Fabián Volenté heredó el taller mecánico de su papá, ubicado en la calle Ramón Falcón, en Flores. Allí se refugió en el trabajo, rodeado del amor de su familia cuando volvió de las Islas Malvinas. Empezó a trabajar y le puso de nombre “Excombatiente de Puerto Argentino” sin saber que, con el tiempo, a unos metros de allí, en el museo del barrio, el orgullo de sus vecinos haría que una sala lleve su nombre.
Para contar su historia en una fecha tan especial como es el Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de las Malvinas, el excombatiente se remonta a la cena familiar del 8 de abril de 1982 cuando su mamá atendió el llamado para que se alistara: “Vi la cara de angustia de mi madre y dije ‘qué pasa’. Ella se largó a llorar y explicó que me solicitaban del cuartel, que me tenía que presentar y que ella me había negado”.
Él sabía lo que significaba ser desertor y por eso, cuando volvió a sonar el teléfono a las 4 de la mañana, atendió dispuesto a responder al llamado. “Un suboficial me informó que me tenía que presentar a las 8 de la mañana por una cuestión de rutina. Fui de Flores a Palermo en el 34 y cuando ya estaba a cien metros, vi el playón de lo que hoy es el Supermercado Jumbo. Estaba lleno de gente, venía a compañeros que se habían ido en la primera baja del Servicio Militar Obligatorio y empecé a pensar ‘esto no es joda’”.
Tenía 19 años y nuevamente estaba en el que había sido su cuartel, el de la Compañía de Comunicaciones Mecanizada 10. “Había entregado mi uniforme y el armamento hacía 30 días. Me mandaron a la oficina de guardia y un sargento me pide el DNI y me indica que me pusiera en una fila que me iban a entregar la ropa”.
Dentro de esa compañía, Volonté ocupaba el rol de radio operador, manejaba equipos de comunicación y durante todo el año había hecho diferentes tareas de combate: “Me pidieron que armara los equipos para llevarlos a Malvinas. Así que empezamos a preparar el cableado telefónico porque en ese entonces se usaba el teléfono a Magneto”.
Fabián cuenta que a las cuarenta y ocho horas llegó la orden del Jefe de la Décima Brigada que iba completa: “Todas las unidades a combate”: “Llamé a mi hermano y le dije que me iba a Malvinas, que no le contara a mamá, que me trajera una cámara de fotos y unos cigarrillos. Al rato, se apareció con unos atados y una Kodak Fiesta que se vendía en los kioscos”.
La guerra de la supervivencia
El 14 de abril partió para Malvinas desde El Palomar en un Boing 707 con otros cuatrocientos soldados, armamento y municiones. “Llegamos el 15 a la una de la mañana. A partir de ahí, empezó algo que realmente fue una experiencia al principio feliz y después traumática. Si bien la guerra comenzó, nosotros pensábamos que los ingleses no iban a viajar. Las negociaciones avanzaban y seguíamos armando la isla para hacer una defensa integral y nos decíamos ‘esto no termina acá'. El 1 mayo, el ataque nos tomó por sorpresa. Si bien, el 26 de abril había habido un pequeño sondeo, el 1 de mayo se largó un ataque de aviación y ahí las balas empezaron a pasar por arriba de la cabeza”.
Volonté explica que hubo dos guerras: una, sobre la que se habla siempre y la otra, la de la supervivencia. “Había que tratar de sobrevivir: cumplir la orden que te daban y mantenerse con vida. Después, también está la guerra de la miseria donde el más fuerte domina al débil, donde algún oficial o suboficial se aprovecha de la debilidad de un soldado o un soldado de la de un compañero y lo obliga a hacer una guardia o le roba la comida”.
En retrospectiva, Fabián no puede entender cómo los mandaron con una ropa que no era la adecuada, con un pantalón y una campera que eran para el clima de Capital Federal, no para los 20 grados bajo cero que tuvieron que soportar. “La guerra se perdió por la falta de logística, no había helicópteros para trasladar tropas, allá todo es monte, con auto o jeep no se pueden atravesar las piedras”.
De todos modos, más allá del hambre, el frio y todas las situaciones que tuvieron que atravesar, Volonté quiere destacar el valor y el sacrificio de presentar batalla: “Así como estábamos, cuando el enemigo estuvo enfrente disparamos. La suerte de las armas nos fue adversa, pero pusimos todos”.
