Padece una cierta sordera, no tiene computadora ni celular, y, pese a su fortuna de más de 60 millones de dólares, cuando hay premios gordos apuesta a la lotería. Woody Allen, de 84 años, es un hombre singular y polémico, incluso más allá de las acusaciones de escándalos sexuales por parte de su hija Dylan, que afirma que abusó de ella cuando tenía siete años, un extremo que el cineasta niega. El cineasta estos días saca a la venta sus también polémicas memorias, A propósito de nada, y por eso concedió una entrevista al Mail on Sunday en la que charla acerca de su carrera, sus polémicas y, lo que es poco habitual, de su matrimonio con Soon-Yi Previn, hija adoptiva de Mia Farrow y del músico André Previn. Con ella convivió cuando fue pareja de la actriz, y más tarde se convirtió en su mujer.
Farrow y Allen salieron juntos desde 1979 durante 12 años, aunque siempre de un modo poco convencional. Ella siguió viviendo con su exmarido, el pianista André Previn, con uno de los tres hijos que tuvieron en común y con las tres hijas que adoptaron juntos, entre ellas Soon-Yi. En esa década larga, tuvieron un hijo en común, Ronan (hoy periodista y escritor de éxito), y adoptaron otros dos, Dylan (que acusa a Allen de abusar de ella con siete años) y Moses (que ahora tiene 42 y que apoya la inocencia del director). Cuando empezaron su relación, Soon-Yi tenía 21 años y Woody Allen, 56. Llevan juntos un cuarto de siglo, 21 años casados, y adoptaron dos hijas: Bechet, de 22 años, y Manzie, de 20. Según cuenta el realizador en la entrevista, el hecho de que les permitieran adoptarlas es un símbolo de la fuerza y la autenticidad de su relación. “Nadie te deja adoptar así porque sí: si las autoridades ven un problema, no te los dan. Te investigan a fondo”.
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"Lo admito, cuando nuestra relación comenzó no tenía mucho sentido. En la superficie parecíamos una pareja irracional. Yo era mucho mayor y ella una chica adoptada”, reconoce. “Para el mundo exterior era una situación explosiva, parecía que yo la explotaba como un macho depredador mucho mayor, y que ella me explotaba por yo qué sé qué. Pero nunca fue así. En el pasado salí con actrices, pero por alguna inexplicable razón, con Soon-Yi funcionó”. Según afirma, las polémicas nunca los afectaron.
“Desde mi punto de vista la mayoría de las relaciones no funcionan, y por eso la gente tiene aventuras. Pero puedes casarte, divorciarte, casarte, divorciarte o salir con 56 personas y si tienes suerte encontrarás a la adecuada, como es mi caso”, explica. De hecho, funcionó tan bien que hace años que no va a terapia. “Me libré de muchas de mis neurosis, aunque siguen sin gustarme los túneles, los espacios cerrados o los ascensores”. Como él afirma, Soon-Yi lo cambió. "Me hace salir cuatro o cinco veces a la semana. Le gusta la vida social y yo lo disfruto”, relata. También le modificó otras costumbres: “Me hace comer alcachofas”.
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El secreto de su matrimonio, afirma, no es precisamente ser iguales. “A ella no le gusta el jazz ni el deporte, y a mí no me gustan mucho los programas que ve. Pero estamos de acuerdo en lo principal: criar a los chicos, dónde vivir, cómo comportarnos el uno con el otro”. Para él, ser padre era un hecho “importante”. Sus hijas ya van a la universidad, una en California y otra en Nueva York. Allí pasan ahora la cuarentena, mientras que ellos siguen el confinamiento en la Gran Manzana. Allen no lo lleva del todo bien: “Lo odio. Hago ejercicio, toco el clarinete, miro al vacío. Tengo listas una obra de teatro y una película pero no puedo empezarlas. Cada día paseamos pero no lo disfruto. Todo está cerrado y hay una atmósfera de miedo en la calle. Quiero trabajar”. En lo único que encuentra alegría es en su pareja. “Soy feliz en mi matrimonio. Soy feliz con mi familia, pero nunca se puede ser feliz en este planeta. Hemos caído en una situación muy mala. La existencia humana es precaria, terrorífica y sin sentido”.
En la charla, se define como “un tipo bastante normal”. “La gente siempre piensa en mí como un intelectual, cosa que no soy. Hasta los 18 años solo leí historietas. Pero claro, uso lentes y cuando los directores de casting me ven a mí y a alguien como Sylvester Stallone, me dan los papeles de profesor y la gente me ve como un intelectual. Es eso”. Además, también afirma que nunca se sintió “parte del club de Hollywood”, pese a tener cuatro Oscar y 16 nominaciones: “No voy a fiestas, no me preocupan los datos de taquilla, ni los premios. Ganar un Oscar tiene muy poco significado para mí”. Además, afirma que aún no hizo "una gran película, como Federico Fellini o Ingmar Bergman". “No hacés una película para ganar un premio. Mozart nunca compuso una sinfonía pensando en un trofeo. Si tengo la oportunidad y el virus disminuye, quizá antes de morir tendré una oportunidad de hacer una gran película. Pero no la hice todavía”, concluye.