Ensalada de Sala
“Dibujos absurdos, canciones insólitas, ningún chiste sobre el coronavirus”. Es el menú que promete Ensalada de Sala, el ciclo de shows del humorista Gustavo Sala que arranca hoy, en el Konex y vía streaming, el primero de sus cuatro encuentros. Serán los viernes de octubre, a las 22, con una verdadera ensalada. Es que además de dibujante, Sala es músico y performer. Una de esas criaturas capaces de largar cataratas de delirios punzantes, desopilantes y muy políticamente incorrectos apenas ponen play. Un comediante, en fin, de los que se echa de menos en el menú mediático, pero que ahora puede desplegar algo de todo eso en esta propuesta audiovisual de shows en vivo.
Una ensalada “punk para público adulto”, anuncia la gacetilla, en la que el humor absurdo, la música y la improvisación prometen generar “entre 2 y 37 carcajadas”. Alejado, por la pandemia, de las mesas de bar que lo ven dibujar como un poseso, Sala se reinventa como centro de un “recital de historieta”, acompañado por el tecladista y productor musical Alexis Mateo. Si sos fan de su trabajo, seguramente te de tanta curiosidad como a nosotros, porque además los cuatro shows prometen ser totalmente distintos entre sí. ¡Sorpresa!
The Boys
Basada en un cómic, la serie The Boys (dos temporadas en Amazon; campaña de promoción por todas partes), es una gigantesca parodia del género superhéroes con mucho humor negro y pocos prejuicios. No inventa la pólvora, en esto de subvertir las bases y hacer de los salvadores del mundo un puñado de personajes despreciables y corruptos. Aunque, más que subvertir, la premisa tiene que ver con la inversión, casada con la crítica social. Los Siete, el grupo de chicos y chicas vestidos con sus trajes “sup” 24/7, son empleados de una megacorporación, Vought, con la dominación total en agenda. Tienen poderes, sí, pero al servicio de la multinacional y de sus espantosos caprichos, vicios, negocios espurios y crueldad desatada.
Un producto más en una tendencia en alza, la de series con superhéroes distintos, (Watchmen, sobre el cómic clásico de Alan Moore o The Umbrella Academy), The Boys sorprende, de arranque, por el desparpajo con el que revuelve sexo, drogas, rock and roll, sangre y ultraviolencia gore. Desde que el joven Hughie se queda sin novia de la manera más atroz, “a manos” de uno de los Siete. Y termina, entre el dolor y las ganas de venganza, contactado con un grupo de desclasados sin poderes pero con sus mismas ganas.
Unos muchachos comandados por Bill Butcher, el Carnicero (el neocelandés Karl Urban, de Star Trek o El señor de los anillos, muy divertido y con estallado acento británico), que tiene motivos personales para vivir con el único propósito de matar al líder de los Siete, Homelander (otro neocelandés, el también estupendo Antony Starr). Mientras el atolondrado Hughie se relaciona con la nueva heroína de la corporación. Entre justicieros rotos y superhéroes más rotos todavía, la serie deja espacio para el desarrollo de otras figuras, como la directora de Vought, Madeline Stillwell (fantástica Elizabeth Shue). Su relación perversa con Homelander es una de las varias delicias que suma al clima oscuro de la historia, sin el cual The Boys tendría la gracia somera de una más.
Es probable que la segunda temporada pierda algo de esa potencia y originalidad, al pisar sobre terreno conocido. Pero hasta los recursos más berretas (por caso, la música francófona cada vez que aparece un personaje francés) y videocliperos funcionan como chiste; parodia y autoparodia. Mientras el argumento avanza con nuevos enemigos, internos y externos, a necesidad de los intereses. Y secretos que podrían parar el mundo, pero quizá no: según convenga a otros intereses. Suena conocido, ¿no? En el medio, las aventuras bastante patéticas de estos sujetos, con un humor libre de corrección política.
Rocío Quillahuaman
La peruana Rocío Quillahuaman vive en Barcelona desde los 11 años y desde septiembre pasado empezó a subir “unos videos de dibujos feos” que están haciendo reír a medio mundo. Están inspirados en su vida y en las conversaciones que escucha y los empezó a subir a Instagram como forma de liberar ansiedades, según contó a El País esta estudiante de comunicación audiovisual que hoy tiene 24 años.
En buena medida, sus videos son unas críticas feroces y muy divertidas del snobismo artie de las grandes ciudades. El más visto se llama “Barcelona” y va de una chica que padece una fiesta en la que todos obedecen una especie de mandato creativo y nadie es interesante a menos que haga algo artístico. Una escena tan universal que podría trasladarse perfectamente a Buenos Aires o cualquier otra ciudad.
Su capacidad de observación recae en otras situaciones absurdas de la vida cotidiana, no solo millenial. La preocupación —e incapacidad— por desconectar, la odisea para cobrar por un trabajo freelance, los discursos de falsa culpabilidad (por tener trabajo, por tener una casa, por estar mejor que otros), entre otras delicias. Todo con un paroxismo de diálogos a los gritos para personajes planos, en tinta negra sobre fondo blanco, que recuerda a Beavis&Butthead. Y con subtítulos. Se van a divertir.