En una de las primeras citas de Woody Allen y Mia Farrow, él la invitó a ir a despedirse del cuerpo de Thelonious Monk en una funeraria de la Tercera Avenida de Manhattan. “Se comportó de manera cortés pero consternada, y tal vez en ese momento debería haberse dado cuenta de que estaba iniciando una relación con alguien equivocado”, relata al comienzo de A propósito de nada. Así empiezan unas memorias pensadas para revisar, a través de un sinfín de anécdotas, su larga trayectoria como cómico y cineasta, aunque su motivación real podría ser defenderse, de una vez por todas, de las acusaciones de abuso sexual a su hija Dylan, que tienen un lugar central en su relato porque también lo ocuparon, a su pesar, en su propia vida.
Después de años de silencio, Allen pasa al ataque. Acusa a Farrow de agredir físicamente a su esposa, Soon-Yi, y de tratarla de “retrasada”, de dormir desnuda con su hijo Satchel (hoy Ronan) hasta que cumplió los 11 años y obligarlo a alargar quirúrgicamente sus piernas para poder “hacer carrera en política”, además de lavar el cerebro a sus hijos haciéndoles creer que era poco menos que un “Moloch vestido con pantalones de pana Ralph Lauren”. El director, que cumplirá 85 años en diciembre, resume la maniobra con una frase que Farrow habría pronunciado en un lejano 1992: “Me sacaste a mi hija, ahora yo te sacaré a la tuya”. Es el penúltimo episodio de un caso en el que abundan los ángulos ciegos y las dudas razonables, firmado por un cineasta al que, de un tiempo a esta parte, se le cierran algunas puertas (aunque no esté ni de lejos censurado, como él mismo insiste en aclarar). “Yo sabía que la verdad estaba de mi lado, pero ahora me doy cuenta de que eso no es garantía de nada”, lamenta Allen, que respondió a esta entrevista el pasado martes desde su casa en Nueva York.
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-¿Por qué eligió un título como A propósito de nada? Para usted, ¿su vida equivale a la nada?
-Nadie necesita mi libro. Relatar mi historia no es relevante ni importante. Tal vez pueda ser de interés para algunas personas, o tal vez no.
-Alguna importancia tendrá, si decidió publicarlo.
-No, no la tiene. La verdad es que me han pedido que escriba la historia de mi vida desde el comienzo de mi carrera. De repente, me encontré en casa sin nada que hacer, a la espera de empezar a trabajar en mi próximo proyecto, así que decidí escribirlo. Espero que la gente lo encuentre informativo y entretenido, que se diviertan leyéndolo.
-No todo el libro es divertido. En realidad, es difícil de leer.
-¿Lo dice porque le costó entenderlo?
-No, lo digo porque relata cosas incómodas.
-La vida humana tiene dimensiones distintas y, claro está, no todo lo que me pasó fue divertido. En cualquier vida humana hay una parte trágica y yo no soy ninguna excepción.
-En este libro hace algo que, durante años, evitó: alzar la voz y defenderse. ¿Por qué ahora?
-Ante todo, quiero aclarar que no tengo la sensación de haberme defendido. No necesitaba ninguna defensa. Escribí la historia con objetividad. Usé citas de otras personas: los investigadores, los médicos, los jueces, los testigos. Nunca me incluí a mí mismo. Al sentir que no necesitaba una defensa, quise escribir la historia de manera objetiva y dejar que el lector llegase a sus propias conclusiones. No quería entrar en el “él dijo, ella dijo”. Esta no es mi versión, sino la versión del investigador, el psiquiatra y la asistenta doméstica. Ojalá no hubiera ocupado todo ese espacio, pero para contar mi historia al completo también debía incluir esta parte.
-Durante años, calló. ¿No cree que su silencio hizo aumentar las dudas sobre su versión?
-Sí, puede que tenga razón, pero no me importó. Cuando eres inocente, esas cosas no te importan. No quise perder el tiempo pensando en eso. No sentí que le debiera una explicación a nadie. La investigación concluyó que no había hecho nada, así que me centré en mi trabajo y en mi familia. Pensé que era una pérdida de tiempo dar entrevistas en televisión o escribir artículos. Pero, para responder a su pregunta: sí, tal vez mi silencio hizo que la gente dudara, que pensara: “¿Por qué está tan callado?”.
-De ser un ídolo, dice que pasó a convertirse en “un paria”, como se define en el libro, tras la irrupción del #MeToo y la nueva acusación de Dylan.
-Sí, pero yo no lo viví como algo difícil. Cuando todo eso sucedió, simplemente seguí trabajando. Estaba en todos los diarios, pero los demás se interesaban por eso más que yo mismo. Era un sinsentido que alguien creyera que había hecho algo así a mi hija de 7 años, que hubiera podido abusar de ella de cualquier forma. La idea era tan absurda que nunca hablé de eso. Trabajé y seguí trabajando, y nunca me importó. Era solo cosa de los tabloides, que en el fondo viven de eso.