La lucha por no ser olvidados
Después de ser capturados y estar cinco días sin tomar ni comer, sufrió una gastroenteritis tan fuerte que regresó en un buque hospital: “Al regresar, estaba la inquietud de si el Estado iba a ayudar a los soldados que habían vuelto de Malvinas, pero no cumplió y hoy en día, tenemos una ley inconclusa. En mi caso era un civil que había hecho el servicio militar obligatorio. Fue un orgullo ir a las islas, pero también podría haber sido una decisión personal. A los 14 mil que fuimos nos obligaron. No nos preguntaron si queríamos ir. Yo volví casi entero, pero hay gente que regresó mal, sin pierna, sin brazo, con heridas traumáticas. Nos dieron la mano y un diploma de que fuimos a Malvinas y chau”.
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Durante toda la entrevista, Fabián destaca el papel fundamental que tuvo su familia que lo ayudó a salir adelante. “Muchos no tuvieron la contención y debieron salir a vender calcomanías en los trenes. Algunos se hundieron en las drogas y el alcohol. Yo fui creciendo como persona y empecé a participar en la Casa del Veterano de Guerra en el año 2000. Armamos un grupito para reclamar porque no teníamos salud. Hay una ley pero nunca se cumplió”.
Fabián recuerda que junto con la Asociación de Excombatientes de Malvinas se movilizaron para hacerla cumplir, pero que les dijeron que ya había caducado. “El Estado volvió a lavarse las manos. Siempre nuestro sector es el que queda relegado”, sostiene.
En 2004, un excombatiente, que no era de su compañía, le contó que iba a acampar para reclamar por un programa de salud y una pensión digna. “A mí me pareció fantástico porque había que hacer valer nuestros derechos. Muchos mantenían a la familia con esa plata y obviamente pedíamos también un resarcimiento económico histórico porque desde que habíamos regresado en 1982 hasta 1991, cuando nos dieron la primera pensión de 110 pesos, habíamos quedado olvidados. Si intentabas salir a buscar trabajo, uno iba con orgullo diciendo que habías estado en Malvinas y no te daban el laburo porque decían ‘está loquito de la guerra’”.
“La pensión y la obra social de PAMI llegó después del primer desfile en la Avenida del Libertador. Nos juntamos y pusimos a los compañeros que estaban con muletas y silla de ruedas adelante. Una noche en el Congreso votaron la ley y con ese impulso empezaron a surgir diferentes organizaciones y centros en todas las provincias”.
Un soldado en el barrio
Volonté se emociona al hablar de lo que significa para él la patria. “Si alguien la lastima a mí me mata, me duele cuando los políticos hieren al país, la gente que roba, que asesina. Trato de estar con la gente de mi barrio, de ayudarlos si algún vecino necesita que le haga un trámite, conseguir un remedio e incluso si alguno necesita un pesito prestado que después me devuelven. Donde hay que dar una mano, yo estoy”.
Toda una vida en Flores
Sus abuelos, sus tíos y su mamá son del barrio, incluso el club de sus amores, San Lorenzo. “Todo tiene una historia. El reconocimiento que me hace el Museo de Flores es impagable. Tener una sala con mi nombre me llena de orgullo. Aquí están mi uniforme, las cartas que dan testimonio de lo vivido en Malvinas, las fotos que saqué con la cámara que me dio mi hermano y que escondí cuando caímos prisioneros al terminar la guerra para traerla de regreso. Qué mejor que rendirle honor a mis compañeros que la historia viva. Si bien está mi persona, creo que representa a todos los que estuvieron allá”.
La sala Fabián Volonté
Quien hizo posible que exista el espacio “Fabián Volonté” en el Museo de Flores es el periodista Roberto D’Anna. Junto a un grupo de vecinos creó la Asociación Civil del Barrio de Flores y hace tres años montaron el primer museo de un barrio de la Ciudad de Buenos Aires: “Conocí a Enrique, el papá de Fabián, hace quince años. Estaba con camioneta que estaba ploteada con las Islas Malvinas”, dice Roberto.
“Me contó que junto a su hijo, que había estado en la guerra, tenían el taller. Quise hacerle una nota para el periódico de la zona. Fui hasta el taller para conocer a Fabián y le digo que lo quería entrevistar, ahí nos enteramos de cosas que en ese momento no se decían de Malvinas. Desde ese momento comencé a seguir la causa de los excombatientes”, explica el periodista.
Roberto recuerda que, cuando era chico, con sus compañeros juntaban donaciones para los soldados. La historia de Fabián le devolvió el interés por un tema que de chico lo había apasionado: “Él es soldado siempre y eso para mí es un gran orgullo. Lo acompañamos en la defensa de la jubilación anticipada y otros derechos. Cuando empezamos a soñar con el museo decidimos con otros vecinos que tuviera su lugar, es nuestro homenaje. Viene gente de todas las edades y se asombra porque tenemos algunos materiales y charlas que da Fabián y que mantiene vivo todos los días el recuerdo de los héroes de Malvinas”.