su oficio es lo que alimenta esa chispa creativa que hace que cada interpretación sea única. “Creo que si trabajás de lo que te gusta, la diversión genera confianza en uno mismo. Esa confianza se traduce en libertad para experimentar, para arriesgar, para encontrar nuevas maneras de transmitir un sentimiento con la voz. Y eso, cuando jugás con la voz, se nota. Se escucha. Es como un lenguaje secreto entre el actor y el público, un puente invisible que conecta emociones.” Esta energía, esta dedicación, es lo que mantiene vivo su trabajo y lo impulsa a seguir creciendo y reinventándose en un mundo que no para de cambiar.
Entre héroes, villanos, perros y narradores, su voz sigue viajando por pantallas y parlantes de todo el continente. Y él, como ese niño que jugaba con acentos frente al televisor, sigue soñando con lo próximo que le toque interpretar.