Bahía Blanca seguía siendo una ciudad sumergida. Al día siguiente de la lluvia histórica, urgencia sobre urgencia, se necesitaba de todo: comida, colchones, agua potable, ropa seca, artículos de limpieza, reunirse con una mascota perdida, encontrar hasta dónde la fuerza de la corriente había arrastrado el auto.
No faltaban ganas de ser solidario; lo que se precisaba era gestión. Los voluntarios se chocaban entre sí, sobraban en algunos lugares, faltaban en otros. Lo mismo pasaba con los víveres y los insumos. Caos.
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Conmovidos, dos estudiantes de la Universidad Nacional del Sur (que lanzó su propia campaña de reconstrucción porque perdió laboratorios y más de 70.000 libros) se habían arremangado para enfrentar lo que fuera y asistir en distintos barrios. Allí, metidos en el barro, se dieron cuenta de que se estaba desperdiciando parte de esa fuerza comunitaria.
A pocas cuadras, y en los escasos momentos en que contaba con conexión, un reciente graduado de la misma universidad miraba, incrédulo, videos en los que autos y camionetas eran arrastrados por las calles de su ciudad como hojas secas.

Entonces, contra reloj, mientras todo era confusión y angustia, los tres, sin saber que trabajarían luego en conjunto, pusieron todo su talento en acción para que los esfuerzos por ayudar rindieran más.
Esta es la historia de cómo lo lograron y por qué esta creación compartida es un desarrollo modelo que puede servir para paliar los efectos de eventuales nuevas tragedias naturales en cualquier lugar del mundo.

Pasar a la acción
Julian Piñeiro tiene 28 años, nació en Bahía Blanca y se graduó de Ingeniero en Sistemas en 2024. Tiempo atrás había desarrollado una app que sirvió para que, en épocas de escasez de nafta, los usuarios pudieran saber en tiempo real las estaciones de servicio cercanas donde había combustible.
A las 19 del mismo viernes de la inundación fatal, se dio cuenta de las dimensiones del desastre. Sin luz, en uno de los escasos momentos en que tuvo señal, se enteró de que había puentes arrasados, gente con más de un metro de agua en sus casas. Y empezó a ver videos con vehículos que eran arrastrados hasta caber, abollados, donde nadie nunca se imaginó que podía entrar un auto.

“El agua los llevaba lejos, cuadras y cuadras, hasta dejarlos en lugares de lo más bizarros. Y pensé que si hacía una app para reportar la pérdida de los coches podría ser útil. La lancé cruda, sin pulir, el sábado al mediodía. Y vi que servía”, recuerda Julian.
Al rato alguien le dijo que había otro problema: los autos que no fueron arrastrados habían perdido sus patentes. “Entonces puse foco en ambos temas. Y ahí la app, Autofinder, explotó de visitas”.
En la tarde del sábado, una chica le acercó otra idea: “¿No podrías hacer lo mismo de los autos perdidos pero para encontrar mascotas?”. Julian dudó. “Era una responsabilidad grande, si alguien terminaba vendiendo un animal podía tener problemas porque desde la app yo había intermediado… Pero era tanta la gente desesperada que confié y le di para adelante. Me apoyé en componentes que tenía, usé la base de datos de mi negocio… La emergencia lo ameritaba”.

El domingo estaba online la app para mascotas perdidas: Mascotapp.
Muy cerca, dos alumnos de la Universidad, a quienes conocía solo de vista, libraban su propia batalla para dar una mano. Hernán Pérez Olivera, de 27 años, y Marco Valla Zanardi, de 26, oriundos de Trelew y Viedma, respectivamente, son amigos desde el primer año de la carrera que comparten con Julian. Marco se recibe el mes que viene; Hernán, a fin de año.

“Mi casa estuvo a un escalón de quedar bajo el agua… Vivo a tres cuadras del canal que desbordó”, dice Marco. Los dos se pasaron las primeras horas tras la tragedia ayudando a los que habían tenido menos suerte que ellos. “Veíamos -remarcan- a los voluntarios boyando, perdiendo tiempo en tratar de llegar de un lado a otro en lugar de usarlo para actuar”. Es crucial tener el ojo afilado para detectar esas ineficiencias.
Y así, ese mismo domingo, de madrugada y sin dormir, pusieron al público Bahía Ayuda, un desarrollo que funciona tanto para celulares como en computadoras. La app tiene dos botones grandes, Solicitar Ayuda y Ofrecer Ayuda, un mapa donde se ven claramente los lugares adonde llevar productos y en qué sitios se necesitan voluntarios, y un buscador con filtros por barrios y por tipo de donación.
Tienen contabilizadas más de 30.000 visitas, casi 380 pedidos de ayuda, más de 330 personas ofreciendo su colaboración (para limpiar, hacer arreglos, cuidar a ancianos, dar atención psicológica y mucho más), y 85 personas que pusieron su vehículo a disposición para mover cosas.

