Lo conocí en ATC en el '89. El menemismo recién llegaba y Edgar ya protestaba.
Era difícil que no te cayera bien. Lo difícil era caerle bien a él porque era desconfiado y espantosamente observador con los que recién conocía, como yo en ese caso.
Compartimos menos de un año en la redacción y bastó para que yo le cayera bien y para que alimentemos un respeto mutuo. Quise que fuera una de las primeras caras de TN, pero no se animó a dejar ATC por algo que no se sabía siquiera de qué se trataba.
Cuando finalmente aceptó, no pudo dejar su salvaje ironía ni para con él mismo: "Pensar que cuando me llamaste no te di bola. ¡Nooo... si yo tengo un olfato para el éxito! Vos pensá que vengo del desierto", me dijo. Era de Plaza Huincul, de Neuquén. "Yo conocí el paraguas cuando llegue a Buenos Aires", se reía.
Era una máquina de tirar frases, un gozoso contador de anécdotas increíbles. Culto, informado, curioso y talentoso. Lástima que vago a la hora de escribir porque era una gran pluma.
Así fue como en compañía de su genial "esposa profesional", Dominique Metzger, se instalaron en la mañana de los fines de semana de millones de argentinos. Y era como se veía en la tele: un gran tipo.
Me alivia pensar que murió como él deseaba, sin sufrir y en plena vigencia. Lástima que tan pronto.
Me alegra recordar sus cuentos y sus frases. Pero qué triste es que ya sea un recuerdo.
(*) Carlos de Elía, Gerente de Noticias de Artear
