Faltan diez minutos para las siete de la tarde y, poco a poco, empiezan a llegar los participantes del círculo de tambores. Al ingresar, cada uno se saca las zapatillas y las deja en la entrada, como si al dejar el calzado también pudieran soltar las preocupaciones del día. Hay algo ceremonial en ese gesto. Afuera quedan el tráfico, el apuro y las pantallas. Adentro, solo queda el cuerpo, el ritmo y una invitación: estar presente.
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La guía de esta experiencia es Bianca Lerner, percusionista, docente y creadora de una metodología que combina improvisación, meditación, lenguaje de señas y un conjunto de instrumentos que van desde los tambores hasta los cuencos y el handpan.
Si bien el círculo de tambores se practica en distintas partes del mundo, Bianca lo resignifica con su historia personal: una vida dedicada al ritmo, atravesada por la música, la danza y el deseo de integrar y conectar.
“Mi papá es músico y mi mamá profesora de yoga. En mi casa se respiraba arte y sensibilidad, pero yo quise salir a buscar lo que me faltaba y profesionalizarlo”, contó Lerner a TN.
Ella se formó en la Universidad de las Artes en Buenos Aires y viajó por África, Brasil y Europa para estudiar percusión tradicional. Fue en Senegal donde, según dijo, se le “jaqueó” el cerebro: “Ahí vi cómo el arte no está separado de la vida. Todo está mezclado”.

Esa combinación es la que propone en sus clases, donde cualquiera -aunque nunca haya tocado un instrumento- puede participar. “Viene gente que me dice ‘no tengo ritmo’. Pero si llegaste hasta acá, es porque tenés algo. Mi trabajo es ayudarte a encontrarlo”, afirmó. En ese espacio no importa la experiencia musical previa. Importa estar, escuchar y conectar con tu ritmo interior y con el de los otros.
Pero, ¿qué pasa en el cuerpo cuando se toca el tambor? ¿Por qué tanta gente sale de ahí diciendo que se siente diferente? Según Bianca, hay algo fisiológico que ocurre: el ritmo ayuda a regular el sistema nervioso, mejora el estado de ánimo, libera tensiones y genera una sensación de bienestar inmediato. “Durante dos horas, estás completamente presente. Y eso, en estos tiempos, es un montón”, explicó.
El círculo de tambores que lidera forma parte de una metodología que empezó a gestarse hace más de 30 años, cuando su padre, César Lerner -percusionista, pianista y compositor de música para cine-, trajo esta propuesta a la Argentina.

Con los años, Bianca sumó sus propios aportes y hoy trabajan juntos en distintos formatos: talleres abiertos, intervenciones en empresas, formaciones y hasta programas de rehabilitación para personas con consumos problemáticos.
“Lo que más me gusta de esta práctica es que se adapta a cualquier grupo humano. Puede funcionar con gerentes, con estudiantes, con mujeres en círculos íntimos o con personas en tratamiento. Siempre hay algo que resuena”, manifestó.
Si bien pudo capitalizar su conocimiento y llevar adelante una empresa llamada Ritmo Teamwork, Bianca sostuvo que el camino para “vivir del arte” no fue fácil: empezó a trabajar a los 16 años y tuvo que ganarse su lugar en un ambiente que estaba protagonizado en su mayoría por hombres.
“Cuando arranqué con la percusión, éramos muy pocas mujeres. Fue una búsqueda larga encontrar mi manera, confiar en mí y hacerme lugar sin tener que imitar un modelo masculino”, recordó. Y a pesar de que trabajar con su padre fue un gran desafío, también lo valora como una alianza única: “Él fue generoso conmigo, y yo con él. Logramos una sinergia muy linda”.

Uno de los momentos más significativos de su carrera ocurrió lejos de Buenos Aires, en una zona rural de Nicaragua. Allí, Bianca fue invitada a compartir un círculo de tambores con una cooperativa de mujeres. “Llegué con mis instrumentos a una choza en medio de la selva y me pregunté qué podía enseñarles. Pero confié. Empezamos a tocar y fue uno de los encuentros más hermosos que viví. Al día siguiente, las mujeres armaron su propio círculo con cacerolas. Entendí que todos tenemos algo para dar y recibir”.
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Los lunes y los miércoles, se repite una pequeña versión de esa escena en Fuel Palermo, el espacio en donde Bianca da sus talleres. Cuando suena el primer tambor, ya nadie piensa en el subte, en los jefes, ni en las preocupaciones de la vida cotidiana. Hay un pulso que se apodera del cuerpo y lo lleva a un estado distinto.
Sus alumnos, que en cuestión de minutos crean un ritmo unísono, son testigos de los cambios en su estilo de vida. “Desde que vine al círculo, no dejé de tocar los tambores. Es un lugar donde vuelvo a mí cada vez que escucho el pulso”, contó Verónica, que participa del taller desde hace unos años.
“Siempre digo que esto es como un oasis”, dice Bianca. Y quizás, lo sea. Un lugar donde la música no busca la perfección, sino la presencia. Donde se viene a tocar, pero sobre todo, a volver a uno mismo.