Hace algunas décadas, había gente que creía que Gardel no había muerto en el avión en Medellín y que vagaba por las calles porteñas ocultando su rostro desfigurado por las llamas. Y hoy, ahora, podríamos decir que muchos afirman sin dudar que hay personas famosas o importantes en la vida de la Argentina que no han muerto porque… no vieron sus rostros en los velatorios.
Son como fantasmas. Es que las grandes ciudades -como Buenos Aires- son propicias para el nacimiento de mitos urbanos, la propagación de leyendas y, sobre todo, la generación de toda clase de fantasmas.
¿Cómo nacen los fantasmas?
Las muchedumbres que habitan las ciudades están conformadas por perfectos desconocidos entre sí, que tienen distintos credos, ideas y hasta patologías. No toman contacto directo con los hechos, de modo que se informan a través de los medios, o a través del boca a boca. Y de allí, sacan sus conclusiones.
Un relato que empieza con una pizca de verdad, pero es como un rompecabezas. Todo el mundo termina colocando un nuevo fragmento a lo que no tiene rostro y asi, los rumores se propagan. Así como cada misterio tiene un fondo de verdad, cada fantasma alguna vez tuvo cuerpo y rostro. Así, se construye el mito.
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Al final, los fantasmas argentinos son tan reales como el tango y el futbol. Tan habituales como el mate, la pizza y el dulce de leche. Los fantasmas de la ciudad sirvieron de inspiración para una película de 1942 dirigida por Enrique Santos Discepolo, una romántica historia donde un hombre se enamora de una mujer fantasma.
Y otro escritor, Eduardo Gudiño Kieffer también escribió un libro con relatos de espíritus, almas en pena, aparecidos y diablos rodando su soledad por la gran ciudad. Muchos hablaron durante años que Jack el destripador estaba en Buenos Aires. Y que un cura era el dueño de esa terrible confesión en la hora de su muerte.
El hospital Rivadavia
Es el hospital en funcionamiento más antiguo del país, en Recoleta. Está desde 1887. Es un gigante que ocupa cuatro manzanas y tiene en los subsuelos una red de túneles de 200 metros, donde abundan las leyendas urbanas.
Las más modernas cuentan que en esos oscuros pasillos repletos de cañerías, cables, tableros y tanques de agua de antiguas calderas, guardaban sus armas los guerrilleros urbanos del ERP en los ’70. Pero hay por lo menos cuatro espectros que no van armados.
- La llorona: una mujer desconsolada que lamenta la muerte de sus hijos. Es una leyenda que abunda en distintas culturas.
- El fantasma de la enfermera: se aparece vestida como una mujer regordeta de otra época, con delantal y cofia. Una visión totalmente inofensiva, pero que dentro del museo tiene un cuadro con su foto. Algo extraño, tratándose de un espíritu, pero varios pasantes del gabinete de Genética la vieron, y algunos no quisieron volver.
- El fantasma del médico: a veces, aparece en la sala de espera, impecablemente vestido y malhumorado. A eso de las cinco o seis de la mañana, mira la cola de pacientes en busca de turnos y les advierte, de viva voz: “Ustedes no pueden quedarse aquí. Váyanse”. A esa hora, todavía no hay médicos, salvo los de la guardia, por lo que muchos consideran factible la corporización de este fantasma.
- La estatua del ángel: es otra de las historias sin explicación del Hospital Rivadavia. También es llamada “El ángel de la muerte” porque en su gesto parece arrojar rosas a un sepulcro. Al principio, la pusieron frente a la sala de cirugía, pero, verdad o no, la cambiaron de lugar por la cantidad de pacientes que se iban al otro mundo en las operaciones. Unas monjas optaron por cambiarla de lugar cuando los médicos estaban por tirarla al basurero y ahora está en un lugar donde su influjo no puede causar daño: está en el exterior, frente a las puertas de la morgue. Por lo menos, allí no es culpable de nada.
Los mitos del hospital se alimentan también por su antigüedad y por la cercanía con la Biblioteca Nacional, que fue la residencia de Perón y Evita en los años 50 –hay que recordar que allí murió Evita- y con el Parque Las Heras, que fue una famosa cárcel hasta 1962 en la que hubo ejecuciones.
Dicen que sus fantasmas rondan por los penumbrosos pasillos, porque la leyenda cuenta que los túneles conectan los tres emplazamientos.
