Conozcan a Michaela Coel. Escritora, guionista, actriz, protagonista de una de las propuestas más corrosivas que está ofreciendo el mundo de las series en este 2020. Podría destruirte, de BBC y HBO (que se ve por este último), la ha convertido en chica de tapa de los principales medios culturales del mundo. No es para menos, en principio, por la propuesta: una narración en doce capítulos de media hora, basada en su experiencia personal como víctima de una violación.
A pura honestidad brutal, Coel logró hacer una muy buena serie sobre ese asunto del consentimiento, escapando de los corsés de toda corrección política. Podría destruirte es heavy y potente por sí misma, no necesariamente por lo obvio y esperable, dada la premisa.
Coel es una hermosa mujer negra de 32 años de ascendencia ghanesa. Conocida por la serie Chewing Gum, que no vimos pero estaba basada en su propia vida y le hizo ganar dos premios Bafta. También fue parte del elenco de Black Mirror, Black Earth Rising y London Spy. En 2016, cuando salió a tomar aire después de horas de trabajo en su productora, sufrió una violación. Y fue capaz de tomar fuerzas en pleno shock postraumático para denunciar públicamente el sexismo y el racismo que estaba viviendo, en el corazón de la industria de la televisión británica. Lo que contó en ese momento es muy parecido a lo que le pasa a su personaje, Arabella, que despierta una mañana después de una noche de juerga con amigos en pleno blackout. No se acuerda cómo llegó ni qué pasó, pero tiene un golpe, y un moretón, y, de pronto, una serie de flashes, como brevísimos flashbacks, con los que su mente se resiste a borrar el archivo de los hechos.
Ciertamente, Podría destruirte no es una experiencia liviana. Pero Coel abre el universo de su protagonista, una celebridad de las redes con un contrato para escribir un libro, impulsiva y fiestera. El sexo y las drogas de todo tipo están tan presentes y expuestos que por momentos abruma, en un nivel de detallismo que parece pasarse de rosca. El efecto expresivo es notable, y Coel, con su equipo y su elenco, de una naturalidad increíble, consigue algunos momentos de cine que envidiarían los autores más festivaleros. A la vez, se las ingenia para suavizar las aristas de un material tan áspero con un núcleo de ternura y humanidad, los amigos como familia que sostienen y arropan a Arabella.
En una Londres de monobloques, muy lejana a la postal, en la que las tensiones raciales y sexuales se escupen con la franqueza más cruda. La de una cajera que avisa que no hay fondos en su tarjeta y la obliga a devolver la compra a la vez que te pide una selfie. El mundo de hoy es duro, según Michaela Coel. Y la violencia es la norma en las relaciones. Las de Tinder, la de la adolescencia o las del mundillo intelectual progre. Porque si bien puede agotar un poco la insistencia en el asunto (por momentos, parece que todos los protagonistas sufren situaciones similares, como un monotema), Coel hace de ese tema central una herramienta para su cruzada contra la hipocresía y no deja títere con cabeza. Blancos, negros, ricos, pobres, ambientalistas, veganos, instituciones bien intencionadas. Hay balas para todos.
