Por Mariana Mactas.
Carol. La subyugante historia de amor entre Carol y Therese nació en las páginas de la maestra del policial, Patricia Highsmith –publicada bajo seudónimo- y ahora llega al cine de la mano de Todd Haynes, ícono del cine gay, un director que solo ha hecho buenas películas. Una refinada producción artística, una fotografía melancólica recrean no sólo la estética, sino el ambiente moral de los '50. En ese marco, sus dos extraordinarias actrices protagónicas, la gran Cate Blanchett y la delicada Rooney Mara, consiguen poner en escena algo tan difícil de atrapar como la naturaleza del deseo, del magnetismo, los misterios de la atracción entre dos seres humanos. Hay una relación que crece con gestos y miradas, un intervalo de road movie, un dramático relato de los costos del amor. Y todo narrado con enorme sensibilidad. Si acaso algo prolija y “de guión”, Carol es de una belleza cautivante.
Creed. Si la nueva Star Wars es pieza de un artefacto histórico, Creed no puede ni quiere pensarse sin la saga de Rocky Balboa, el boxeador icónico y ahora crepuscular interpretado aquí otra vez por Sylvester Stallone, en un papel que parece concebido para que se lleve el Oscar al que está nominado. Balboa vuelve, ahora como entrenador de Adonis Johnson, hijo de Apollo Creed, su gran rival y después amigo. No pretende cambiar la historia del cine y está cocinada con los ingredientes de la fórmula -la épica de la calle, el romance, la relación maestro alumno, el peso del pasado. Pero aún en su convencionalismo, Creed emana una calidez que emocionará particularmente a los fans de Rocky y los admiradores del box. Si la pelea profesional tarda en llegar, estén atentos a la deslumbrante secuencia de cuando finalmente llega.
Arribeños. Una exploración del Barrio Chino de Buenos Aires, con foco en su calle emblemática, que pone el ojo y el oído en sus rincones y sus historias, contadas por las distintas capas de migrantes que fueron llegando y se establecieron, tejiendo una red de mutuas influencias y cristalizando en la convivencia en el bajo Belgrano porteño. Ojo y oído porque la elección del director, Marcos Rodríguez, es curiosa, y algo arbitraria: se trata de una serie de planos fijos de las esquinas del barrio con las voces en off de sus habitantes, a los que no vemos. El resultado de esta elección es un poco áspero, pero de todas formas logra transmitir el cariño y el interés por su material, lo cual es sin duda un mérito.
El Niño. Una niñera americana llega a una casa de cuento en Inglaterra, contratada para cuidar a un niños de ocho años, pero cuando llega resulta que el niño es un muñeco al que sus padres, ya mayores, cuidan como si fuera de carne y hueso. Cuando se queda sola en la casa con el muñeco las cosas se ponen feas. El problema con esta propuesta de terror es que sus realizadores no consiguen -como sí pasa en otras películas con muñecos, no sólo en este género- que nos olvidemos de lo absurdo de su propuesta.
Anomalissa. Indiscutiblemente original, esta película de animación stop motion para adultos trae de vuelta al escritor Charlie Kaufman -El ladrón de Orquídeas, ¿Quieres ser John Malkovich?-, ahora codirigiendo con Duke Johnson esta historia de un hombre gris, el señor Stone, que pasa una noche en un hotel impersonal –tema central de la propuesta- de Cincinatti para dar una conferencia sobre atención al público. Allí conocerá a Lisa – la voz de Jennifer Jason Leigh, única voz femenina en todos los personajes, hombres y mujeres; sí, anomalía- y surgirá algo así como una historia de amor, todo en tono de pesadilla posmoderna. Con algunas escenas notables, inventivas resoluciones visuales y cierta poética de la melancolía que la acerca a Perdidos en Tokio, de Sofía Coppola, mantiene al espectador a distancia, con unos personajes cuyo aspecto genera más rechazo que empatía o, en todo caso, ninguna ternura. Todo es triste, anodino y solitario, hasta algo sórdido, con lo que el comentario sobre la incomunicación humana llega claro y fuerte. Nominada al Oscar como mejor film animado.
