Unos días antes, mientras participaba de una reunión de su comunidad en Colombia, su superior de su orden religiosa le pidió que no volviera a la Argentina porque la situación era muy peligrosa. El cura Mauricio Silva escuchó con respeto ese pedido y le contestó que no se hiciera problema “¿Qué peligro puede correr un cura cuya única arma es un crucifijo y un tacho de barrendero?”, dijo.
Apenas arribó al país se cruzó en Ezeiza con Rodolfo Walsh, a quien conocía por haber participado en varias reuniones sindicales y de análisis social. Walsh le recomendó lo mismo que le había pedido el superior de su orden, que huyera de un país donde la muerte reinaba en las calles y dónde ya habían desaparecido varias personas. El padre Mauricio palmeó en la espalda a Walsh y le dijo que su misión estaba junto a sus compañeros barrenderos, y si Dios lo había puesto ahí era por algo y no pensaba apartarse de ese camino.
La mañana del 14 de junio de 1977 el sacerdote barría, cómo todos los días, las calles del barrio Villa General Mitre de la Ciudad de Buenos Aires. Hacía algunos años que había conseguido ese trabajo que amaba profundamente. Para él ser barrendero era un orgullo que le permitía estar junto a los más humildes y junto a los vecinos de la ciudad evangelizando desde el ejemplo del ejercicio del trabajo digno. Esa era su misión y su pasión, y la ejercía con alegría y con esfuerzo. Pero esa mañana todo cambio cuando un auto sin patente frenó a su lado. Del auto bajaron cuatro hombres y, según una testigo, el cura Mauricio Silva subió al auto sin resistirse.
Silva sabía que su intensa actividad gremial en defensa de sus compañeros barrenderos le podía causar problemas y estaba dispuesto a enfrentarlos.
Nunca quedó claro a cuál de los centros clandestinos de detención de la dictadura lo llevaron, pero desde ese día Silva es uno más de los miles de desaparecidos de la época oscura de la historia reciente del país.
Este cura, que eligió hablar de Jesús desde el trabajo de barrendero a hacerlo desde un altar de parroquia, forma parte del casi centenar de religiosos pertenecientes a la Iglesia Católica que fueron asesinados por el terrorismo de Estado que azotó a la Argentina durante la década del ´70.
Por eso en el año 2014 el Congreso argentino sancionó una ley que conmemora el 14 de junio como el Día Nacional del Barrendero, en homenaje a este sacerdote salesiano uruguayo y barrendero. La autora de la iniciativa fue la entonces diputada nacional del FpV-Movimiento Evita Adela Segarra quien explicó que su iniciativa buscaba “homenajear a los barrenderos que cada día realizan una tarea abnegada que no es siempre bien valorada”, así como “reconocer en el hermano Mauricio Silva a todos los trabajadores que, de acuerdo con el informe de la CONADEP, fueron el blanco favorito de la dictadura militar”.
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Aunque la Iglesia Católica aún no lo ha reconocido como patrono de los barrenderos, en el santoral de la religiosidad popular ya lo consideran un poderoso intercesor ante Dios. Un sacerdote barrendero, que en su opción evangélica estuvo dispuesto a entregar su vida por defender los derechos de sus compañeros.