Podríamos decir que Proyecto Carayá es el primer y único centro de primates de Argentina, una Fundación que desde 1994 desarrolla un programa de conservación ex –situ de la especie Argentina Alouatta Caraya (Mono Carayá), a los que se sumaron, en los últimos años, monos capuchinos, zorros, pumas y gatos monteses.
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Algunos de estos animales han sido víctimas del tráfico ilegal o el mascotismo, otros han llegado al refugio como consecuencia la destrucción de sus hábitats naturales, y casi todos han vivido situaciones traumáticas y llegan al Santuario (como coloquialmente se lo conoce) en condiciones realmente alarmantes.
Pero también, y fundamentalmente, podríamos decir que Proyecto Carayá es el sueño -hecho realidad- que anida en el alma y el corazón de las tres mujeres que lo sostienen, mamá Alejandra y sus dos hijas, Mayú -que se encarga de las tareas administrativas y el marketing de la Fundación- y Malen -que le pone el cuerpo cada día y será, seguramente, quien la suceda in situ en este proyecto-. Cada una en su rol, pero todas comprometidas hasta el hueso con esto que parece ser su misión en la vida.
La Ale, pura esencia
María Alejandra Juárez es, sin duda, el motor de este proyecto. “La Ale”, como le dicen casi todos en su Córdoba natal, soñaba con estudiar biología o veterinaria, pero eran tiempos de dictadura en la Argentina, y sus padres no la dejaron. “Entonces, terminé estudiando Historia con una orientación más bien antropológica, en una universidad privada. Pero yo siempre le busqué la vuelta a todo, y cuando tuve que hacer la tesis, la hice sobre la Historia del Zoológico de Córdoba. La tesis la demoré 10 años, pero en el zoológico me quedé como 20″, recuerda a sabiendas de que es poco o nada lo que se puede hacer para torcer su voluntad, o su “esencia”, como ella misma dirá varias veces a lo largo de esta entrevista.

Aquel primer contacto con el zoológico de Córdoba, y sobre todo con Alexia y Nahuel, dos ejemplares de tigre de bengala, cambiaría su vida para siempre y sería el puntapie inicial para este proyecto que lleva su sello, y en el que trabaja y vive, desde 1994.
Allí, en una reserva de 360 hectáreas situadas en el paraje Tiu Mayu -al que se llega tras recorrer 11 kilómetros de un camino de ripio que lo separa de la localidad más cercana- Alejandra y su hija menor, Malen, conviven con tres voluntarios, 222 monos -entre Carayás y Capuchinos-, 27 pumas, tres ejemplares de gato montés, seis zorros, cabras, burros, ovejas, tordos, varios perros y un percherón “que se percibe caniche y anda metiéndose todo el tiempo adentro de casa”, comenta Malen.
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Tamaña tribu comenzó a gestarse con la llegada de Bubú, una Carayá que llegó desde Villa Carlos Paz a través de la Fundación Vida Silvestre. “Murió hace cinco años y es un poco quien inaugura todo este proyecto, porque después de ella empezaron a mandarnos más y más monos”, enumera.
Como Juana, una Carayá que llegó al santuario en 1995, con aproximadamente unos cinco años, y que murió hace apenas unos días “superando la expectativa de vida de su especie, que es de unos 25 años. Durante su vida en la reserva tuvo 25 hijos, 10 nietos y 15 bisnietos” -explica Malen-, muchos de los cuales aún la duelaban cuando hicimos esta nota.
La mayoría de los Carayá, llegan víctimas del mascotismo o del avance de las ciudades; los Capuchinos, en cambio, provenientes de distintos laboratorios. Verlos libres, saltando entre las copas de los árboles, jugando entre ellos, o respondiendo al llamado de sus cuidadores, es realmente fascinante.
De cuando Jane Goodall conoció a los Carayá
Y a esta altura es imposible no trazar un paralelismo entre “la Ale” y Jane Goodall, la etóloga inglesa mundialmente reconocida por estudiar las interacciones sociales y familiares de los chimpancés, con quien Alejandra tuvo su primer encuentro en 2009. “Vino con un colectivo lleno de biólogos. A partir de su llegada empezaron a tomarnos más en serio, digamos, llegan los convenios con las universidades… para mí personalmente fue muy grande. Para todos nosotros fue un paso enorme, porque hasta ahí yo era la loca”, cuenta.
