Los hijos de Manuel Rico se gastan 12.200.000 en un fin de semana en zapatos caros, ropa, bebidas y lujos. Son, definitivamente, adultos. Y malcriados. Pero Manuel se ha quedado viudo, y como no prestó a sus hijos la debida atención cuando la madre vivía, recién parece darse cuenta. Los vaivenes de la economía, sin embargo, van a darles una lección y a obligar a estos muchachos a trabajar por primera vez en sus vidas.
Ciertamente, un argumento divertido, que podría haber disparado un sinfín de situaciones hilarantes. No es lo que sucede en esta comedia colombiana, con participación argentina, en la que ese potencial se deshilacha en una serie de escenas poco inspiradas, con más voluntad de gracia que gracia real. Aún con su buen humor, una propuesta algo desperdiciada.
Una Telma & Louise a la italiana. Así se ha llamado a esta tragicomedia y así parece remitir, directamente, el póster en el que las dos protagonistas, Beatrice y Donatella, huyen en un descapotable. Ellas comparten, con las heroínas de Ridley Scott, el lugar de descastadas en plan de escape. Pero su rebeldía conmueve desde un lugar muy distinto: son pacientes de un psiquiátrico, en la Toscana, donde además de medicación y terapia trabajan en el huerto y tienen la posibilidad de salidas transitorias.
Beatrice -la fantástica Valeria Bruni Tedeschi- es una mujer de la alta sociedad, esquizoide, simpática y charlatana. Donatella, una depresiva rota por un pasado que incluye prostitución y un hijo al que intentó ahogar en pleno brote. El director, Paolo Virzì, maneja semejante carga dramática con un tono que busca el equilibrio y mantiene la dureza a raya, explorando en primer plano la entrañable amistad que nace entre esas dos mujeres, conmovedoras cuanto más se exponen al “mundo normal”, fuera de los muros de la clínica.
Y aunque a veces la búsqueda de ese tono quede en evidencia, con subrayados innecesarios, el derrotero de estas mujeres, en la piel de sus estupendas actrices, se sigue con interés y afecto. Y así, emociona.
La explosión de la plataforma petrolera Deepwater Horizon, en 2010, fue una de las grandes catástrofes ecológicas de nuestro tiempo. La película, dirigida por Peter Berg -el de Battleship, con Rihanna-, reconstruye lo que pasó con las herramientas del cine catástrofe de manual, animado por el homenaje a las víctimas: en su mayoría, trabajadores.
Mike Williams (Mark Whalberg), uno de los sobrevivientes, era el encargado de mantenimiento, y como otros colegas, notaba que algo estaba funcionando mal, aunque los codiciosos directivos de la empresa no quisieran escucharlos. La larga primera parte de Horizonte Profundo se va entre diálogos técnicos de los que entendemos poco y nada, a menos que sepamos de mecánica e ingeniería. La espectacularidad llega con el desastre y la posterior operación de rescate.
Para entonces, el espectador está tan preparado para lo peor como los protagonistas, pero bastante más aburrido. Como denuncia, Horizonte profundo se limita a marcar las tensiones entre laburantes y patrones de manera bastante obvia y gruesa. Como película de recuerdo y tributo, se parece demasiado al cine pochoclero de entretenimiento puro. De todas formas, y con el aporte de su elenco -Kurt Russell, John Malkovich-, no es un mal exponente del género.
Peculiar y sorprendente, esta es la película de un joven marplatense, Mauro Andrizzi, filmada en China, con actores chinos, en clave fantástica y surrealista. Una verdadera rareza que, además, destaca por su osadía: dos vagabundos, que viven de lo poco que pueden robar y vender, encuentran las pertenencias de un señor ya fallecido. El hombre, desde el más allá, les encarga que roben el ataúd de su amada para seguir unidos en la muerte, según la tradición de los “casamientos fantasma” que se remonta, se lee al principio, al siglo XVII.
Absolutamente delirante, graciosa y libre, esta especie de fábula urbana y descabellada tiene a la ciudad de Shangai como otra protagonista: su arquitectura, sus comidas y moteles, sus maravillosas parejas de novios posando sobre los puentes. Un más que simpático ejemplo de que, con ganas, ideas y poco dinero, se puede soñar, imaginar y hacer.
