Para los fines de esta nota, la llamaremos Milagros. Como tantos otros, llegó de la diezmada Venezuela junto a su familia en octubre de 2019. Durante ese año, buena parte del país había vivido una frustración más en el intento por empujar un cambio político. La situación económica era insostenible y la adolescente y su familia dejaron atrás los sueños de su Anzoátegui natal y asumieron, por delante, un horizonte de incertidumbre en esta tierra más fría. Empobrecidos por la migración, llegaban para comenzar de nuevo.
Los primeros meses de 2020 en la Argentina hicieron todo más difícil. Para quienes vinieron buscando un empleo que les diera estabilidad, la pandemia hizo que eso se convirtiera en una carrera de obstáculos. Los trabajos que conseguía Thays, su mamá y Joaquín, su padre, sufrían los embates de la parálisis económica y la precariedad. En medio de la presión de los cambios, la familia que había que mantener y el miedo a que alguien tomara su único patrimonio -la casa familiar de Venezuela-, Joaquín sufrió hacia fines de 2020 un ACV que lo dejó internado. Allí comienza una historia de sufrimiento que parecía no tener final.
La búsqueda de trabajo
Milagros observaba cómo su madre intentaba cuidar a su papá, mientras se hacía cargo de ella y de sus dos hermanos más pequeños para salir adelante. Claramente, no podía sola. La joven de apenas 18 años decidió comenzar a buscar trabajo para ayudarla. Encontró en un grupo de Facebook una búsqueda en una tienda textil de Once y estaba dispuesta a comenzar a trabajar cuanto antes. “Mi papá estaba internado. Él, junto con mi mamá, eran el pilar fundamental de la familia económicamente y en todos los aspectos. Busqué por Facebook en los grupos de venezolanos y allí encontré un empleo. Era en una tienda de uniformes para doctores, enfermeros”, recuerda.
Pocos días después, -el 23 de enero de 2021-, fue citada en la tienda Uniformes Garzón, de la calle Paso. “Fui y estuve hasta las dos de la tarde. El dueño me preguntó si quería algo de comer y le dije: “No, gracias”. Entonces, me ofreció agua. La tomé y no pasaron ni cinco minutos y yo ya sentía que me mareaba. Agarré mi celular y les mandé un mensaje a mi mamá y a mi hermana. De ahí, ya no sé”. Según relata, el primer recuerdo que tiene de lo que sucedió después es la imagen del hombre poniéndose los pantalones.|. Luego, adormecida, recuerda la llegada de la policía junto a su madre que, apenas recibió el mensaje, corrió desesperada a buscarla.
Pese a que prefiere no hablar en detalle lo que pasó ese día, Thays asegura que desde un primer momento estaba decidida a pelear por Justicia. “Le pedí a mi hija su permiso obviamente porque, desde que yo llegué, escuchaba ‘violación, violación, violación’ y no hacían nada. Estaba traumada de tanta injusticia acá y ese fue uno de los motivos que me llevó a que la gente conociera la verdad. Y gracias a Dios que lo hice así porque salieron muchas cosas a las que les pasó lo mismo que a mi hija y que no pudieron hablar. El patrón que él ejercía era buscar chicas jóvenes y migrantes. Él sabía lo que estaba haciendo”.
El acusado de violación volvió a estar preso
El rostro de Thays pasó a estar en todos lados, generalmente junto a carteles y remeras con la frase “Garzón Violador” y un pedido claro a quienes debían investigar. “Llamamos a los jueces y fiscales, autoridades de esta Nación, a que escuchen el pedido de Justicia que hace una mamá desesperada porque el violador está libre”, decía, ante las cámaras de televisión y ante las personas que se plegaron a la movilización convocada cuando la jueza, Karina Zucconi, decidió que el acusado atravesaría el proceso en libertad por no tener antecedentes penales.
Frente a la apelación de las fiscales, Silvana Russi, de la Fiscalía Nacional en lo Criminal y Correccional 41 y Mariela Labozzetta, titular de la Unidad Fiscal Especializada en Violencia contra las Mujeres (UFEM), Sala I de la Cámara del Crimen, decidió revocar la excarcelación para Irineo Garzón, acusado de haber violado a la joven venezolana. Esa fue la primera señal de alivio que Thays y su familia esperaban para comenzar a procesar el horror. También fue un mensaje para otras jóvenes migrantes que, en la situación de vulnerabilidad en la que muchas veces se encuentran, han sido víctimas de engaños y abusos que permanecen impunes.
La muerte del padre de Milagros
Lo que vino después de ese 23 de enero en la vida de Milagros fue una espiral descendente y oscura. Pocos meses pasaron y Joaquín, su padre, falleció. El dolor parecía interminable “No quería salir. No confiaba en nadie”, cuenta quebrada, recordando el pánico con el que daba un paso para acercarse a la calle. “Cuando mi papá falleció, sentí que nos quedamos solos”, cuenta entre lágrimas.
Pero aún en ese abismo, un día llega el final de la caída. No es mágico ni lineal, pero llega. Así lo dicen hoy los ojos más serenos de Milagros y las frases que enuncia su madre, desde la pequeña sala del departamento. “Mis palabras para ella siempre fueron: “Tú puedes, tú eres fuerte”. Y siempre le dije: “Mírame”. Hay que ser fuerte. ¿Tienes una cruz? A veces la vamos a tener. Pero tenemos que aprender a caminar”.
Ese imperativo de seguir adelante marcó el viaje de reconstrucción de Milagros, que hoy cursa el segundo año de la carrera de analista en sistemas y cuenta orgullosa que tiene el mejor promedio de su clase. Sonriente nos cuenta que luego buscará su título de ingeniera y asegura que pudo ponerse de pie también gracias a muchos ángeles desconocidos que se solidarizaron con ella.
“Estoy muy agradecida con todas esas personas que se movilizaron porque nosotros estábamos solos acá, -dice-. Mi mamá siempre ha sido una mujer guerrera. Al principio yo sabía que ella algo iba a hacer. No se iba a quedar tranquila. Soy valiente por ella. Me dio la capacidad de seguir adelante”.