Coleccionista, filántropo y personaje histriónico, Federico Klemm condujo durante ¡232 episodios! un programa de televisión dedicado al arte llamado El banquete telemático. Otros tiempos. Sin embargo, su espacio cultural, su legado, mantiene muy vivo el ADN del pop art: vitalidad, desenfado, amor al presente y un comentario político acerca de la sociedad de consumo y los objetos industriales (la sopa Campbells de Warhol) que nunca termina de perder vigencia.
Ahora, el verano porteño ofrece Una cita con el Pop. La posibilidad de combatir los calores visitando la estupenda muestra de ese nombre curada por Rodrigo Alonso. Por supuesto, en la sede de la fundación, frente a la Plaza San Martín. El territorio por excelencia del que fue corazón de la vanguardia artística en los sesenta.
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Es un recorrido sorprendente, la exposición de obras que en su mayoría pertenecen a la colección Klemm, más algunas en préstamo. El conjunto ofrece una oportunidad única, y por cierto divertida, de entender de qué se trata el pop art, nacional e internacional, de los siglos XX y XXI, con énfasis en el de los sesenta y sus huellas en lo que vino después.
A la vez, es una puerta abierta hacia la figura de Federico, presente desde la imagen y el sonido de su programa como primera cosa. Rubísimo, vehemente, estrafalario, le habla a la cámara sobre Andy Warhol y enseña, cuenta, hace pedagogía mientras transmite entusiasmo.
Ahora que la banana de Cattelan se vende por cientos de miles de dólares para que un muchacho se la coma, Una cita con el pop sirve para pensar, acaso entender, por qué el pop art marcó el mundo visual que rodeaba a las sociedades que salían de las guerras. Tomando la comunicación masiva, la publicidad, las marcas, los logos, el cine, la moda y el diseño como potenciales íconos de una forma de celebrar (la vida).
Aunque había llegado a la Argentina desde Checoslovaquia a los seis años, Klemm nunca abandonó un acento “raro”. Hizo, de la rareza, un estilo. Rupturista, irritante para muchos, homofóbicos y no tanto. Se formó en pintura, canto lírico y arte dramático, fue parte del Di Tella y de otros espacios alternativos, desde discotecas a círculos intelectuales y galerías de arte. Fundó en 1992 la galería Klemm Arte Contemporáneo, que alberga la muestra actual, para promover el arte nacional e internacional. Estrenó El banquete telemático, junto al crítico Carlos Espartaco, en 1994.
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La tele lo convirtió en un ícono cultural. Un año después, creó la Fundación Federico Jorge Klemm para ofrecer acceso público y gratuito a su colección, una de las más importantes de arte contemporáneo nacional e internacional en la región. En 1997, instauró el Premio Klemm, un certamen anual con vigencia ininterrumpida hasta la actualidad y que representa la vía principal de crecimiento de la colección. Murió en 2002, dejando un legado cultural y un fondo para asegurar la continuidad de la misión de la fundación junto a un Consejo de Administración de la Academia Nacional de Bellas Artes.
La exposición actual vale en serio la pena. Hay maravillas de Carlos Alonso, Richard Avedon, Antonio Berni, Delia Cancela, Jorge de la Vega, Willem De Kooning, Edgardo Giménez, Alberto Greco, Jeff Koons, Roy Lichtenstein, Marcos López (autor de la fotaza de Klemm con la obra de Berni detrás, que sirve de antesala), Man Ray, Marta Minujín, Luis Felipe Noé, Josefina Robirosa, Andy Warhol, y siguen muchas y fantásticas firmas.
Se despliega en distintas áreas, con espacio para las actividades ditellianas y para los vínculos entre el pop y la política, el teatro, los medios y las calles, en su intento por salir de los espacios institucionales e integrarse a la vida cotidiana, como escribe Alonso.