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Y, a decir verdad, quizá lo suyo tenga menos tecnicismos, pero sin duda, mucha más pasión. “Yo hay cosas que no las pienso. Si tengo que salvar un animal, no lo pienso”, sostiene. Será por eso que cada vez son más y más los que recurren a ella cuando un animal está en peligro.
Un refugio grande como el corazón
“En 2023 recibimos ocho bebés, el año pasado cinco, y este año cinco más”, enumera, no sin antes sumar a los anteriores, y llegar a un total de 27 pumas, lo que los convierte en el centro de rescate de pumas más importante de todo el país. Claro que esto no es nuevo “acá siempre hubo pumas”, apunta Malen no sin antes mencionar que ella y su hermana Mayu pasaron buena parte de su infancia acompañadas por un ejemplar de este felino.
“Lamentablemente en estos últimos cuatro años nadie se quiere hacer cargo. Hace 35 años atrás, los sacrificaban”, comenta Ale. “Ahora dicen que son plaga para justificar su cacería”, apunta Malen a su lado. “Entonces, yo sabiendo eso, digo que sí, acepto que los traigan. Y las chicas, cada vez que viene un puma me piden que sea el último. Pero yo ya les dije que no sé si va a ser el último, que eso no se los puedo garantizar, porque si eso pasa, estaría quebrantando mi esencia”, confiesa con la seguridad de quien sabe que ha encontrado su misión en la vida.
A diferencia de los monos, los pumas, zorros y gatos montés viven en una zona de la reserva que está vedada al público. Sí, porque desde 1998 la gente puede visitar Proyecto Carayá y, cada vez que paga su entrada, ayuda -en parte- a sostener este espacio.
“Yo no quería que esto se abriera al público, porque es mi mundo, ¿viste? Pero cuando me fui a Alemania, en 1998, mi hermano y dos voluntarios decidieron abrirlo porque, bueno, había que sustentarlo”, comenta.
“Yo siempre viví en un mundo aparte. Y lo mismo me pasa con la plata. Mis hijas, especialmente Mayu, me dicen que los cálculos no dan. Y si, tienen razón, por el lado que vos lo veas, no da. Pero si te tengo que decir la verdad, jamás me fijé en eso. Yo lo que creo es que de algún lado siempre va a salir la plata, porque no estoy haciendo nada malo. Entonces siempre de algún lado va a salir”, explica.
A su lado, Malen cuenta que el trabajo en la reserva es “24 por 7, nos levantamos muy temprano, con los monos golpeando la ventana. No hay día libre. Tenemos que estar siempre acá, y si nos tomamos vacaciones tiene que ser de a una por vez, juntas nunca”.
Alejandra la escucha, coincide, se aleja, pasea por su reserva, por este que es su lugar en el mundo. Se comunica con los monos, los pumas, la gente, que después de visitarla ya no es la misma, porque recorrer Proyecto Carayá es una experiencia transformadora, no solo por el contacto con la naturaleza, sino también y, sobre todo, por las personas que la habitan, y que parecen portadoras de una sabiduría tan única como intransferible.

A tener en cuenta antes de visitarlo
- Proyecto Carayá está en la Ruta E66, a aproximadamente unos 11 kilómetros de la localidad de La Cumbre. Las visitas son guiadas y duran aproximadamente una hora y media. Los monos no se pueden tocar ni alimentar.
- Durante el recorrido no está permitido consumir alimentos.
- No es necesario reservar con antelación. Puede haber demoras para ingresar.
- No está permitido el ingreso con mascotas.
- Como en la zona no hay señal de celular, sólo se recibe efectivo.
- Los horarios de visita o días de apertura suelen variar a lo largo del año, y el santuario puede cerrar sin previo aviso por problemas climatológicos o de otro tipo, por lo que se recomienda chequear las historias de Instagram antes de ir: @proyecto.caraya