“Más de un 50% de los pedidos están resueltos. Sabemos que el número de casos cerrados es mayor, pero los voluntarios están chequeando uno por uno antes de marcarlos”, explican.
La utilidad de la app se expandió desde que Hernán y Marco incorporaron a Bahía Ayuda los links para acceder a las de Julian. De ese modo, necesidades, voluntarios, donantes, mascotas, y autos y patentes perdidos están hace días integrados en la misma solución.
“Eran las 4 a. m. del día posterior al lanzamiento de la app, y veíamos cómo algunas personas la usaban para subir mensajes en los que por ejemplo decían ‘no tengo colchón donde dormir’. ¡No sabés la motivación que nos daba eso para seguir trabajando en mejorar nuestro sistema!”, cuenta Marco, todavía emocionado.
Impacto nacional
En esa carrera contra el tiempo, luchaban para perfeccionar el desarrollo. Increíblemente, así como tanta gente ponía su corazón para asistir, unos pocos se aprovechaban de las vulnerabilidades surgidas del apuro.
Julian lamenta: “Lo tengo cuantificado: 1 de cada 3000 visitas es maliciosa. Y mucha gente que entra a la app sabe de seguridad informática. Algunos ven cosas para corregir y te lo reportan. Otros, te dañan”.

“Sí, nos topamos con especialistas en testing que nos dijeron que había cosas para revisar, que cuando se hacía click en tal lugar se borraban tales campos... Pero también nos pasó que alguien entró para tildar falsamente como resueltos todos los pedidos… Habíamos puesto pública esa opción para que un vecino o un voluntario pudiera hacer ese seguimiento. Tras el hackeo hicimos dos cosas: recuperamos los datos perdidos e instalamos una palabra mágica que aparece al generar un pedido de ayuda y evita interacciones maliciosas”, explican Hernán y Marco.
Dicen que además se puso en contacto con ellos Fiorella, una diseñadora web, para que la app sea todavía más amigable y la plataforma luzca más vistosa. “Todavía no subimos los cambios que aportó. Están buenos. Nosotros somos programadores, no diseñadores”, ríen los tres, más operativos que artistas.
“Mis dos páginas tienen unos 30.000 visitantes cada una. Solo en los dos primeros días permitieron publicar la búsqueda de 180 mascotas, de las cuales 15 tengo confirmadas como encontradas. Hay 734 usuarios suscritos a notificaciones de autos y patentes, y 300 patentes y autos reportados como encontrados”, resume Julian.

Durante sus estudios universitarios, los tres han trabajado en desarrollos mucho más complejos, que llevaron meses de dedicación. Pero este hecho bajo la presión de la tragedia tuvo un alcance inusitado. “De todo lo que hicimos, es el programa más simple que llegó a más gente”, precisan.
El impacto fue enorme porque excedió a la ciudad. En otras regiones del país la gente ve quién necesita qué a través de la app, y puede dar ayuda concreta y directa. Es más: hay voluntarios a distancia que se ocupan de hacer el seguimiento de los casos y marcar como resuelto lo que ya encontró solución para que la herramienta esté siempre actualizada. El agua bajó, pero se siguen subiendo todos los días nuevas necesidades.
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“Lo que aprendimos en nuestra carrera no es solo a programar. El software es una herramienta, pero lo realmente importante es la gestión de los datos. Estoy seguro de que no soy el único que sabe de software y a la vez vio que había mascotas perdidas. Pero hace falta conectar ideas; optimizar procesos, recursos humanos y costos; y tener visión de cómo resolver los problemas”, describe Julian.
A su lado, Marco y Hernán completan: “Por eso queremos poner nuestras habilidades a disposición de fundaciones y demás entidades sin fines de lucro que necesiten usar este desarrollo. Estamos pensando en armar un took kit, un set de herramientas listo para emergencias, para que en cualquier lugar del mundo puedan tener su app local y atender las necesidades derivadas de una catástrofe”.
Se dice que ser solidario es aportar un granito de arena. En este caso, granito a granito se construye un murallón que ya se convirtió en abrazo.