Cada mañana, Carlos Zacarías recorre las calles de Villa Fiorito con su pelota, haciendo jueguitos, como si estuviera siguiendo las huellas de Maradona. Su reto, sin embargo, no es solo físico: es una declaración de amor al fútbol y a una época dorada del deporte que, con la muerte del mejor futbolista de todos los tiempos, dejó un vacío en muchos corazones.
Carlos nació hace 70 años en Chaco. Desde que se jubiló, sus días transcurren entre su casa en Rosario, provincia de Santa Fe, y la de su hermano Julio, ubicada en Villa Fiorito, a tan solo 400 metros de Azamor 523, el hogar en el que nació y creció Maradona.
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Sin saberlo, Carlos se convirtió en una figura peculiar del barrio. Conmovido e inspirado por la partida de su ídolo, decidió iniciar un desafío personal que lo lleva a caminar por las calles haciendo jueguitos con la pelota, en una suerte de homenaje, con la singularidad de que nunca se le cae.
“El fútbol es concentración. Yo me concentro y me olvido de todo. Tiene que salir bien”, dijo Carlos a TN. Su técnica para mantener la pelota en el aire sin que caiga está basada en la calma, la cual lo llevó a dominar el arte de hacer jueguitos. “Lo más asombroso es que puedo caminar hasta siete cuadras seguidas sin que la pelota toque el suelo”, expresó.
Cada mañana, Carlos se levanta a las 6 para hacer gimnasia. Tras algunos ejercicios en los que incluye musculación y elongación, toma la pelota y se pone a hacer jueguitos. “Al principio, lo más difícil era llevarla con la cabeza. Pero con práctica todo se puede. Empecé con un solo pie y al poco tiempo me acostumbré a dominar la pelota con los dos”, indicó.
Con el correr de los meses, su homenaje al 10 trascendió el desafío personal y lo puso como protagonista de una misión diaria que no solo lo mantiene activo, sino que lo conecta con el alma del barrio, las raíces del fútbol y con la memoria de un hombre que cambió para siempre la historia del fútbol en el mundo.
“Siempre me tengo fe”, precisó Carlos, que se jacta de no haber tomado alcohol ni fumado cigarrillos a lo largo de su vida. “Llegué a los 70 años sin tomar ninguna pastilla, estoy bárbaro”, contó.
Carlos aconsejó hacer jueguitos sin pensarlo como un desafío físico: para él es una prueba constante de concentración y fe en sus propios límites. “La práctica y el creer que podía hacerlo fueron mis pilares. Hay que entrenar y tener fe”, agregó.
”Maradona es mi vida, así que no me costó lograrlo”, narró Carlos, que a veces cambia su recorrido y va al Club Estrellas Unidas de Fiorito, en el que Maradona pateó por primera vez una pelota: “Doy varias vueltas por la cancha sin que se me caiga la pelota. Eso me llena de orgullo, porque es la cancha del más grande”.
Julio, su hermano, expresó su admiración por Carlos y contó que está buscando que alguien le done un audífono para que pueda mejorar su capacidad de escucha, la cual empeoró con el correr de los años.
Carlos, con su sonrisa, entrega día tras día una lección de perseverancia y amor. Con él, el espíritu de Diego sigue vivo en su barrio, observándolo desde cada mural que embellece Villa Fiorito: “Si me dan una pelota, yo soy feliz”.
Video y fotos: Lele Heredia.
Edición de video: Facundo Leguizamón.