La casa de los Leones
Es un caso terrible. En el barrio de Barracas, en Montes de Oca al 100 hay una vieja casona señorial que perteneció a uno de los hombres más ricos y curiosamente más desafortunado de la Argentina: Eustaquio Díaz Vélez.
Este rico estanciero se casó con Josefa Cano Diaz Velez, su sobrina. En uno de sus tantos viajes por el mundo se le ocurrió traer tres leones africanos a los que acomodó en jaulas en sus amplios jardines y hasta los liberaba durante el día. Pero la noche que una de sus hijas se casó, con gran fiesta, un cuidador olvidó cerrar una de las jaulas y un león se escapó.
Para estupor de los presentes, el felino atacó al novio y lo mató. La hija no pudo soportar el dolor y se quitó la vida. Los leones fueron sacrificados, pero el padre de la infortunada novia mandó hacer tres estatuas con los animales que había traído de África.
Una de ellas mete miedo, porque es la del león atacando al yerno de Díaz Vélez. La leyenda cuenta que a veces, en las noches, se escuchan los gritos de pavor del novio y el llanto desconsolado de la novia suicida.
La vieja línea A
Este es un fantasma subterráneo. Esta historia viene de cuando los vagones eran todavía de madera y la formación pasaba en la media estación que hay entre las estaciones Pasco y Alberti. Dicen que a veces las luces de los vagones titilaban al pasar y era posible ver a dos figuras masculinas sentadas en el andén abandonado.
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Supuestamente, eran la corporización de dos obreros italianos que hicieron la línea y perdieron la vida cuando una viga muy pesada les cayó en la cabeza. La estación nunca se terminó, porque la empresa constructora quiso tapar el luctuoso episodio.
El fantasma del museo Fernández Blanco
Hoy es el Museo de Arte Latinoamericano, pero allá por 1920 era el Palacio Noel, habitado por dos hermanos y sus familias. Cuando fue construido, daba a la costa del río de la Plata. Es de estilo señorial peruano. Pero tal vez, los problemas provengan del pasado en esa casa. En esa parte de la costa, se enterraban a los esclavos que morían
Carlos Noel era intendente de Buenos Aires cuando su hija Soledad murió a los 17 años de tuberculosis. Durante su gestión, cerró el cementerio no católico, el de los disidentes, que estaba en Pasco entre Alsina e Yrigoyen.
Y, para recubrir las paredes de su palacio, Noel se llevó algunas lápidas de mármol que habían quedado abandonadas. O sea que los fantasmas pudieron venir con los mármoles.
Desde aquel momento, se dice que los espíritus quedaron vagando en el Palacio y los vecinos han escuchado sollozos y lamentos durante las noches y que a veces, han dicho, se ve a una muchacha joven vestida de blanco caminando por los jardines, en la zona del aljibe, que aún existe.
En 1928, Herbert Hoover, presidente de Estados Unidos visitó Buenos Aires y se alojó en la Mansión Noel. El presidente se quejó por no haber podido dormir debido a los lamentos y ruidos de puertas que se escuchaban por las noches.
El primer fantasma de la ciudad
Es interesante su maldición. Según me contó el compilador de hechos extraños en Buenos Aires, Diego Zigiotto, el primer fantasma de la ciudad se llamó Juan de Osorio y murió en 1535, un año antes de la fundación de la ciudad por Pedro de Mendoza.
Dice una crónica que lo mató de tantas puñaladas que el alma se le salió del cuerpo.
Osorio, que era un buen tipo, despertó, tal vez por eso mismo, el recelo de Juan de Loyola, otro expedicionario que empezó a llenarle la cabeza a Mendoza con la idea de que Osorio quería promover un motín a bordo.
Pedro de Mendoza, en una parada que hacen, cerca de Rio de Janeiro, ordena ejecutarlo por conspirador. Dice una crónica que lo mató de tantas puñaladas que el alma se le salió del cuerpo. La expedición a partir de allí se vuelve maldita.
Uno de los barcos, al mando de Diego de Mendoza, hermano del fundador, se pierde y no se sabe más nada de él. Cuando llegan a estas costas y hacen el asentamiento, los nativos, que al principio veían todo bien, de repente se vuelven ariscos, belicosos y empiezan a atacar la pequeña aldea que habían construido. Y para colmo, son atacados por yaguaretés.
