“Nada de esto es real y todo es verdad”. Como declaración de principios, la frase que puede leerse en Recuerdos y desinformación suena a máxima de mago, a sentencia de Orson Welles delante de una cámara, con una juguetona capa negra acompañada de su habitual gesto burlón. Algo de eso hay en el libro de Jim Carrey y Dana Vachon: una delirante autoficción paródica en la que Carrey deviene en un Carrey engañoso, en una persona que pueda que sea –o que no–, un crudo y triste retrato del Hollywood actual anestesiado por el streaming a través de las vicisitudes del cómico y de sus amigos y conocidos con bastantes bases autobiográficas ciertas.
Sí, Carrey considera que su gran amor en la vida fue Renée Zellweger, pero la actriz no lo abandonó para salir con el torero Morante de la Puebla ni su exnovio siguió las aventuras de la feliz pareja a través del periódico navarro Diario de noticias. Todo en Recuerdos y desinformación suena a creíble, especialmente las reflexiones filosóficas de su protagonista, porque en el juego entre verdad y ficción gana la bruma, hasta que llega la invasión extraterrestre: en el mundo escrito por Carrey no hay límites.
John Travolta, Gwyneth Paltrow, Goldie Hawn, Anthony Hopkins, Kelsey Grammer, Steven Spielberg, la todopoderosa agencia de representantes Creative Artists Agency (CAA), Disney, Netflix, Variety, el festival de Cannes, The Hollywood Reporter, Linda Ronstadt, los Globo de Oro, Jack Nicholson, Leonardo DiCaprio, Sean Penn, el espíritu de Rodney Dangerfield, Tom Hanks. Todos ellos salen en Recuerdos y desinformación. Solo un nombre aparece con seudónimo: Tom Cruise, a quien por motivos legales se lo nombra como Laser Jack Lighting.
Y por encima del resto reinan Nicolas Cage –uno de los grandes amigos del Carrey real desde que se conocieron en el rodaje de Peggy Sue, su pasado la espera, y otro intérprete que alcanzó un estatus de animal mitológico devorado por sus caracterizaciones y que en el libro habla como sus personajes–, y el director y guionista Charlie Kaufman, responsable del libreto de una de las mejores películas en las que haya trabajado el actor, Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, y de cuyo estilo beben claramente la pareja de escritores. “Es una sátira y una parodia, pero también está hecha con mucha admiración. A la mayoría de las personas que salen en la novela las venero, y aunque no les avisé ahora les mandé ejemplares dedicados”, contaba el escritor en la promoción en Estados Unidos del libro el mes pasado.
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Todos ellos interactúan con un Carrey hastiado de la vida, hundido en su mansión-fortaleza vigilada por dos rottweilers (los perros se llaman Afecto y cuando el actor llora le lamen las lágrimas de la barba), anestesiado de forma voluntaria con sesiones de streaming, en las que deja que el algoritmo elija lo que ve, YouTube y chimentos en TMZ, y con una novia actriz que quiere llegar lejos. La carrera se le escapó, pero sigue siendo Jim Carrey, uno de los canadienses más famosos de la historia.
En una entrevista en The New York Times, el actor, de 58 años, apuntaba: “El Jim Carrey de este libro es en realidad una proyección de cualquiera que esté en mi posición. El avatar del artista, de la celebridad, de la estrella; un reflejo de ese mundo de excesos, gulas, y vanidades. Y es un escenario muy actual. Sencillamente, el lector no sabrá cuál es cuál. Porque, además, las ficciones de la novela revelan una verdad”. El Carrey personaje busca sentido a su existencia y a su obra, a través de la intrincada jungla de egos de Hollywood, se enfrenta a incendios, a un grupo de chicas ecoterroristas e incluso a una invasión extraterrestre. Debe decidir si protagoniza un biopic de Mao Tse Tung –sí, Carrey como Mao– para lo que ensaya con el mejor actor que conoce, Anthony Hopkins –que en la vida real tampoco vive sus mejores momentos– o actúa en una película de gran estudio basada en un juguete (algo ya habitual, visto el éxito de la saga Transformers). Encara un rodaje digital con un título infame, Hungry Hungry Hipos in Digital 3D, entiende que solo sobrevivirá si aparece en un taquillazo.
