“Ahora me levanto a las 4.30 para ir a trabajar. Hace unos años, a esa hora iría por el cuarto o quinto baile”. La de Juan José Zardini es mucho más que una historia de reconversión durante la pandemia. Después de 40 años y una carrera como sonidista de Rodrigo Bueno, Leo Mattioli y otras figuras de la música tropical, cambió las consolas y la noche por las obras y los amaneceres: pasó a trabajar como empleado en la construcción. “Mi primer empleo en blanco”, bromea, y traza así otro resumen del volantazo hacia una nueva vida.
Sin proponérselo y en silencio, este hombre de 54 años fue pieza importante en la carrera de una generación de intérpretes que hizo bailar al país entero. Zardini conoció los raides frenéticos de la noche, marca registrada en la industria de la bailanta. Ganó muchas cosas y perdió otras tantas. Ganó un dinero que nunca sirvió para comprar una vida tranquila. Hasta que llegó la pandemia, que significó una crisis y una oportunidad.
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“Le prometí a Dios que si me daba un buen laburo dejaba todo”, cuenta en la charla con TN. Encerrado en su casa de Villa Constitución, en las afueras de Rosario, “Juanjo” masticaba nervios: la cuarentena había colocado en una pausa indefinida los shows musicales en vivo, y el sonidista se había quedado sin su única fuente de ingresos.
Zardini sobrevivió con changas en la construcción. En ese tiempo, asistió a un seminario en la Parroquia Nuestra Señora de Fátima, se acercó a la fe y una mañana la oportunidad llamó a su puerta: un amigo lo convocó para trabajar en la empresa Egea S.R.L.
“Soy pañolero, administrativo de obra. Tengo a cargo el control de materiales y también hago mantenimiento. Arreglo máquinas. Me ayuda saber de sonido y haber manejado tantas consolas a lo largo de mi vida”, comenta, y vuelve sobre la promesa: “No vuelvo más a la noche. Dios me cumplió y a Dios no se le puede fallar”.
Arrancó a los 14 con “Cacho” Castaña y fue parte del furor de Rodrigo y Leo Mattioli
La decisión, sin embargo, tiene otras bases que la sostienen: “Laburé 40 años como sonidista y no tengo un solo aporte. Terminabas de trabajar, te daban tu plata y listo”. Asegura que en su nuevo trabajo le pagan “el doble que por manejar 20 consolas digitales”, y eso explica “por qué se cayó el negocio y varios compañeros tuvieron que buscar otras alternativas”.
Antes de la pandemia y de que Vía País contara su historia, Zardini venía de trabajar durante tres años como sonidista de Nico Mattioli, cantante y único hijo varón del “León Santafesino”. También fue parte a largo aliento del staff de Uriel Lozano.
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Antes de afincarse en Villa Constitución hace 18 años, se crio en Victoria, partido de San Fernando. En los inicios de la adolescencia frecuentaba la empresa de sonido de su cuñado y se interesó por el trabajo.
Una casualidad marcó el bautismo de su carrera: “Cacho” Castaña contrató un servicio de equipos para un show y un jovencísimo “Juanjo” fue como asistente. El autor de Café La Humedad tenía una exigencia: quería que su voz tuviera eco. El chico pasó el examen sin apuros, Castaña quedó encantado con su trabajo y lo adoptó como sonidista en sus siguientes presentaciones.
Zardini incursionó en la bailanta unos años más tarde, con Lía Crucet. En la inauguración de Metrópolis, mítico boliche porteño de la movida tropical, manejó las consolas y tuvo otro encuentro que intensificó una rutina gobernada por la noche: conoció a José Luis Gozalo y a Eduardo “Pichín” Bueno, manager y padre de Rodrigo, y lo invitaron a sumarse al equipo. Así grabó en vivo Lo mejor del amor y A 2000, cuádruple disco de platino que consolidó a “El Potro” como un éxito rotundo en todo el país.
En junio de 1999, en la noche de un show en San Fernando del Valle de Catamarca que forjó el inicio de la carrera de Walter Olmos -otro cantante de la movida tropical con vida vertiginosa y destino trágico-, Rodrigo celebró en vivo el nacimiento de Thiago, hijo de su sonidista. Zardini sonreía desde el escenario: 24 horas después del parto, había viajado desde Buenos Aires para estar en la función.
“Así era mi vida entonces, y me costó muchísimas cosas: mi matrimonio, por ejemplo”, rememora. En esos meses del pasaje de un siglo a otro, ya con 11 años de trabajo junto al astro cuartetero, el sonidista recibió una oferta para comenzar a trabajar con Leo Mattioli. Distinto artista, misma vida y una aclaración: “Los dos pagaban muy bien, eh. En esa época se ganaba buena plata”.
“Leo hizo el tema Yerba Lavada para mí. Era la historia de mi separación”, cuenta con mezcla de orgullo y melancolía. Y pinta un nuevo retrato de la fiebre nocturna que dominaba su agenda: “Una vez, en Concordia, teníamos programado un show a la 1.30 de la mañana. Llegamos a las 10. Suele ser complicado, viste. Hay veces que de un baile a otro tenés 700 kilómetros en el medio”.
Y sigue: “Todo el mundo se había ido, hasta que en una radio local empezaron a decir: ‘Está Leo Mattioli con sus músicos esperándolos’. No sé cómo, pero en un ratito se llenó todo el gimnasio. Tocamos y terminamos pasado el mediodía”.
Cuarenta años en la noche y el volantazo hacia una nueva vida: “Ahora disfruto otras cosas”
“Juanjo” traza una radiografía del tiempo compartido con ambos artistas: “A Rodrigo lo recuerdo eternamente joven, con rebeldía y muchísimo talento. No solo tenés que saber cantar bien. Yo conozco gente que canta muy bien y lo escucha solamente la familia. Rodrigo tenía ese plus, un carisma inigualable”.
“Leo era un grande. Como artista y como persona. ¡Cómo componía! En un show en Reconquista se conmovió con la historia de una chica no vidente y durante el viaje de vuelta le escribió Carta del Corazón. Flor de temazo y en un ratito lo hizo, eh. Cada canción suya era una historia. Ocho años trabajé con él”.
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Y marca otro punto en común entre los dos: “A ninguno le gustaban las fotos. Por eso casi no tengo imágenes con ellos. En esa época no había celulares con cámara y, la verdad, no me daba para andar molestándolos. Ya los jodía todo el mundo, y yo no quería ser uno más. Una vez sí le pedí a Leo sacarle una foto con Thiago”.
Cuando se enfrenta al espejo de la vida, Zardini se siente en paz: “Ahora disfruto de otras cosas. Por ejemplo, mi hijo juega al fútbol en Atlético Empalme y lo voy a ver”. Aunque tiene decidido no mirar hacia atrás, Zardini asegura que sus 40 años como sonidista fueron “lo mejor” de su vida: “Viajé seis veces a Ushuaia y nueve a Cataratas del Iguazú. Conocí la Argentina y otros países gracias a mi trabajo. ¿Con qué plata pagás eso?”.