El Tambo, en el partido de La Matanza, es un barrio popular con sus clásicos problemas y limitaciones. El acceso al aprendizaje y la práctica musical de los niños no son allí precisamente fáciles. Por eso eligieron la zona, urbanizada gracias a la Federación Tierra y Vivienda de Luis D'Elía, según se explica, para el programa social Andrés Chazarreta, que armó una orquesta con los chicos y que, entre docentes, padres y alumnos, cuida y mantiene su actividad.
Esta película, articulada con entrevistas y grabaciones de los chicos tocando folclore, registra ese trabajo de poner "la música en buenas manos".
La esclava Eloísa vuelve de la muerte para vengar la suya, luego de una vida de abusos, violencia y sometimiento a un patrón cruel (un desaforado Lito Cruz). Es el centro de este relato de terror, ambientado en una estancia donde los horrores devienen en maléficos encantamientos.
La víctima será la joven y bella esposa del maltratado heredero (Sabrina Garciarena), que sólo quiere huir de ese lugar maldito. Los inocentes, con un buen trabajo de cámara y producción, adolece de problemas de tono y registro actoral que le restan credibilidad. Es el principal escollo para que su propuesta, sugestiva, pueda transmitir la contundencia que se propone.
Los padres de Jake se mudan de Manhattan a la más tranquila Brooklyn, donde el abuelo, que acaba de morir, les ha dejado una casa y un local, en el piso de abajo, que hace años alquila la chilena Leonor (Paulina García). Ella tiene un hijo de la misma edad, Antonio, y los dos preadolescentes se hacen muy amigos. Como indica su título original, Little men, son ellos el corazón de esta película, la séptima de Ira Sachs, y es desde su mirada que se observa el mundo: un ámbito adulto.
Con atención a esas pequeñas cosas de la vida cotidiana en dos familias, Por Siempre Amigos es a la vez un film de coming of age, una comedia vecinal y una entrañable exploración de la amistad entre dos chicos, tan parecida a un refugio frente a ese pesado tanque, llamado futuro, que se les viene encima. Pero es el presente el que mete la cola, con los problemas de sus padres intelectuales para llegar a fin de mes y las tensiones crecientes entre ellos y la inquilina de abajo.
La forma en que Sachs, con sus extraordinarios actores, cuenta este relato profundamente humano, le permite encontrar una especie de poética de lo real que aparece naturalmente, sin subrayados ni un guión que la fuerce. Una película hecha con sensibilidad, inteligencia y amor por sus personajes, incluso aquellos más distantes. Hasta su bellísimo desenlace.
Cinco años después de Mechanic llega la secuela, con el director alemán Dennis Gansel a cargo de poner en escena las increíbles hazañas de ese héroe de acción humano, carismático y con sentido del humor que es el inglés Jason Statham. El especialista arranca con su personaje, el asesino a sueldo Arthur Bishop de retiro en Río de Janeiro, pero claro: los problemas, y su sangriento pasado, no están dispuestos a dejarlo en paz.
El villano Crain envía con sus mensajeros el "pedido" de liquidar no a una sino a tres personas y Bishop, después de sacárselos limpiamente de encima, aparece en Tailandia, en un paraíso remoto donde, por supuesto, tampoco habrá paz. Habrá secuencias de acción en el agua, en el aire, en una cárcel, en las calles, con el trabajado torso de Statham en primer plano, venga a cuento o no lo de sacarse la camiseta. También un amor -Jessica Alba- en bikini, en peligro, en baile sexy, en las garras de los malvados. Apenas la ha conocido, pero Bishop le da el reloj que fue de su padre y que jamás se sacó de la muñeca por nadie: él hará cualquier cosa por vos, le dice Crain a la chica.
Como ese romance, todo en El Especialista es apurado, palo y a la bolsa. También aparece Tommy Lee Jones, como un traficante de armas en bata y con anteojos colorados. Sin la magia de la saga Transportador, a esta acumulación de secuencias de acción macgyverianas con decorados multinacionales le cuesta convencernos de que su simpática ridiculez es realmente divertida. Todo es tan arbitrario y atolondrado que ni el gesto irónico de Statham, en piloto automático, basta para movernos a la risa.