Lucy Melo se fue por la puerta grande y con el aplauso de todos los vecinos a los que durante 50 años despertó con la magia que siempre tiene el teatro. Y a la vuelta de la vida, al mirar hacia atrás, se encontró con un batallón de agradecimientos que la apabullan, la desconciertan y la llenan de felicidad.
Creemos controlar todo en nuestras vidas pero el reconocimiento de los otros, cuando es genuino y espontáneo, se torna indomable. Así anda Lucy por las calles de Lima, en el partido de Zárate, tratando de sortear todo lo que sin proponérselo se le vino encima.
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A los 81 años cedió su lugar de directora del grupo vocacional de teatro para que otra persona más joven siga con la misión de que el pueblo tenga todos los años el estreno de una obra donde los protagonistas son el verdulero, la peluquera, algún empleado de la central nuclear de Atucha, las ama de casa, el bancario o quizá alguna empleada municipal. Todos son bienvenidos al convite de convertirse en artistas sobre el escenario del teatro local.
Lucy arrancó hace 50 años y de manera ininterrumpida se dio entera. Desde 1971 estrenó más de 45 obras y trabajo con más de 250 personas que hicieron de artistas, apuntadores, técnicos, maquilladoras, peinadoras, acomodadores. ADELA (Amigos del Arte) cumplió con el propósito de que la cultura sea un ágora donde todos caben.
Cada noche de estreno era una fiesta esperada por los buenos vecinos que a la hora exacta de la función estaban allí con sus mejores galas, la camisa planchada, los zapatos lustrados y el corazón dispuesto a vivir en carne propia las alegrías y los dramas que siempre se desatan en cada personaje sobre las tablas.
Los que trabajaron con ella coinciden en algo: Lucy los tuvo cortitos, fue estricta, detallista, sin filtros, con un oído siempre dispuesto a escuchar y con la voz alzada cuando alguien pretendía romper con la excelencia y el compromiso que requiere el arte bien entendido.
Más de una vez pegó unos cuantos gritos si alguien del grupo se descarriaba, pero también fue muro de lamentos para los que necesitaban una caricia, un consejo, una mirada. Una especie de “mamma grande” escondida en esa directora de baja estatura y siempre llena de ganas.
La fui a buscar a su oficina en la secretaría de Cultura y caminamos juntos hasta el teatro donde ha dejado casi toda su vida. Lucy sigue mostrándose como un roble que se descascara en lágrimas cuando mira hacia atrás. “Tuve una vida muy difícil –me cuenta- y en un momento no me quedó otra que elegir entre la máscara del drama o la de la comedia, como en el teatro… y elegí la comedia”
-¿Y valió la pena esa elección?, le pregunto mirándola a sus ojos.
-Es lo que me permitió llegar hasta aquí, de otra manera no lo podría haber hecho.
-Y ahora que ya lo hizo –insisto- ¿Qué máscara hay en usted?
-Lo más lindo es que ya pude sacarme todas las máscaras posibles, ahora finalmente soy yo y eso me permite disfrutar de mi propia libertad.
Lucy Melo fue vanguardia porque siempre se animó a lo distinto, porque tenía propuestas de avanzada, porque lideró la cultura en Lima cuando el tema aún era cosa de hombres, porque salió a defender sus ideas y proteger a su gente, porque fue guardiana de sueños y cazadora de talentos ocultos, porque se plantó frente a la censura y nunca se dejó tentar por la tilingueria de paso.
Más de una vez, y fueron unos cuantos, le tiraron el deshonor por la cabeza y algún boicot berreta por la espalda. Ella siguió de frente y sin matiz, con la única herramienta que tienen los artistas cuando baja el telón: sacarse el maquillaje y dar la cara.
Ese es su legado. Por eso tantos aplausos en su nombre.