Cuando pensamos en convivencia y molestias cotidianas, solemos imaginar volumen alto, música a deshora o gritos que traspasan las paredes. Sin embargo, en los últimos meses comenzó a surgir un nuevo protagonista del malestar barrial: el proyector. Sí, ese mismo dispositivo pensado para disfrutar películas o series en casa como si fuera un cine, se convirtió en el blanco de reclamos por parte de vecinos que, aunque no escuchan nada, sienten invadido su espacio.
Lo curioso es que el proyector no genera ruido alguno. Entonces, ¿cuál es el problema? La respuesta está en la luz. Muchos usuarios lo colocan apuntando a una pared exterior o cerca de ventanas sin cortinas blackout, lo que provoca destellos constantes, reflejos molestos y parpadeos que pueden verse desde departamentos linderos. En edificios donde las unidades están enfrentadas, es común que la imagen del proyector ilumine de lleno otro ambiente, incluso en horas de la madrugada.
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Las quejas más frecuentes tienen que ver con la dificultad para dormir debido a la luz intermitente, el efecto visual invasivo y, en algunos casos, la sensación de falta de privacidad.
En este contexto, los administradores de consorcios comenzaron a sugerir recomendaciones específicas para evitar este tipo de conflictos. Entre ellas: orientar el dispositivo hacia paredes interiores, usar cortinas opacas, limitar su uso nocturno y elegir proyectores con menor intensidad lumínica.
Aunque se trata de una herramienta diseñada para el entretenimiento hogareño, su uso sin conciencia puede generar tensiones inesperadas. El fenómeno pone sobre la mesa una nueva dimensión de la convivencia urbana: las molestias invisibles.
Así como alguna vez se discutió por los decibeles de los parlantes o el ladrido de las mascotas, ahora el eje está en la luz. El proyector, ese aliado de las noches de peli, puede transformarse en el villano si no se usa con responsabilidad.