Y, como relata tan brillantemente Mujica Laínez en Misteriosa Buenos Aires, empieza el hambre. Pedro de Mendoza decide volver a Europa pero muere en altamar por la sífilis. Y toda esta cadena de desgracias son atribuídas al fantasma de Osorio que los persigue desde su muerte.
Y de alguna manera, Osorio nos marcó como marcó la suerte de la ciudad, porque la primera fundación fracasó rotundamente.
El viejo general
Esta es una historia del Círculo Militar, ese formidable palacio frente a la Plaza San Martin que perteneció a José C. Paz, el millonario dueño y fundador del diario La Prensa. José C. Paz la hizo porque quería ser presidente y esa sería su residencia. Pero no llegó a habitarlo porque murió dos años antes de que se terminara.
Obviamente, hoy es un museo y tiene unos salones y un mobiliario espléndidos. Un día, una empleada pasa por unos de los oscuros corredores y ve a un anciano señor con barba larga y blanca, como de otro tiempo, vestido con su traje de gala de general sentado en un sillón aristocrático, que la saluda y le dice: “Buenos dias, soy el general Levalle y vine a ver cómo está todo por acá”.
Ella cuenta la historia con inquietud a los demás empleados y guías del museo y le dicen que ese general era el fundador del Circulo Militar y había muerto hacía cien años. El revuelo terminó en la oficina del director, donde le mostraron todos los cuadros y retratos de los presidentes del Círculo… y ella dijo “era éste” y señaló justo a Levalle.
O sea que el general de vez en cuando anda controlando cómo anda el club que él fundó… en 1880.
Los del Congreso
El edificio es hermoso, pero tiene una historia trágica. Su constructor, Vittorio Meano, murió asesinado en su casa en 1904. Nunca se supo por qué.
En 1994, un diputado ayudó a buscar la salida del edificio a una anciana que caminaba con dificultad apoyándose en un bastón casi trasparente. Ella le pidió que la ayudara pero al llegar a la puerta del ascensor, desapareció de golpe.
Hay fantasmas de carne y hueso, porque no van nunca o se fantasmean a la hora de votar.
Los viejos empleados hablan de presencias extrañas como algo cotidiano. Uno de los espíritus señalado es el de Enzo Bordabehere, senador asesinado en plena sesión por el matón expolicía Ramón Valdés Cora, cuando quería matar en realidad a Lisandro de la Torre, por denunciar el negociado de las carnes con Inglaterra.
Hay otro tipo de fantasmas en el Congreso Nacional, pero son de carne y hueso. O porque no van nunca, o se fantasmean a la hora de votar. O porque son como las brujas: senadores y diputados…. que los hay, los hay.
Para muchos, el Palacio de Oro, como se lo llamó por la plata que costaba construirlo, está repleto de las almas de los personajes que fueron velados en sus salones, como Evita, Perón, y Alfonsín, por ejemplo. Y se escuchan murmullos, voces, y hasta gritos destemplados ahogados, lejanos… cuando las luces se apagan.
Es como si las almas siguieran debatiendo sus propias historias dentro del palacio… pero desde el más allá.
Los duendes del teatro Colón
Los duendes no solo están en los bosques. También parecen habitar el mundo de la Ópera, parece que les gusta el mundo del arte, las emociones humanas, la música.
El teatro Colón, fuera de las funciones está repleto de sonidos inquietantes, esporádicos que algunos artesanos vinculados a la carpintería podrían explicar así: la madera del escenario se calienta durante las funciones con el calor humano y las luces de los focos y cuando todo termina, se reacomoda y vuelve a su posición original haciendo su propia música. Los mismo pasa con los reflectores y hasta con las butacas.
Pero hace 20 años, encontraron muerto al jefe de la intendencia, o sea, el hombre que cierra todo, el dueño de las llaves. Alguien dijo que era por un infarto, otro agregó que fue por algo que vio y que le causó gran impresión y un tercero recordó que él creía en los duendes que habitaban el teatro en soledad, por lo cual quedó como una idea bastante firme que fueron los duendes los responsables de la muerte.
Hay un fantasma al que los empleados llaman Sofía. Supuestamente, tiene una base de realidad: una bailarina se suicidó después de ver frustrada su carrera por una rotura de tobillo, y no son pocas las bailarinas que han visto fugazmente en el espejo donde ensayan a Sofía. Aparece detrás, fantasmal, imitando sus movimientos.
