En el mundo de la cosmética y el cuidado personal, cada año aparecen nuevos productos prometiendo resultados milagrosos: cremas con fórmulas innovadoras, suplementos de colágeno hidrolizado, tratamientos invasivos y rutinas eternas. Pero, en medio de tanta propuesta, la ciencia vuelve a mirar hacia un clásico de la alimentación que, aunque humilde, tiene el poder de transformar la piel desde lo más profundo: el tomate.
Sí, el tomate, ese infaltable en ensaladas, salsas o jugos, es uno de los superalimentos más completos a la hora de combatir el envejecimiento celular. ¿La razón? Su altísimo contenido de licopeno, un antioxidante natural que ayuda a neutralizar los radicales libres, responsables del deterioro de las células cutáneas. Además, favorece la producción de colágeno de manera natural, mejora la textura y aporta luminosidad.
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Diversos estudios dermatológicos demostraron que una dieta rica en licopeno puede reducir los signos del envejecimiento prematuro, como arrugas, manchas y pérdida de elasticidad. A esto se suman otras propiedades beneficiosas del tomate: contiene vitamina C, esencial para la reparación de tejidos, y vitamina A, que estimula la renovación celular.

Lo mejor es que su incorporación diaria no requiere de recetas complicadas ni dietas restrictivas. Se puede consumir crudo, cocido, en forma de jugo, en guisos o incluso como salsa base para muchas preparaciones. Y a diferencia de otros alimentos que pierden nutrientes con la cocción, el tomate incrementa la biodisponibilidad del licopeno cuando se cocina con un poco de aceite de oliva, otro poderoso antioxidante.
Por si fuera poco, su aporte de agua y fibra también colabora con una piel más hidratada y un sistema digestivo más saludable, dos claves fundamentales para un cutis radiante.
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En definitiva, mientras el mercado sigue inundado de cosméticos costosos, la naturaleza vuelve a recordarnos que a veces lo más simple y accesible puede ser lo más poderoso. Apostar por una piel sana empieza por dentro, y el tomate —fresco, natural y cotidiano— es una prueba de ello.
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