De las religiones tradicionales a la fe en la energía espiritual: ¿en qué creen los argentinos?

De las religiones tradicionales a la fe en la energía espiritual: ¿en qué creen los argentinos?

Un estudio de la UBA da cuenta de los nuevos hábitos: tres de cada cuatro argentinos dicen creer en Dios, pero solo la mitad reza con frecuencia. Aparecen nuevas formas de creencias personalizadas. Incluso los escépticos mantienen una fuerte disposición a pensar que “algo ocurre” más allá de lo visible.

En la Argentina de 2025 la fe no ha muerto, pero ha cambiado de forma. El nuevo mapa espiritual del país muestra una religión menos atada a los templos y los dogmas, y más conectada con lo emocional, lo intuitivo y lo personal. Esa es una de las principales conclusiones del quinto informe de Creencias Sociales, impulsado por PulsarUBA y la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, que explora en detalle qué piensan los argentinos sobre Dios, el más allá, los milagros, los fantasmas, los extraterrestres y los astros.

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Según el estudio, el dato que resume buena parte del relevamiento es contundente: tres de cada cuatro argentinos dicen creer en Dios, pero apenas la mitad reza con frecuencia. Y entre quienes rezan, la intensidad está marcada por la edad: el 56% de los adultos mayores lo hace todos los días o varias veces por semana, mientras que entre los jóvenes de 18 a 29 años, ese valor cae al 39%. Uno de cada cuatro jóvenes reza a diario. Según las conclusiones del informe, la fe parece ser algo que se hereda, pero no necesariamente se practica.

 

Este alejamiento de los ritos tradicionales no implica un vacío espiritual. Por el contrario, la investigación revela que la necesidad de creer sigue viva, aunque mutada. Se asiste a un proceso que los autores del estudio denominan “paisaje postsecular”: una combinación de secularización institucional con persistencia cultural de la religiosidad. No se trata de una sociedad sin creencias, sino de una que se está creando nuevas formas de creer.

Facundo Cruz, politólogo y coordinador general de Pulsar.UBA, el observatorio de opinión pública de la UBA, analiza el contraste central del informe: “Uno de los principales cambios que se está dando en la Argentina y que detectamos en la encuesta es el contraste entre la creencia en Dios y la práctica religiosa del rezo. Tres de cada cuatro argentinos creen en Dios, pero la población se divide casi por mitades en términos de práctica: el 48% reza todos los días o alguna vez por semana, y el 46% lo hace solo una vez al año o nunca”. Cruz se detiene especialmente en la diferencia generacional: “El 47% de los jóvenes de entre 18 y 29 años no reza nunca, casi la mitad. En cambio, el 56% de los adultos mayores, entre 50 y 75 años, reza todos los días o al menos una vez por semana. La práctica del rezo se vuelve algo más común entre los mayores, mientras que los jóvenes están buscando otras formas de creer”.

Esa búsqueda, explica Cruz, no significa el fin de la espiritualidad. “Entre los más jóvenes hay mayor acuerdo con la idea de que existe vida en otros planetas. Mientras el promedio general de acuerdo es del 51%, entre los jóvenes sube al 55%. Hay un reemplazo de lo tradicional por algo nuevo. No hay una pérdida de fe, sino un cambio de ritual, de práctica, y un reemplazo por una nueva idea del más allá”.

El estudio también detecta una relación entre la frecuencia de rezo y la creencia en la vida después de la muerte, que revela ciertas tensiones. El 47% de los encuestados está de acuerdo con la idea de que hay vida postmortem, frente a un 45% que no está convencido. Pero entre quienes rezan todos los días, el 60% cree en la vida después de la muerte; entre quienes no rezan nunca, ese valor cae al 39%. La fe se refuerza en la práctica.

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La investigación también muestra diferencias regionales: en el AMBA, el 51% cree en la vida después de la muerte, contra el 44% en el resto del país. Más urbana que rural, más joven que adulta, la espiritualidad en Argentina se vuelve transversal, cultural y afectiva. Es una espiritualidad que no necesariamente necesita iglesias.

Según los resultados del estudio, la creencia en los milagros confirma esta persistencia del pensamiento mágico: el 68% de los argentinos cree que existen. En este punto, no hay grandes diferencias entre edades, géneros ni niveles educativos. Aunque muchos no hablen con Dios a diario, creen que algo actúa. La idea de que hay fuerzas que intervienen en lo cotidiano, sin necesidad de una religión organizada, sigue muy presente.

Religión viva y nuevos lenguajes espirituales

La pastora evangelista Liliana de Salerno ofrece otra perspectiva, desde dentro de una comunidad de fe activa. Para ella, la relación con Dios no es una práctica religiosa formal ni ritualista, sino una forma de vida. “Los que creemos en Cristo no somos una religión, sino un sistema de vida. No siempre hacemos lo mismo como otras religiones. Nosotros hablamos con Dios, oramos. Y orar es tener una relación íntima con nuestro Padre, una comunicación directa. Si alguien no lo hace, es porque no tiene esa unión, esa comunión. Muchos creen que pueden solos, pero no es así. Nos debemos a un Creador que es omnipotente, omnisciente y omnipresente.”

