El 4 de diciembre de 1910, año en el que se celebraba el primer Centenario de la Patria, fue bendecida e inaugurada oficialmente la Basílica de Luján, que es el Santuario Nacional por excelencia. Su historia está plagada de curiosidades y misterios.
En primer lugar, su nacimiento ya es de por sí toda una historia inquietante y con mucho contenido espiritual, que roza lo milagroso.
En 1630, un estanciero portugués afincado en Santiago del Estero, hizo traer de Brasil dos imágenes de la Virgen para proteger sus campos. Desde el puerto de Buenos Aires se inició el viaje en carreta hacia el destino final.
La travesía se iba a hacer en postas, dado la imposibilidad de cubrir los casi mil kilómetros en un día. La primera posta se planeó en Capilla del Señor, un paso obligado de caballos, diligencias y carretas de entonces.
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Al momento de reanudar el viaje, en cercanías de una margen del Río Luján, los bueyes se clavaron en tierra y no hubo forma de hacerlos seguir. Creyeron que era por una cuestión de peso, entonces sacaron todo aquello que podía significar demasiada carga para los animales. Sin embargo, seguían clavados.
Hasta que el boyero bajó, entre muchas otras cargas, un cajón liviano entre los que llevaban, y entonces pudo reanudarse la marcha. Como ese cajón no era pesado, lo volvió a subir. Los bueyes volvieron a frenarse. Bajaron otra vez el cajón, y arrancaron la marcha nuevamente. No había caso, cada vez que subían esa caja los bueyes se negaban a avanzar; y cuando la bajaban reanudaban la marcha.
Cuando abrieron esa caja, encontraron una pequeña imagen de la Virgen vestida de blanco y celeste, y decidieron dejarla en el lugar. Intuyeron que ella había elegido quedarse allí: así nació el culto de la Virgen de Luján. Primero en un rancho humilde, después en un templo más grande, hasta llegar con los años a la imponente Basílica actual.
La imagen fue llevada a un campo, donde se le hizo una ermita, y los gauchos comenzaron a venerarla. De ahí que se la conozca como “la virgen gaucha”. Cada vez se fue haciendo más popular. Otra curiosidad es que se designó a un esclavo para proteger a la imagen de la Inmaculada.
El milagro que dio origen a la Basílica
En 1875, el padre Jorge María Salvaire, capellán de la Iglesia de Luján, había hecho una larga travesía a caballo a Salinas Grandes, a los toldos de Manuel Namuncurá. En Carhué fue tomado prisionero por los indios, que lo acusaron de brujería y de haber llevado la viruela. La mayoría pedía que fuera ejecutado.
En eso estaban cuando el sacerdote hizo tres promesas a la Virgen de Luján, para el caso de que lo salvara: en primer lugar, escribir su historia; segundo, propagar su culto; y finalmente lo más importante: construirle un gran templo. De inmediato llegó un joven indio que reconoció a Salvaire, lo tapó con su poncho. En ese momento, los demás cambiaron de actitud y lo dejaron ir. El milagro se había producido y ahora el Padre debía cumplir con lo prometido.
En 1887 se colocó la piedra fundamental de la Basílica. Sin embargo, el proyecto de Salvaire tenía oposición de quienes pretendían algo más sencillo y no veían con buenos ojos que se construyera allí una imponente edificación de estilo neogótico. La objeción era que en Luján no había piedras ni trabajadores que supieran trabajarla, pero el proyecto siguió adelante.
La obra empezó en 1890 y el 4 de diciembre de 1910 quedó inaugurada oficialmente. De todas formas hubo trabajos posteriores que concluyeron en 1937 con la instalación de la cruz de bronce que se encuentra en medio de las dos torres. A partir de allí no hubo más cambios.
La visita de Juan Pablo II, que viajó en colectivo
Si bien Pio XII y Francisco estuvieron en la Basílica de Luján, lo hicieron antes de ser investidos como Sumos Pontífices, por lo cual Juan Pablo II fue el único que visitó el templo más importante de la Argentina como Papa.
Lo hizo el 4 de junio de 1982, en plena Guerra de Malvinas, y produjo una conmoción inusitada. En esa oportunidad ocurrió otra de las curiosidades que siempre se recuerdan: el Papa viajó en colectivo de línea. Efectivamente, para dirigirse desde la Basílica a la estación de tren utilizó uno de los micros de la empresa de línea que ahora se llama “4 de junio”, en honor a ese hecho…
El misterio de los nombres inscriptos y la presencia satánica
En las paredes del templo se pueden ver inscriptos nombres de decenas de personas, que generan curiosidad en los visitantes. Muchos cuentan historias disparatadas sobre el origen de aquello. Pero la realidad es que son los nombres de algunas de las personas que construyeron el templo. También están en los vitreaux de la Basílica los escudos de 14 provincias argentinas. ¿Por qué solo 14? Pues bien, porque en ese entonces ese era el número de provincias que tenía el país.
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Otro misterio de la Basílica está relacionado con imágenes del diablo que se observan en su fachada. En realidad se trata de gárgolas y su función es la del drenaje de agua de lluvia. Son muy comunes de ver en las Iglesias o Catedrales de arquitectura gótica. Para algunos autores, su presencia advierte que quienes no busquen permanecer en estado de gracia, estarán fuera del templo y a merced de los embates climáticos y del tiempo. Es una forma de decir que el diablo está afuera de la Basílica y no adentro.
Otros milagros fortalecieron la historia mítica del Templo Nacional. Uno de ellos fue la cura del Padre Montalvo. El Presbítero llamado llegó a Luján gravemente enfermo de tuberculosis en 1684. Decidió ir a la virgen, que ya gozaba de fama en toda la región pampeana. Tras su cura, como agradecimiento prosiguió la obra de construcción.
Un milagro menos solemne pero celebrado por todo el país, fue el del Mundial 86, cuando la selección Argentina visitó el templo antes de viajar a México y llevó una virgencita que acompañó al equipo hasta en el vestuario. Cuando volvieron con la Copa, todos fueron a darle gracias a la Inmaculada.