-¿No cree que va mucho más allá? Amazon suspendió su acuerdo de producción y distribución, el grupo Hachette se negó a publicar su libro, las universidades dejan de estudiar sus películas y muchos actores ya no quieren trabajar con usted.
-En teoría tiene toda la razón, porque todo eso es cierto. Pero, en la práctica, no tuvo ningún efecto. La editorial rechazó el libro, pero 15 minutos después tenía otra que estaba dispuesta a publicarlo. Amazon me dio la espalda, pero pude rodar otra película poco después. Todo eso no me impidió seguir trabajando ni que la gente siguiera viendo mis películas. Es cierto que algunos actores me dijeron que no querían trabajar conmigo en Rifkin’s Festival, la película que rodé en San Sebastián (todavía no se estrenó). Pero no pasó nada: simplemente encontré a otros. Si nadie quisiera trabajar conmigo y nadie quisiera ver mis películas, tal vez me afectaría. Pero eso no es lo que pasó.
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-En los últimos años, algunas de sus declaraciones fueron interpretadas como provocaciones. Por ejemplo, cuando en 2018 dijo que el #MeToo debería adoptarlo como un símbolo. ¿Lo lamenta?
-No, claro que no. Encarno todo lo que el #MeToo quiere conseguir. Empleé a cientos de mujeres delante y detrás de la cámara (106 actrices en papeles protagonistas y 230 como responsables de departamentos técnicos, según precisa en el libro). Siempre le pagué exactamente lo mismo a hombres y mujeres. En más de 50 años, ni una sola actriz o miembro de uno de mis equipos dijo una sola palabra negativa sobre mí. No recibí una sola acusación de discriminación o de acoso de cualquier tipo. Si todos los hombres se hubieran comportado como yo, el movimiento ya habría alcanzado sus objetivos.
-En su libro se manifiesta en contra de la “Policía de lo Apropiado” y hasta insinúa que vivimos un nuevo macartismo. ¿Es comparable?
-No, la era McCarthy fue mucho peor. Entonces existía una lista negra formal, se impedía a la gente trabajar para cualquier estudio o cadena. A algunos los mandaban a la cárcel, pese a no haber hecho nada que no estuviera contemplado por sus derechos constitucionales, y otros se suicidaban saltando del techo. Ahora no tenemos nada parecido. Hay gente que se enoja en las redes sociales, pero no es lo mismo que la era McCarthy, cuando existió algo peligrosamente parecido a una policía de Estado.
-“Todo lo que puedo hacer es esperar que la gente entre en razón”, declaró hace unos días a The Guardian. ¿Es eso posible?
-Nunca harán eso. Es como aquellos mitos terribles sobre los judíos, aquellas ideas delirantes que permanecieron durante cientos de años en la conciencia colectiva. No quiero compararlo, porque aquello fue horrendo y mortífero, pero una vez que manchan tu nombre, una vez que alguien te acusa de algo una y otra vez, deja de importar que seas inocente o culpable. La mancha se queda. Pero, como decía antes, todo eso no me importa. Cuando me muera, no podré preocuparme por esas cosas. Si alguien quiere pensar que soy la peor persona sobre la faz de la tierra, será irrelevante, porque ya habré sido desterrado de la existencia. Lo que piensen los demás no tiene mucha importancia. Pero, para responder a su pregunta, no creo que la gente vuelva a sus cabales sobre este caso.
-En su libro dice que no durmió una sola noche sin Soon-Yi en los últimos 25 años. Vive una relación de comunión total, mientras que todas las anteriores fueron muy distantes. ¿Cómo lo explica?
-No hay más explicación que la suerte. Siempre salí con mujeres de edades parecidas a la mía, actrices y otra gente de esta profesión, casi siempre de Nueva York. Si hace años me hubieran dicho que me casaría con una mujer mucho más joven, nacida en Corea y sin ninguna relación con el show business, me habría parecido descabellado. Y, sin embargo, sucedió. La química es correcta, la cosa funciona por ilógico que parezca el motivo. Somos felices juntos y tenemos una buena vida. No es como si no nos peleáramos nunca, pero es un matrimonio fundado en un amor real.
-“He tenido que pagar un precio muy grande por amarla”, escribe, pese a todo, en el libro.
-Sí, pero valió la pena. La gente me decía que cómo podía estar con alguien mucho más joven. Era la hija de Mia y luego terminé siendo falsamente acusado. Me dio una mala imagen, pero eso no significa nada para mí. Tengo una relación maravillosa con Soon-Yi y no la cambiaría por nada.