Historias mágicas de Belgrano
En ese barrio porteño, existió alguna vez El Castillo de los Leones, residencia emblemática, con tres pisos y un mirador doble que le daba apariencia de castillo medieval, con dos torres almenadas y dos leones custodiando el pórtico de entrada.
Tuvo dos dueños: el primero, era un estafador importante; el segundo, huyó rápidamente. Desde entonces, en el barrio, en la medida que crecía el abandono, se alimentaban historias que hablaban de ruidos extraños, llantos de bebé, quejidos, lamentos. Todo terminó cuando el castillo fue demolido.
Pero la historia más sorprendente del barrio es esta.
Muchos vincularon en Inglaterra a Alberto Victor, duque de Clarence con Jack, el destripador. Él llegó con su hermano en 1880 -según cuentan algunos investigadores- después de haber cometido sus horrendos asesinatos. Y vivió en una casona de Belgrano en la calle 11 de septiembre. No está claro cómo y cuando regresó a su país y si de verdad lo hizo.
El ahorcado de la Chacarita
Es un descubrimiento que lleva más de una década gracias a los empeños del explorador del cementerio, Hernán Vizzari. Muchos vecinos aterrados llamaron a la policía cuando vieron el cuerpo de un hombre, colgando de un viejo ciprés, sobre el paredón de la avenida Jorge Newbery. Una figura espectral, casi como trasparente.
La leyenda más arraigada sobre este caso arranca en la época de la epidemia de fiebre amarilla de 1871 cuando fue creado el cementerio precisamente para enterrar allí hasta 600 muertos por día. Un sepulturero no pudo soportar ver tanta muerte y desolación y se colgó.
El taxista del cementerio es otro de los mitos de Chacarita. El hombre es flaco, casi esquelético, pero el que está apurado, no repara en eso hasta que es tarde. Cuando entran al cementerio, ya no salen. Lo cuentan los floristas y los que venden placas. Un solo pasajero se tiró del auto cuando vio al chofer por el espejo y comprobó con espanto que sus ojos eran dos cuencos vacíos. Un cuidador logró llegar a tiempo para salvarle la vida.
La perlita
Hay fantasmas por todos lados. Un teatro –dicen- no es un teatro si no tiene fantasmas que lo habiten. Y Buenos Aires está llena de teatros: podríamos decir que la calle Corrientes es la calle de los fantasmas. Y en todos los barrios.
Podemos creer en ellos o no, pero los fantasmas nos acompañan en la vida. Por ejemplo, en la literatura: ahí están los fantasmas de Hamlet, el de Canterville o el fantasma de la Opera. Hay barcos fantasma, como el legendario María Celeste.
Y las películas: el drama romántico de Ghost, la terrible El resplandor o Poltergeist, por citar algunos ejemplos. Hollywood cree en fantasmas porque los norteamericanos también. Una encuesta demostró que el 32% de sus habitantes cree en fantasmas.
Los fantasmas pueden ser una figura irreal, imaginaria o fantástica y normalmente incorpórea. Por lo general, es alguien muerto que uno cree ver. Suelen estar con nosotros por una tarea inacabada en la vida: por venganza o para reparar una injusticia. Un fuerte apego por un objeto, adicción o persona. Como castigo por haber cometido alguna falta grave.
Hasta la Casa Rosada, un lugar muy codiciado para un país cada vez más pobre, también tiene sus cosas raras. Todos los gobernantes democráticos tienen su cuadro en la casa, pero el más extraño es el de Nicolás Avellaneda, que ya es como el fantasma más popular de la casa.
Cuando Avellaneda murió, Julio A. Roca, para homenajearlo, hizo que se hiciera un retrato de él. Ese cuadro, pongas donde lo pongas, “hace ruido de botas caminando sobre el piso de mármol”. La particularidad es que la obra se realizó con partes del cadáver del homenajeado: la larga barba de Avellaneada fue pulverizada y utilizada en la pintura.
La historia que se cuenta es que de ese cuadro, sale la música de ese inquietante taconear a pesar de que fue cambiado de lugar más de 20 veces. Y es verdad que muchos trabajadores del lugar evitan pasar por el lado de la pintura.
Por eso, los fantasmas, de algún modo, son como las brujas: yo no creo en ellos… pero que los hay, los hay.