Si pasan por la puerta de Maure 1643 nada les va a llamar la atención. Alamesa se suma como un restó más de la enorme oferta gastronómica que tiene Las Cañitas. Y esa es la idea; que los comensales vayan, no necesariamente por la propuesta integradora, aunque nunca viene mal un poco de empatía social, sino por el lugar divino, la atención dedicada y amigable y, por supuesto, la comida.
A decir verdad, la idea es inmensamente más ambiciosa que ofrecer platos ricos y dar laburo a jóvenes con algún tipo de discapacidad. Estamos ante la inauguración de un proyecto revolucionario que busca cambiar el paradigma desde adentro. Entender la inclusión más allá de los días internacionales que ponen el tema en agenda o los cupos laborales que intentan sumar diversidad a sus plantas, en algunos casos con tareas tan mínimas o casi nulas que solo evidencian la incapacidad para habilitar una real oportunidad.
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Se van a encontrar con un espacio ambientado, diseñado con una señalización bien clara y particular -una letra para cada comensal, un color para cada plato, una carta sencilla en dos pasos con cuatro opciones entre las que no van a saber cuál elegir (bife de pastrami, milanesa de lomo, salmón al panko y abadejo con salsa vizcaína, y también hay opción vegetariana).
Todo esto se sostiene con el trabajo de 40 jóvenes neurodiversos, entre los que se encuentran chicos y chicas con distintos trastornos del espectro autista o algún grado de retraso madurativo. El esquema los desafía y salen airosos. En Alamesa, todos hacen todo, desde la elaboración, el emplatado y la atención al público.
El impulsor de este proyecto les va a sonar. Fernando Polack, el hombre que vimos y escuchamos hasta el hartazgo durante la pandemia; al que admiramos y aplaudimos por las noches desde los balcones. Infectólogo e investigador, fue quien dirigió en nuestro país el trabajo que dio origen a la primera vacuna del mundo contra el COVID-19 y nos permitió asomar la cabeza del encierro e intentar volver a la normalidad.
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El hombre Pfizer, entonces, encara ahora el ensayo más importante de su vida. Lo pensó por Julia, su hija de 25 años, y por tantos otros jóvenes y familias con la misma incertidumbre cuando sobreviene la adultez y se multiplican las preguntas. Qué tal si demostramos que una verdadera integración es posible.
Este viernes, el restaurante abrirá sus puertas al público, luego de un par de semanas de ensayo general con comensales amigos. Ni te gastes, es con cita previa y está todo lleno, pero se toman reservas.
Entonces, ¿por qué ir a comer a un restaurante neurodiverso? Por qué no.