Se puede dar todo por algo. Entregarse todos los días a esa sustancia intangible pero a la vez concreta: el propósito. El sentido vital. En una Argentina también posible, hay hombres y mujeres que apuestan por esa construcción y en esas filas, desde el corazón de la provincia de Buenos Aires, se anota Silvana Arnaudo, una maestra rural para quien el futuro no está lleno de ambiciones lejanas al presente, sino en quedarse exactamente donde está, una pequeña escuelita desde donde intenta alumbrar el camino de otros.
Silvana es docente de plurigrado en la escuela número 35 del paraje Mapis, a 400 kilómetros de la Capital y a 130 kilómetros de Olavarría, la cabeza de distrito. Docente de plurigrado es el rótulo que se utiliza para hablar de las maestras que enseñan todos los grados, todas las materias, todo el año, sin dudar ni por un segundo ante los desafíos, que son cotidianos. Como los caminos de tierra hacen muy difícil llegar al paraje, Silvana y sus dos hijos adolescentes viven durante la semana en la escuelita-casa, un lugar que comparten con Amparo, la maestra que tiene a su cargo todo el nivel inicial.
Por su labor silenciosa y sostenida, en 2018, Silvana ganó el premio “Maestros Argentinos” y hoy espera que su experiencia se conozca para reforzar una idea que parece atravesarla: educar es transformar realidades. “Maestra rural es el vínculo que se logra con los chicos. Los conozco desde chiquitos, desde el nivel inicial. Toda su trayectoria en el jardín y toda su trayectoria en la primaria. Hay un vínculo no solo con ellos sino también con las familias. Algo que se genera y que se hace familiar, que va más allá de ser docente y alumno. Hay una conexión muy grande con los chicos”, dice, mientras hace un recorrido del lugar para las cámaras de TN.
“Mapis es un paraje que se inició cuando se fundó la estación de tren, en 1912 ,-cuenta-. Estamos muy alejados de la cabeza de distrito, de Olavarría, que está a unos 130 kilómetros. El acceso para llegar a la escuela son 65 kilómetros de tierra que tenemos que recorrer. Cuando llueve, se dificulta no solo el acceso de las docentes sino también de los alumnos que viven en el campo”. Mientras continúa el pequeño tour de la escuela, Silvana abre con orgullo cada una de las puertas: la del aula, prolijamente dispuesta y llena de afiches con los nombres de sus alumnos, la del cuarto, con dos camas cuchetas y dos pequeñas: una para ella y su colega. Allí también, se apilan las cajas forradas de verde donde se guarda el archivo del jardín y de los grados. Todo impecable, sencillo, cuidado como si se tratara, en efecto, de lo que es: un verdadero hogar.
La historia de Silvana y también la de sus hijos, ambos alumnos de la escuela, es la de una familia cuyo proyecto es casi inseparable de la escuela número 35y de las familias que, con pocos recursos, hacen todo para que sus hijos puedan llegar todos los días. ”Yo tengo alumnos de primero a sexto grado. Además, soy la directora, porque es personal único. También está mi compañera, de nivel inicial, que atiende alumnos de dos a cinco años. Tenemos un sistema de energía solar. No hay luz eléctrica en este lugar. También tenemos wifi, pero queremos aclarar que solo en la escuela existe Internet, y fue gracias a Maestros Argentinos, el premio que ganamos en 2018. Todo el resto de la comunidad carece de este servicio”, dice, mientras sigue la recorrida. “Mis hijos acompañan esta decisión y para ellos también es un orgullo o una satisfacción porque hicieron desde el nivel inicial acá. Es el lugar donde se criaron y es un lugar que, más allá de que tiene muchas necesidades, está lleno de valores y les permite estar en contacto con la naturaleza”.
Los chicos aprenden todos juntos, pero, según cuenta Silvana, hay un seguimiento casi personalizado de cómo se refuerzan los contenidos. “Hay cuatro en primero, uno en segundo, uno en tercero, uno en quinto y uno en sexto. La maestra de la escuela rural es maestra pero es un poco también mamá de todos estos pequeños, de estos pollitos. Convivimos todos los días y creo que el mito para derribar de la escuela rural es que acá no se aprende. Todo lo contrario. Todo el tiempo se potencian los aprendizajes, se repasan los aprendizajes y las pruebas Aprender así lo demuestran”.
El desafío de enfrentarse a faltas constantes como la conectividad inexistente implican para Silvana, como para tantas maestras rurales, la necesidad de buscar alternativas para sostener el nexo con la escuela. “Tenemos que recurrir a la búsqueda permanente de diferentes recursos para ofrecerles a nuestros alumnos y a la comunidad, -dice-. En algunos años, quisiera verme de la misma forma. En este lugar. Es un lugar que tiene algo de magia. Los chicos, la comunidad, la familia. Así que me veo de la misma forma, brindando las posibilidades para mis alumnos. Cosas nuevas, creativas, innovadoras. Ese es mi objetivo”.