Los hallazgos de carbón vegetal en la isla James Ross pintan un panorama ardiente del continente durante el Cretáceo y podrían ayudar a planear para el clima externo actual.
Imagina los bosques de la Patagonia chilena: húmedos y fríos, densos de araucarias y otras coníferas resistentes. Ahora imagínalo con dinosaurios caminando por ahí. Y en llamas.
Así era la Antártida hace 75 millones de años, durante el período Cretácico, una época conocida por los investigadores como un “mundo de superincendios”. Un artículo publicado el mes pasado en Polar Research por Flaviana Jorge de Lima, de la Universidad Federal de Pernambuco, y otros científicos de Brasil, demuestra que ningún continente se libró de estas conflagraciones, ni siquiera el territorio que hoy es notorio por su clima seco e inhóspito y su paisaje en gran parte sin vegetación.
Aunque la investigación sobre los incendios forestales prehistóricos —llamados propiamente “paleoincendios”— lleva décadas en marcha, gran parte de ella se ha concentrado en el hemisferio norte. La Antártida fue “antes considerada como una región sin grandes incendios, pero eso cambió”, dijo André Jasper, de la Universidad del Valle de Taquari, en Brasil. Es uno de los autores del trabajo y forma parte de un grupo de investigadores de todo el mundo que buscan pruebas de incendios que ardieron hace entre 60 y 300 millones de años.
“Es realmente interesante para nosotros porque ahora estamos demostrando que no solo el hemisferio norte ardía, sino también el hemisferio sur”, dijo. “Era algo global”.
Los científicos pueden encontrar pruebas de los paleoincendios con el estudio de los anillos de los árboles carbonizados, el análisis de los sedimentos de los lagos antiguos o al examinar las moléculas del carbón vegetal fosilizado. Para este trabajo, los investigadores analizaron el carbón vegetal extraído de los sedimentos de la isla James Ross de la Antártida en 2015 y 2016.
Este carbón vegetal no es, en apariencia, nada especial.
“Si haces un asado, tendrás el mismo tipo de material”, dijo Jasper. Pero el equipo utilizó software de imágenes y microscopía electrónica de barrido para analizar estos lustrosos pedazos, del alto de una moneda de 25 centavos estadounidenses y varias veces más anchos. Encontraron algo mucho más interesante que los restos de una comida al aire libre: células homogeneizadas y un patrón de picaduras que demostraba que estos fósiles comenzaron su vida como plantas antiguas.
Al emplear el carbón vegetal, “es posible entender un poco mejor el escenario del fuego, hace 75 millones de años”, dijo Jasper.
Con técnicas cada vez más sofisticadas, los científicos pueden reconstruir ecosistemas antiguos y patrones de incendios con una precisión cada vez mayor, mencionó Elisabeth Dietze, vicepresidenta de la International Paleofire Network, que no estuvo afiliada al estudio. Señaló que los marcadores moleculares del carbón vegetal podrían indicar a los científicos qué tipo de vegetación se quemó: por ejemplo, las formas moleculares más redondeadas y chapadas indican biomasa leñosa.
En 2010, investigadores en la isla Rey Jorge reunieron por primera vez pruebas de que la Antártida no se libró de los antiguos incendios forestales. Pero las muestras de esa expedición estaban mal conservadas y los investigadores solo pudieron especular que el carbón vegetal procedía de una conífera. Los investigadores hicieron una evaluación más precisa de estos nuevos restos carbonizados: sospechan que proceden de una Araucariaceae, una antigua familia de coníferas.
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Para los investigadores de los paleoincendios, la siguiente gran pregunta sobre estos antiguos incendios se refiere a la relación causal. El Cretáceo estuvo marcado por extinciones masivas, fluctuaciones en la cantidad de oxígeno en la atmósfera y cambios en la cantidad de vegetación que cubría el planeta. ¿Fueron los incendios los causantes de estos cambios, o fueron los cambios los que provocaron los incendios? Entender este mundo de superincendios ayuda a los investigadores a desarrollar modelos para los periodos de rápido cambio ecológico y creciente número de incendios, como ahora.
“Cuanto más sepamos sobre el pasado y los vínculos entre el ecosistema y el clima, mejor preparados estaremos para el futuro”, afirma Cathy Whitlock, de la Universidad Estatal de Montana, que no está afiliada al estudio.
En cierto modo, la época en que vivimos los humanos no se puede comparar con el Cretáceo: en aquella época, nuestros continentes, incluida la Antártida, aún se estaban formando. Pero sigue siendo notable que las regiones de alta latitud eran cálidas, boscosas, sin hielo y propensas a las llamas, una dirección hacia la que podríamos estarnos dirigiendo.
“Por supuesto, esto fue hace millones de años, pero ahora tenemos un conductor”, dijo Jasper. “Nosotros somos el conductor. Hoy en día tenemos a los humanos poniéndole fuego a todo”.
Un ejemplo: en 2018, los investigadores trasladaron estas muestras de carbón vegetal del Museo Nacional de Brasil a otro laboratorio. Unos meses después, el museo se incendió y el país perdió innumerables reliquias. Estos antiguos trozos de carbón vegetal, usados para desvelar los secretos del tiempo profundo, estuvieron a punto de perderse en las llamas.