En la Argentina, cada persona produce en promedio 12 kilogramos de residuos electrónicos por año y se logra reciclar menos del 1%. ¿Qué pasa si no se trata correctamente? ¿Por qué es tan peligroso?
Es imposible pensar nuestra vida sin estar rodeados de artefactos electrónicos, desde celulares hasta heladeras o monitores. Todo tiene una placa. Esenciales para la vida moderna. Muchas veces sucede que se rompen al poco tiempo, no tienen reparación y por ende hay que descartarlos. Este mal del último tiempo se llama “obsolescencia programada”. Básicamente una búsqueda de las empresas productoras para que compremos más. Cómo consecuencia: aumentan los residuos electrónicos.
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En la Argentina, todavía no existe una ley que regule este tipo de actividad aunque existen plantas recicladoras como la que tiene Farid Nallim en la ciudad de Mendoza. Allí reciben unos 8.000 kilogramos por mes de basura electrónica, se encargan de recuperar lo que todavía puede ser utilizado y si no se puede extender la vida útil pasa a ser reciclado. Para esto, hay que desarmar y clasificar según el tipo de material.
Las estrellas son las placas de circuito impreso. Esas placas verdes con diferentes piezas metálicas que también esconden minerales preciados: oro, plata y cobalto. El proceso de recuperar estos materiales se conoce como minería inversa o minería urbana. Además del impacto económico, tiene un gran alcance ambiental. “El hecho de recuperar los materiales hace que no sea necesario volver a extraerlos a través de minería”, advierte Farid.
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¿Qué hacer con los residuos electrónicos?
Lamentablemente no existe una legislación nacional que unifique el criterio. La recolección de los residuos corre por cuenta de los municipios por lo que varía según la localidad.