Leer este tipo de historias puede generar en usted, estimado lector, las sensaciones más diversas. Lo que no va a suceder es que permanezca imperturbable. Y cierta agitación mental se activa porque los innovadores, los arriesgados, los visionarios, los emprendedores en general parecen dueños de ciertas partículas elementales que a todos nos gustaría tener.
El camino suele iniciarse de manera fortuita. Un antojo, un pedido a domicilio, un paquete que se abre, unas piezas sushi, una salsa de soja y juegos de palitos no tan fáciles de manejar. Varios juegos. Juegos de sobra. Y ahí el clic, al abrir el cajón de cubiertos para guardar los que no se usan y observar que por cada pedido la cantidad se engrosa. Innecesariamente se engrosa. Esto que puede ocurrirle a usted, estimado lector, también le pasó a Agustin Vierheller.
Leé también: Inventó una máquina para hacer cápsulas de café y hoy las vende en todo el país
Mientras usted y yo seguimos adelante con nuestros asuntos, aquella noche Agustín frenó (mentalmente, porque cada una de las piezas de sushi fueron prolijamente consumidas) y activó. Fue hace 14 años. Buscó material y encontró que para hacer esos palitos se talaban 20 millones de árboles por año, la mayoría álamos y abedules chinos. Algo hay que hacer, pensó antes de reformular: algo tengo que hacer.
“El arroz me gusta, se nota en mi cara”, dice ahora, tocándose el mentón, instalado en su búnker de Bulogne, partido de San Isidro. Corrió mucho sudor entre aquel primer pensamiento a la hora de la cena y esta realidad empresarial. Su búnker, su fábrica, su esquina, es el lugar que eligió para convertir aquel pensamiento en acción. Y desde allí fabrica 30.000 palitos de sushi y helado comestibles y biodegradables, a base de harina de arroz. Un sueño.
Así lo cuenta: “Como no soy ingeniero tuve que rebuscármelas solo. Yo trabajaba en el campo y no tenía la menor idea de esto. Me puse a estudiar y decidí meterme en un terreno en el que no había nada. Y acá estamos”. Acá estamos significa que además de estar con los pies, las manos y el alma en este proyecto, en esta fábrica también atravesó y atraviesa los vaivenes tormentosos de una economía que no le da respiro. “Las mayores alegrías después del nacimiento de mis hijas las pasé en este lugar. También las peores tristezas. Es un lugar que contiene mucho amor y muy buena vibra”.
Cuenta la leyenda que Agustín desconfiaba de los ingenieros que lo asesoraban porque pensaba que alguno le robaría la idea. Esa leyenda también cuenta que con 50.000 pesos compró la primera plancha de acero y ahí empezó la aventura que hoy lo encuentra fabricando y exportando no sólo palitos de sushi y helado sino también revolvedores de café y cucharas de helado biodegradables. La leyenda tiene algunos capítulos por escribir: pronto habrá vasos y platos.
Leé también: El secreto del éxito: gracias a un video de TikTok padre e hija hicieron crecer su negocio de motorhomes
“Me toca el alma estar sentado en una heladería y ver que un chico le pega un mordiscón a un palito comestible que fabriqué yo. O a una cucharita. Eso me ayuda a seguir cundo las tormentas son fuertes”, se sincera. Lo disfruta él y lo disfrutan sus socios y amigos. Se rodeó bien, eligió a la gente adecuada y a partir esa columna también apuntaló su éxito.
¿Importa que hoy tenga una facturación millonaria? A quienes piensan que es difícil emprender tal vez los ayude a lanzarse, sobre todo porque se puede vivir bien a partir de un proyecto propio. Agustín lo relativiza: “No tengo un mango porque reinvierto y reinvierto todo el tiempo. Me da placer girar mi cabeza y ver cómo trabajan las máquinas que yo mismo inventé. Me da placer crecer”.
De cerca lo escuchan su esposa Victoria con su hija recién nacida en brazos, su socio Juan sin el que “no podría haber hecho esto”, y su amigo de toda la vida Pablo que confió en el éxito de la empresa ni bien la escuchó. Él los mira con complicidad, los escucha cuando son ellos los que hablan y les agradece cada palabra. Ellos lo describen como un emprendedor positivo, arriesgado e inquebrantable.
Leé también: El secreto del éxito: dejó su trabajo en una casa de cambio y hoy produce garrapiñadas premium
Aquella noche de 2008, cuando el buscador de su computadora le devolvió datos tales como que se talaban once canchas de fútbol por día para hacer palitos de sushi, en su cabeza las ideas se reordenaron. Y de a poco fue sorteando obstáculos, saltando casilleros, metiéndose en los detalles, desarrollando fórmulas, probando como cocinar mejor la harina de arroz y ajustando cada tornillo de sus máquinas.
Así llegó a ser lo que es, un pionero a nivel mundial.
Estimado lector, ahora sí, ahora que llegó al final de la historia puede quedarse repasando datos, puede abrir el cajón de los cubiertos o puede seguir con sus obligaciones, que no son pocas ni fáciles.