El director Gustavo Fontán traslada a imágenes el libro de Saer sobre una pareja que vive en una isla, donde atraviesa el duelo por la muerte de un hijo. Él cree que ya es tiempo de dejar el luto, pero ella se siente incapaz de acompañarlo a la fiesta vecina. Es año nuevo. El marido irá solo, llevando unos limones, y allí se encontrará con otros personajes. Un personaje en movimiento y otro que no quiere moverse.
La anécdota es mínima. Pero la capacidad de Fontán para llenarla de imágenes en las que la naturaleza, sus barros y humedades, sus sonidos y luces, abraza a los que viven en ella -o vuelven, o se quieren ir "a la ciudad"-, gente de pocas palabras y mirada profunda, hace de El Limonero Real una película de gran potencia poética, que puede poner en escena la ausencia, nada menos, sin apelar a ornamentos visuales ni parrafadas que expliquen lo que se entiende con la claridad de un cielo despejado.
Un grupo de adolescentes, de camino a Coachella, decide pasar un par de días por Los Ángeles para recorrer el tour del terror, desde la casa donde asesinaron a Sharon Tate y otros sitios donde hubo crímenes rituales, a los más oscuros tugurios de los adoradores del demonio.
Entre el escepticismo y la sucesión de hostilidades en una ciudad que les es ajena, terminan involucrándose con um rito que tiene poco de juego. Con Sarah Hayland, la adolescente de Modern Family, una película divertida y menor, que cruza con inteligencia el superado espíritu juvenil con el turismo morboso y algunos sustos.
Atractivo thriller en torno de un juego online en apariencia inofensivo al que se suma Vee Demonico, sin imaginar que se meterá en una competencia con un extraño y la verdad o consecuencia, más que lúdica se pondrá bastante siniestra. Entretenida y menor.
Colorida, y efervescente, con un elenco variopinto encabezado por el clan Spinetta-Mutti, la nueva película de Santiago Giralt es una suerte de screwball comedy, en la que los personajes hablan todo el tiempo mientras entran y salen de escena y sucede de todo a la vez. Hay enredos, juegos y ternura, desde la voz en off del bellísimo Angelo, que cuenta la fiesta de casamiento de su papá con su novio, mientras su mamá a punto de parir no sabe si su actual pareja es en verdad el padre de la criatura y sufre "antojo de vicio: quiero fumar, quiero tomar". Hay también una actriz diva difícil interpretada por Luisa Kuliok, y Moria Casán convocando a tomar un drink a todo el mundo cuando las cosas se ponen complicadas.
Desprejuiciada, con guiños al Almodóvar under y grandes dosis de buen humor, un estreno oportuna y cabalmente primaveral.
Crónica de una mujer triste, la elegante nueva película de Ariel Rotter, filmada en blanco y negro, se ubica en unos años sesenta y en el interior de una casa donde alguien ya no está. Allí vive Luisa (Érica Rivas), con sus dos pequeñas hijas, una empleada con cama y la presencia cercana de su madre, después de la muerte de su marido. Desde la primera o segunda escena, a la extraordinaria Rivas (sin duda, una de las más grandes actrices argentina de este tiempo) le basta un gesto, y de espaldas a la cámara, para transmitir la hondura de su dolor. Abre un armario lleno de ropa de hombre, toma una camisa y la huele, profundamente, como si tocara una herida que a la vez es una caricia. Pero una mujer joven con hijas pequeñas debe rehacer su vida, y Luisa permite que un cortejante la invite a salir. Ernesto, enamorado, va demasiado rápido. Pero si la vida tiene que continuar, él la representa. Y el estupendo Marcelo Subiotto llena a Ernesto de calidez, ternura y humor, aunque el tipo sea un poco pesado. Una gran película, hecha con respeto y corazón, con una actriz sensible, intensa y vibrante que no vale la pena perderse.
La magnífica Kubo es toda una rareza. Una película "miyazakiana", y "kurosawana", hecha en Estados Unidos con gran trabajo de voces de grandes estrellas -Charlize Theron, Matthew McConaughey, Ralph Fiennes-. Y una película de animación, súper imaginativa, pero fuerte y compleja, no necesariamente para niños. O, en todo caso, para niños grandes (sale con calificación para mayores de 13). Dirigida por Travis Knight -animador en Boxtrolls-, cuenta la historia de un niño que debe encontrar una armadura mágica para librarse de los espíritus malignos de su familia.
Hay una aventura central, trepidante y sorprendente, pero Kubo no le teme a la complejidad de su trama y menos de sus temas. La muerte, y la de los seres queridos, y adónde van y qué pasa con los que ya no están y qué dejan en nosotros. Con un niño al que le falta un ojo como protagonista, un pequeño héroe cuentacuentos, que rasga su guitarra y transforma papeles de colores en pequeñas o grandes maravillas animadas. La belleza de Kubo también llega lejos, y cuando salimos del cine, muy distintos a como entramos, sabemos que la emoción proviene tanto del contenido como de la bellísima forma. Incluidos los magníficos títulos finales, con Regina Spektor cantando a los Beatles.
El Woody Allen de este año remite, felizmente, al de antes. El de los ochenta y noventa. El de la magnífica Días de Radio. El anterior a algunas películas con aire de encargo o piloto automático de los últimos tiempos, que no estuvieron a la altura de su leyenda. Café Society es una película amable, liviana en apariencia, diáfana y si se quiere menor. Al menos si se las compara con sus obras maestras. Allen sobrevuela a su triángulo de personajes en una historia de amor. Otra vez con Jesse Eisenberg como protagonista, el actor que parece reconocer la deuda del Allen actor, con sus manías, neurosis y physique du rol. Él es Bobby, que llega a la LA de la era de oro del cine para buscarse una vida, amparado por su tío, un poderoso agente de la industria (Steve Carell). Allí se enamora de la asistente del tío (Kristen Stewart), ignorando que ella tiene ya una relación.
Entre grandes mansiones, glamour y martinis secos, Allen relata, con su voz en off, las desventuras de Bobby y las de su familia judía del Bronx. La segunda parte de Cafe Society sucede en territorio alleniano, la ciudad de Nueva York, donde aparecen otros personajes, como el de la estupenda Blake Lively. Con una bella fotografía del prestigioso Vittorio Storaro, Cafe Society se ve con el placer que el mejor Woody Allen puede compartir y transmitir. Y si la mirada nostálgica puede resultar un poco empalagosa, hay un humor que funciona y una potente melancolía romántica. La de los amores perdidos o imposibles, la de esos que se sueñan con la certeza de que no sucederán en esta vida.