Rita
“Rita tiene la personalidad soñadora que yo hubiera querido, pero que no soy. ¿Al punto de que interpretarla es difícil? No. ¿Inesperadamente fácil? Sí”. Esto decía la actriz danesa Mille Dinesen en una entrevista de algunos años atrás, cuando ya la maestra díscola y fumadora formaba parte de su vida. Muy conocida en su país antes de este papel, Dinesen será reemplazada por la británica Lena Headey (la cruel Cersei Lannister de Game of thrones) en la película por venir. Escrita por el mismo autor, Christian Torpe (conocido por la premiada Corazón silencioso, de Billie August) y dirigida por la talentosa Lisa Cholodenko.
Ok, convengamos que la quinta temporada de Rita puede producir un efecto melancólico para espectadores de un mundo pandémico y con aulas cerradas. Que en la Argentina, como anunció el Presidente al principio de la cuarentena, son última prioridad. Sin voluntad política para que la educación vuelva en el horizonte cercano, la experiencia de volver a Rita, en sus ocho nuevos capítulos, es un poco desoladora.
Claro que la serie ya “hacía mal” desde el arranque, si se la mira desde la comparación de contextos. El danés, el educativo idílico de colegios progres en entornos naturales, donde no falta nada para crecer y formarse de la mejor manera que se pueda imaginar. Pero si nos centramos en la serie, la comparación más válida es entre Rita y el catalán Merlí. Dos profesores rebeldes, “antisistema” y fallidos en su vida personal, pero brillantes y humanos profesionales. De esos docentes que dejan huella. Con vocación no sólo de enseñar sino, como dice su compañera Hjørdis (la estupenda Lise Baastrup), de acompañar a los chicos en su desarrollo para que no se sientan solos.
En esta temporada, Rita Hjørdis se han convertido en emprendedoras, al frente de su propia escuela. En medio del campo, con aulas abiertas, un sistema pedagógico cooperativo, progresista, open mind. Además, es la casa de Rita, que en temporadas anteriores vivía en un terreno lindero al colegio que la empleaba.
Hay personajes que regresan, como Rasmus, viejo amor de Rita y antiguo director del colegio. Y capítulos que tocan temas actuales —desde las fake news al fanatismo ecológico o de la corrección política— a partir de situaciones que suceden con los alumnos y sus padres (unos ogros de temer) o en el ámbito privado. Con un personaje central que es pura paradoja: torpe, sin filtro, vital, caótica madre soltera de tres. La soñadora de la que hablaba Dinesen. Pero con unas ganas de vivir y un amor por lo que hace a prueba de todo.
Entrentenida, encantadora, inteligente, los ocho nuevos capítulos dibujan un arco que va sumando densidad por el camino e incluye el drama. Es buena compañía para estos días nublados. Sin meterse en comparaciones.
El presente, de Ana Basualdo
Tapa del suplemento cultural Ñ hace algunas semanas, Ana Basualdo es una periodista y narradora tan exquisita como a descubrir para buena parte de los lectores argentinos. La explicación es simple: se exilió en los setenta en España y es de las que no volvió. Por lo que su trabajo de las últimas décadas —sobre todo en el diario La Vanguardia— es más conocido por los lectores españoles.
Este corte, que dobla su producción a la mitad, organiza también El presente, el libro que publicó Sigilo casi como valioso rescate de una pluma que se lee con gran placer. La primera mitad, Buenos Aires; la segunda, Barcelona. Son veinte artículos largos, reportajes, entrevistas, que abarcan cincuenta años de ejercicio periodístico.
Los primeros escritos por encargo para el semanario Panorama en los primeros setenta; los segundos con algunos firmados pocos días atrás en Barcelona. Ya en las primeras páginas, de su largo reportaje a Leonardo Favio, se revela la mirada lúcida de Basualdo como cronista. Ya desde el título, su sagacidad: se llama “Leonardo Favio: cómo servir a la musa popular”. Es una mirada capaz de anotar el clima de época (los que lo veneran, los que lo recelan, los que lo detestan) a la vez que llegar a fondo en una conversación íntima. En la que Favio se despacha sobre sí mismo. El ídolo de masas, devenido director de cine de culto, hace con ella un ejercicio confesional por el que pasan sus inseguridades, su autoconciencia de sapo de otro pozo, sus pretensiones sin tapujos.
La elección de ese texto como apertura genera apetito por lo que vendrá. Textos que resonarán especialmente, cabe imaginarse, entre los que ejercen o consumen periodismo cultural. Acaso con una sensación de melancolía: excepto algunas islas que todavía quedan, ya casi no se produce, en la Argentina, un periodismo así. Así de libre, de agudo, de personal, de riguroso y de casado con nada.
A partir de ahí, desfilan Amy Winehouse, el podemita Pablo Iglesias, Julio Cortázar, la quinta peronista de San Vicente, Adolfo Bioy Casares o textos inéditos de gran belleza poética como “Locutorio Ecuador”, en el Basualdo actúa como una esponja que escucha y registra el devenir de la vida a través de un locutorio, cerca de Sagrada Familia, que ya no existe más.
Formada en la escuela de la primera persona prohibida (“al lector no le interesa lo que usted, periodista, meramente, opine”), Basualdo refiere a los cambios en la profesión como una mutación, a pérdida. Su descripción es terminante: “... según evidencias, ha muerto el periodismo entendido como ejercicio descriptivo y poroso de fenómenos y aspectos de la realidad cambiante y mezclada, y enigmática, como todo lo que es mirado con interés sensible. Que es el interés constitutivo del oficio, cuando —dicho breve— no se lo modela hipotecado a agentes productores del encandilamiento o timo social”.