El ruido atronador de los autos hace que te duelan los oídos. La vibración de la pista hace que te tiemblen las piernas. Pero cuando el corazón te empieza a latir más rápido no es por nada de eso: es por la pasión.
El TC es el deporte que más fanáticos tiene después del fútbol. En cada carrera, del otro lado de las puertas del autódromo se vive una verdadera fiesta. Allí se cruzan los hinchas de Ford y Chevrolet, una especie de River-Boca pero con mejores modales.
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Tres o cuatro días antes de la carrera los fans se van juntando en los alrededores de la pista. Pasan las noches en carpas, casas rodantes o directamente en el auto. Comida y bebida nunca faltan. Lo que más sale es el asado y el Fernet.
En los boxes el panorama no es menos colorido. Cada auto tiene un grupo de mecánicos que arman el vehículo desde cero. El jefe de todos ellos es el mecánico más experimentado. Ellos cargan mucha responsabilidad. Es por eso que andan siempre ocupados y muy serios.
Pero esos hombres no están solos en la patriada. Detrás de ellos hay un gran equipo. Un grupo de mecánicos más jóvenes los secundan. Ellos trabajan a destajo y los días antes de la carrera duermen solo tres o cuatro horas.
Yo soy un debilucho y no pudo levantar ni una pinza del piso. Pero ellos se pasan: mueven neumáticos, cajas de cambio y motores como si fuesen de telgopor. Técnica y fuerza van de la mano.
Mi mecánico puede tardar una semana en arreglar el limpiaparabrisas de mi auto. Ellos pueden cambiar el motor, poner los amortiguadores y todo lo que necesita un auto para correr a 280 kilómetros por hora en media mañana.
Los ingenieros son otra especie dentro de esta fauna. Son los más serios, medidos y como todos, súper profesionales. Van de acá para allá con sus maletines llenos de computadoras y miden hasta el viento que sopla en la pista.
Durante la carrera se encierran en un pequeño cuarto repleto de pantallas, computadoras y estadísticas. Con esa información pueden ordenar cambios en el auto o en la conducción. Le pueden pedir a los mecánicos que ajusten unos grados el ángulo de alerón o explicarle al piloto cómo entrar en una curva difícil.
Los pilotos son los príncipes de la historia. Jóvenes, atléticos y de buenas familias llegan a la carrera cuando el auto ya está armado, probado y limpio dentro de los boxes.
Disponen del dinero, las conexiones o los auspiciantes que les hacen posible acceder a esa butaca. También están -y no son menos-, los meritorios. Los que les costó mucho llegar a subirse a un auto de TC. A esos es difícil ganarles.
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Pero el que tiene el mapa macro de lo que pasa en las carreras es el “dueño” del equipo. El lleva a adelante las contrataciones de los profesionales pero también tiene la representación de toda la escudería. No es sólo el director de recursos humanos. Es también el Ministro de Economía y el Canciller.
En la última carrera, cuando hubo que salir a pelear por la infracción de un piloto de la contra, él se presentó ante las autoridades de la Asociación de Turismo Carretera. Con esa intervención su piloto subió un puesto en la línea de partida y arrancó la carrera en la pole position. Como verán no todas las batallas se juegan en la pista.
Así como los pilotos se juegan la vida en cada curva y a 280 kilómetros en la recta, el resto del equipo le pone el alma a esos autos. Se trata de un trabajo que no mide esfuerzo físico o mental y no tiene horarios ni descanso. Ellos lo dan todo y no lo hacen solo por trabajo. Sería obvio decir que es una pasión. Pero quizás me quede corto.
