Nunca dejó de recordar aquellas tardes infantiles repletas de carencias en las que un juego de chapas sucias y ollas de plástico la ayudaban a imaginar un mundo mágico. Nunca borró de su mente que bajo el sol abrasador de su Chaco natal sus padres la educaron en el esfuerzo y el sacrificio como caminos posibles para alterar un destino pantanoso.
Para Vicky Parra los recuerdos siguen intactos. Sobre todo hoy, gracias a que logró convertir aquel humilde mundo mágico de su mente en un negocio extraordinario. Aquellas chapas filosas y ollas abolladas hoy son mini masiones equipadas con detalles de lujo que pueden costar varios millones.
Leé también: Dejó su trabajo y una frase la ayudó a crear su marca con $50 mil: “Abuela, a vos te vamos a hacer famosa”
“Yo hice mil cosas antes de encontrar esta pasión -cuenta hoy-. Incluso me recibí de maestra mucho antes de que un hecho fortuito me llevara al lugar en el que estoy hoy”. Ese hecho no buscado fue un reposo médico obligado que la tuvo 40 días en la cama. “No paré de mirar cosas en mi teléfono y de repente me crucé con unas casitas hermosas que hacían en el norte de Europa: esto se podría hacer acá, pensé”.
Entonces tomó envión con 3000 pesos en la mano y la intención de construir la versión moderna de la casita del árbol. Aceleró. Fue a fondo. En el camino tropezó con un carpintero estafador y una cadena de contratiempos en un rubro que desconocía. No abandonó. Le dijeron que era una locura y que no había mercado para sus casitas. Siguió. Y siguió. La apuesta tuvo el distintivo que tienen los objetos únicos y en pocos años entregó 80 minimansiones.
Aquel ojo curioso de una mujer en reposo es el que hoy maneja una empresa que da trabajo a 40 personas y tiene clientes (muchos de ellos en lista de espera) en Argentina, Asia, Estados Unidos y España. “Muchos me piden ´la casita de Matilda’, la hija de Luli Salazar, o ‘la casita de Mirko’, el hijo de Marley; yo les digo que sí, pero hablo con los clientes y les personalizo todo en función de los chicos que van a usarla y los padres, que también van a disfrutarla”, cuenta Vicky.
Sus dos clientes mediáticos le sirvieron como una enorme muestra publicitaria para su proyecto. Las fotos de las casitas se multiplicaron por miles y aparecieron en revistas, canales de televisión y redes sociales. Hoy tiene incluso una habitación ambientada en el hotel Four Seasons (los padres pueden pasar la noche en una habitación contigua y conectada mientras sus hijos hacen pijama party) y está a punto de inaugurar un espectacular showroom en San Telmo. No tiene techo.
“El valor diferencial –detalla el carpintero que le cumple todos sus deseos- es que las casitas tienen aire acondicionado, televisor y heladera que funcionan. No son de juguete. Los chicos salen de la pileta, se meten a la casita y tienen agua fresca, buena temperatura en el ambiente y si tienen ganas pueden servirse un helado del freezer”. Tienen materiales resistentes para durar muchos años, entrepiso con un colchón para que los niños duerman y pronto las canillas de la cocina tendrán agua con sistema de célula fotoeléctrica.
Sabe Vicky que su espíritu emprendedor podría llevarla en el futuro por otros caminos. Y eso la deja tranquila. “Hoy estoy feliz y disfruto mucho de esto a pesar de que me resulta difícil desconectarme para estar con mi familia. Mañana veremos”. Hoy en su cabeza hay más presente que futuro, mientras aquel pasado lejano funciona como plataforma indispensable para valorar cada gramo de un éxito personal.