Shrek fue en su momento un viento fresco en las películas animadas: desparpajo, lecturas para adultos y niños un exitazo con secuelas y spin off. No podía perdérselo Broadway y por suerte no se lo pierde Buenos Aires.
En estas semanas en que el mundo adulto sufre la presión de llevar a los chicos al teatro, esta es una opción para pasarla bien siempre que uno vaya con chicos de unos 7 u 8 años de edad para arriba.
Qué tiene el ogro verde que tanto nos atrae: es malo, solitario y malhumorado, convencido de su destino inamovible junto a un pantano, lejos de todo. Una apariencia que engaña.
Hasta sus fétidos dominios llegan un buen día los diferentes: personajes de cuento como Pinocho, Los tres chanchitos, las hadas, las brujas, el sombrero, Peter Pan, Caperucitas. Son los expulsados de un reino del revés donde un dictador quiere la perfección y los desterró por ser los que rompen el molde de lo "normal". Y ahí esta la mejor clave del espectáculo en cuanto a contenido: la aceptación del que es distinto, la posibilidad de la solidaridad como mejor salida.
El otro es el camino del gruñón verde que por conveniencia acepta liberar a una princesa para el dictador, y en el camino descubrirá la amistad de un burro despreciado porque habla y el amor menos esperado. Lo que podía ser meloso es irreverente, lo que pintaba para obvio es divertido, lo que corría el riesgo de ser cruel pasa rápido.
Las canciones son conocidas, los bailes, bailes bien resueltos y el truco del reyezuelo muy bajito permite el lucimiento sin igual de Roberto Peloni, como Lord Farquaad, con un esfuerzo físico que recompensan los aplausos. Talo Silveyra es el burro espectador y componedor, compañero del Ogro, versátil, gracioso y acomodaticio.
Melania Lenoir, una grande de los musicales, es Fiona: bella, graciosa, autoritaria, con un problemita de doble personalidad, que espera en vano al príncipe que la rescate en una espera de años. Pero tendrá su recompensa, todos sabemos cómo termina la historia. Ella y el talentoso de Pablo Sultani tiene un número musical que los chicos festejan porque juegan con flatos y eructos. Precisamente entre esos ruidos políticamente indirectos y hamburguesas de gusanos y otras linduras es como nacerá el amor.
Todos los ingredientes son buenos: la historia graciosa e irreverente, talentos para repartir, vestuario y trucos de buen nivel y una lógica de nuestros tiempos: galanes culipanza, por qué no verdosos con mujeres con coronita pero con gran sentido práctico. Suspiros y caballitos blancos de cuento se abstienen.
Para pasarla bien y salir cantando.