La Comparsa de la Esquila es una maquinaria de trabajo casi perfecta. Quienes la comandan no estudiaron en la universidad, ni los trabajadores recibieron entrenamiento en ningún instituto. A los que dirigen les basta con ser buenas personas y a los que trabajan les sobra con ser entusiastas laburadores.
Se trata de un grupo de 14 o 15 personas, en su mayoría jóvenes de entre 20 y 28 años que recorren los caminos de la Patagonia esquilando ovejas. Un equipo que esquila entre 900 y 1000 ovejas por día: un total de 40 mil por campaña anual. Todo en pleno invierno, con temperaturas bajo cero, muchas veces bajo la nieve.
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Para alcanzar esos números cada uno de los seis esquiladores trabaja a destajo. De una forma muy metódica y ordenada. Y reitero: tienen entre 20 y 28 años, un dato no menor en el día a día de la Argentina de hoy. Números que tenemos que tener en cuenta cuando decimos que la Argentina no tiene futuro.
Con jóvenes así, sí lo tenemos. Son muchachos de la Argentina profunda. Dignos y auténticos exponentes de un sector al que se denomina “campo” y que muchos en la ciudad critican y combaten sin tener idea de que están hablando. Cada uno de estos chicos tardan entre dos y medio y tres minutos en esquilar una oveja. Mucho menos de lo que otros tardan en enviar un tuit o en posar para una foto de Instagram.
Hay estancias en el sur que los esperan con cuatro mil o cinco mil ovejas listas para esquilar. Pero otros establecimientos son casi una ciudad: la estancia Punta de Oyola, por ejemplo tiene 15 mil ovinos. Para que este grupo de jóvenes pueda cumplir en tiempo y forma con las necesidades productivas de los estancieros tienen que trabajar con mucha disciplina.
Cumplen horarios meticulosamente cronometrados a los que todos responden con rigurosa puntualidad. Los turnos son de 6:30 a 8:45, 9:30 a 11:45, 14 a 16:15, 17 a 19:15. Pero unos minutos antes del inicio de cada tanda los jóvenes ya están en su puesto de trabajo: revisando las tijeras eléctricas, ubicando a las ovejas en los corrales y preparando la mesa de trabajo. En el minuto exacto en que hay que empezar a trabajar suena una campana y la comparsa empieza a sonar.
El combustible de toda esta movida es el entusiasmo. Pero también la comida, y ahí el Turco, el cocinero, es una pieza fundamental. El no prepara solamente las cuatro típicas comidas diarias, los esquiladores comen mucho más. El cocinero tiene que preparar una comida para cada descanso: en total son 6 comidas diarias. Se necesitan muchas calorías para hacerle frente a un trabajo tan duro: el desayuno más común es un churrasco o costillas de cordero.
Además de los esquiladores y del cocinero en el equipo hay un maquinista (quien afila y mantiene a punto las tijeras eléctricas), dos belloneros (quienes levantan los bellones de lana y la llevan a la mesa donde se acondiciona), dos meseros (quienes sobre una mesa preparan la lana) y un prensero (quien compacta la lana para su despacho). Este es el conjunto ideal.
La jornada de trabajo es de 12 horas. Lo que restando cada uno de los descansos da un total de 9 horas netas de duro trabajo. La temporada de esquila puede durar 2 o 3 meses. Son números a los que estos jóvenes le hacen honor. Cada hora, cada día, cada mes trabajado es para ellos un mandato, un honor y una alegría.