Liliana remarca que en su comunidad situada en la ciudad de Mar del Plata, la iglesia no es un edificio ni un ritual: son las personas. La guía es la Biblia, y la fe se expresa con acciones. “La fe sin obras está muerta. Nosotros trabajamos con quien lo necesita, venga o no al templo. Ayudamos a todos, como lo hacía Jesús”. En ese contexto, habla con firmeza de los milagros. “Si te contara los que vimos... no son dichos, son vistos. Cáncer que se cura, personas que estaban por morir y viven. El milagro es lo más maravilloso que puede existir después de entregarse a Jesús. Y no hace falta nada más que una oración sincera. Solo creer que Él es el Hijo de Dios”.

Para Liliana, la vida eterna es un hecho: “Ya se sabe positivamente que hay otra vida después de esta. Esta es corta. La otra es para siempre”, concluye en diálogo con TN.

Mariela Mociulsky, psicóloga y CEO de la consultora Trendsity, aporta una mirada desde el cruce entre las ciencias sociales y las tendencias culturales. Para ella, el alejamiento de las instituciones religiosas no supone una renuncia a la fe, sino una migración hacia formas más flexibles de trascendencia. “Las nuevas generaciones, lejos de renunciar a la fe, redirigen su búsqueda hacia formas diferentes a las tradicionales. La fe nos ofrece una narrativa que da sentido y perspectiva, algo fundamental en un mundo cada vez más incierto”.

Mociulsky vincula esta transformación con necesidades psicológicas esenciales: “La búsqueda de trascendencia satisface el deseo de pertenencia, conexión y, sobre todo, de esperanza. En tiempos de crisis, estas creencias funcionan como refugio emocional, ayudan a lidiar con la ansiedad y a procesar el duelo y la muerte. La religión no se agota en los rituales: también estructura momentos de reflexión que amortiguan el miedo a la finitud”.

Según la especialista, ese rol tradicional hoy se comparte con otros espacios: “Hoy aparecen nuevos lugares de comunidad, de espiritualidad, de ayuda al autoconocimiento, de aceptación o tramitación de la muerte, desde el horóscopo hasta los nudos akáshicos. Hay un giro hacia lo ancestral, hacia lo simbólico, y también hacia lo colectivo. La necesidad de creer no cambia. Lo que cambia es dónde buscamos sentido. En momentos donde todo parece tambalear, creer es resistir”.

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Susy Forte, astróloga con más de tres décadas de experiencia, ofrece una lectura cultural e histórica de este fenómeno. “Cuando yo empecé a estudiar astrología a fines de los 80, era algo marginal. Hoy todos saben su signo solar, y muchos también su ascendente y su luna. Eso marca un cambio enorme. Se volvió a valorar un saber milenario que no tiene que ver con la fe, sino con cálculos matemáticos, sincronía entre el cielo y la tierra, y autoconocimiento”. Para Forte, la astrología es una herramienta, no una creencia religiosa: “Así como la luna influye en las mareas, influye en nosotros. Estudiar el cielo en el momento de nacimiento revela tendencias de personalidad, fortalezas, debilidades. No nacemos en cualquier momento, y eso tiene sentido.”

Susy describe una transformación cultural sostenida: “Hace 30 años me preguntaban por qué no estudiaba algo ‘normal’. Hoy, muchos entienden que la astrología es una vía de autoconocimiento, como el psicoanálisis. No es mística, no es esotérica. Es una forma de registrarnos, de tomar decisiones con más conciencia. Tiene un costado terapéutico. Acompaña procesos vitales. Y no compite con la religión, ni con otras creencias. Son caminos distintos que pueden convivir”.

Desde su experiencia en medios y consultas, Forte sostiene que hay una “astrología pasiva”: “Mucha gente conoce su signo, aunque no consulte el horóscopo. El signo forma parte de nuestra identidad cultural. Lo vemos en las charlas cotidianas, en los memes, en las redes sociales. Hay un interés latente, muchas veces no registrado por las encuestas. Cada vez más personas piden su carta natal, buscan entender sus tránsitos, sus ciclos. Hay una espiritualización de la vida que se canaliza también por acá.”

Este dato, a primera vista anecdótico, deja entrever algo más profundo: los signos del zodíaco, aunque poco consultados, tienen una función de identidad cultural. Solo el 12% dice consultar el horóscopo todos los días o una vez por semana, y un 73% directamente no lo hace nunca, según el informe. Pero el signo es algo que se sabe, que se menciona en las conversaciones, que se asocia a un “modo de ser”. En muchos casos, se menciona antes que el propio grupo sanguíneo, incluso cuando este último podría ser vital en una emergencia.

El estudio también aclara que no hay grieta ideológica en esto: las preferencias políticas no modifican las cifras. Tanto votantes de Javier Milei como de Sergio Massa o Patricia Bullrich siguen la misma proporción en el (no) uso del horóscopo. Es un dato marginal, pero que expresa una transversalidad cultural que escapa a la religión formal.

