Zapiola es un pueblo ínfimo de la provincia de Buenos Aires. Es chico en serio. No hay una casa pegada a la otra. Es un caserío rural que depende de Lobos, a menos de dos horas de Capital. Pero campo en serio.
Es probable que nunca hayas escuchado hablar de Zapiola, a mí me pasaba lo mismo. Hasta que me llegaron las primeras mentas de una casona en la que pasan cosas paranormales.
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Es una antigua fábrica en realidad. Está abandonada desde hace décadas y en la zona la conocen como “la cooperativa” porque ahí se hacían quesos. Aportaban todos los tamberos del lugar, fue muy exitoso en sus tiempos.
Pero ahora no es más que una estructura de ladrillos con tinglado y piso de tierra que se usa como chiquero de chanchos. Está al cuidado de un paisano viejo que vive ahí con su esposa y un hijito de nueve años. Hasta que empezaron a caer las piedras.
Pasa de noche y ocasionalmente a la tarde. En la fábrica en el medio de la nada vuelan piedras. Del interior vacío hacia afuera. Piedras que han golpeado a la familia.
La primera noche pidieron ayuda a la policía rural. El primer agente que llegó recibió un piedrazo y pidió refuerzos. Fueron cinco las camionetas oficiales que con reflectores iluminaron toda la estructura por dentro y por fuera. Hicieron disparos disuasorios con escopetas. No había nadie. Pero las piedras, intermitentemente, seguían volando. Hasta hay un patrullero abollado. Adentro de la fábrica no había nadie. No hay explicación posible. Los policías no volvieron.
“Esa noche empezaron a los cascotazos y tuvimos que llamar a la policía”, recordó Gregorio González, el casero. Uno de los oficiales que intervino recibió un piedrazo. “Revisamos todo y no había nadie”, aseguró la policía.
Llamaron al cura del pueblo. El padre Mario bendijo el lugar: “Me vino a buscar la policía a las 09:00 de la noche. Cuando terminamos hubo un sonido en el techo y cuando nos estábamos yendo una piedra le cayó a un policía”. “Hay que investigar bien”, pidió.
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Ignacio, un vecino de la fábrica, sumó un dato interesante. Dijo que un sereno que vivió en el lugar “estudiaba la magia negra”.
El padre Mario agregó: “Ellos están asustados por las piedras que caen. Siempre pienso que el miedo es un mal compañero. Hay que serenarse y saber por qué caen las piedras y de dónde vienen”.
Sin embargo, siguen cayendo piedras cuando hay alguien cerca. Algo late en esas desnudas paredes del siglo XIX.