Del cielo al más allá: extraterrestres, fantasmas y fe cuántica

Graciela Mazzola, médica clínica y cardióloga con más de 45 años de experiencia, aporta una voz inusual pero reveladora. Además de su labor profesional, es una estudiosa del fenómeno extraterrestre y asegura haber estado en contacto directo con naves y seres de otros planetas. “Yo no es que crea o no crea: los vi. Estuve en contacto con naves. Donde trabajo en Córdoba los vemos todos los días. La gente que vive ahí ya está acostumbrada a verlos pasar”, relata. Mazzola se refiere al fenómeno como parte de una realidad física que escapa a los sentidos: “Ellos se manejan en otra dimensión cuántica. Nosotros, por nuestra densidad, no podemos ver todo lo que existe con una densidad menor. Pero están ahí. Y a veces se dejan ver”.

Su visión combina física cuántica, práctica médica y una interpretación espiritual del universo. “Muchos de los avances tecnológicos que tenemos, directa o indirectamente, vienen de descubrimientos vinculados a ellos. En mi experiencia, el fenómeno no es solo espiritual: es también tecnológico y científico”. Mazzola cuenta que, además de su labor como cardióloga en Buenos Aires, en Córdoba trabaja desde un enfoque holístico: “Utilizo una máquina cuántica que emite frecuencias de 432 Hz para reducir el estrés, mejorar la memoria y la concentración. Hay mucho escepticismo, pero la medicina del futuro no va a ser solo farmacológica. Hay que integrar el bienestar emocional y energético”.

“No estoy loca”, aclara con humor. “En Buenos Aires cuesta hablar de esto, pero en Córdoba es parte de la vida cotidiana. Tengo fotos, experiencias, registros. La gente no cree porque no lo vio. Pero lo mismo pasaba con muchas cosas que hoy consideramos ciencia. Hay que abrir la mirada”.

Al mirar hacia el futuro o hacia el cielo, el informe también detecta un giro: una parte de la trascendencia ya no está centrada en el alma ni en el paraíso, sino en el cosmos. El 51% de los argentinos cree que hay vida en otros planetas, y entre los jóvenes, esa cifra trepa al 55%. En el AMBA, el porcentaje llega al 59%.

La espiritualidad argentina se mueve entre la tradición y la intuición, entre la razón y el misterio, entre el rito que se pierde y el sentido que se reinventa. (Foto: Adobe Stock)
La espiritualidad argentina se mueve entre la tradición y la intuición, entre la razón y el misterio, entre el rito que se pierde y el sentido que se reinventa. (Foto: Adobe Stock)

Algo similar ocurre con la creencia en fantasmas o espíritus. Según el informe, el 39% de los encuestados dijo creer en ellos. Nuevamente, los jóvenes y los habitantes del AMBA son quienes lideran esta creencia: 45% de los menores de 30 y 51% en el conurbano. En contraste, los adultos mayores creen menos: apenas 30%.

Los fantasmas no requieren adscripción teológica y no tienen iglesia. Su existencia no se predica desde un altar. Pero están presentes en relatos, series, películas, historias de familia. Funcionan como una forma de persistencia anímica sin necesidad de un dogma. Representan algo que está más allá de la experiencia inmediata, pero sin pasar por la institución religiosa.

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Lo que emerge es una espiritualidad ecléctica, desinstitucionalizada, permeable a lo cultural-popular. La religión como estructura pierde peso, pero la necesidad de sentido se reorganiza en nuevas formas. Muchos se dicen creyentes, pero no practican. Muchos saben su signo, pero no creen en los astros. La espiritualidad argentina se mueve entre la tradición y la intuición, entre la razón y el misterio, entre el rito que se pierde y el sentido que se reinventa.

Lo que antes era patrimonio exclusivo de lo religioso hoy se comparte con la ciencia, con la cultura, con la intuición. Según el estudio, incluso aquellos que no adhieren a prácticas religiosas mantienen una fuerte disposición a creer en que “algo ocurre” más allá de lo visible. Y si bien las creencias tradicionales retroceden, especialmente entre los jóvenes y sectores educados, surgen nuevas formas de fe laicas, que incluyen desde la creencia en energías hasta la vida extraterrestre.

Otro dato que surge muestra que el interés explícito por los signos del zodíaco es bajo: un 69% declara tener “poco” o “nada” de interés. Aun así, el conocimiento del propio signo supera al del grupo sanguíneo (95% vs. 90%), lo que revela una apropiación cultural más identitaria que espiritual. Y aunque el horóscopo no reemplaza a la religión como herramienta mística, sí ocupa un lugar en la construcción simbólica de la identidad cotidiana.

El mapa espiritual argentino no muestra hegemonías, pero sí patrones emergentes: una nueva sensibilidad que reinventa lo trascendente en clave emocional, simbólica y plural. La Argentina no ha dejado de creer. Solo ha cambiado de escenario, de lenguaje, de objeto de fe.