Porque –asegura en el libro, y probablemente así lo piense en la vida real– sus dos mejores interpretaciones las hizo en The Truman Show y en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, sin que los Oscar le hiciesen caso, y su esfuerzo en I Love You Phillip Morris fue recompensado con un viaje a los infiernos. En Recuerdos y desinformación se incide en que esta comedia romántica sobre un hombre que descubre su homosexualidad tras un accidente de coche, en la que Carrey invirtió su dinero y su prestigio, fue demonizada por su secuencia detallada de sexo anal, en la que el protagonista disfrutaba demasiado para un público ultrarreligioso: “Un psicólogo de la CAA experto en masas ya le advirtió: ‘América tiene problemas con la sodomía”, escriben Carrey y Vachon. Los grupos radicales cristianos lo borraron de sus listas de estrellas preferidas.
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En realidad, lo borraron de cualquier lista que no fuera la de personajes malditos. “The Truman Show no fue un error”, cuenta en The New York Times. “Soy un tipo que un día levantó la vista y empezó a ver toda la maquinaria y las luces que caían del cielo. Cada proyecto contiene parte de mí recreándome a mí mismo, desgarrando el viejo yo y explorando algo nuevo. Toda mi carrera se basa en pedir un esfuerzo al público y él me permitió este riesgo. En cierto modo, creo que eso esperan de mí, que no caiga en lo convencional”. Y los ocho años dedicados al libro –el último con los dos autores encerrados hasta 12 horas en largas jornadas– siguen ese sendero.
En la vida real, Jim Carrey tampoco fue un angelito. Y atravesó periodos de enajenación, como muestra el documental Jim y Andy, que ilustra la brutal transformación que Carrey sufrió para encarnar a Andy Kaufman en Man on the Moon, de Milos Forman, en 1998. La que había sido novia de Kaufman, Lynne Margulies, y Bob Zmuda, el socio creativo de uno de los cómicos más queridos de los Estados Unidos (Kaufman, protagonista de la serie Taxi, que murió en la cúspide de su carrera a los 35 años en 1984) grabaron más de 100 horas de aquella espiral de locura.
Carrey, años después, reconoció que se llegó a creer que era Kaufman y su alter ego en el escenario, Tony Clifton. Sobre ese y otros delirios, el actor dice en una entrevista de promoción de su libro: “Hubo momentos en los que tuve mucho miedo. Veo a John Lennon muerto sobre una camilla en YouTube. Y estoy completamente loco porque me doy cuenta de que grabarán mi autopsia cuando yo fallezca. Alguien lo verá como una novedad. Ese terror de querer dejar un bonito cadáver me llevó durante un tiempo a maquillarme en el baño antes de dormir y así, si moría en mitad de la noche, estaría presentable para el gran público”.
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Tampoco se libró de excesos como dedicar parte de su salario en Batman Forever a comprar en una subasta el auténtico bastón que usaba Charles Chaplin al transmutarse en Charlot. De esa adquisición y de las pujas compulsivas de Cage por cualquier objeto nerd hay varias bromas en el libro. Y sí, lo del bastón es cierto: lo mostró a mitad de julio en una entrevista online con Howard Stern, donde también contó que visitó a Dangerfield en su lecho de muerte y sobre el miedo que vivió cuando en enero de 2018, estando en Hawaii, él y el resto de los habitantes de las islas fueron alertados de que un misil norcoreano les iba a barrer de la faz de la Tierra en 10 minutos por un mensaje que había sido enviado por error.1
En la vida de Carrey y en su libro se reproduce fielmente uno de los mandamientos del guionista Charlie Kaufman, que se refleja en Recuerdos y desinformación: “Charlie le dijo un día que el efecto en el que se basa la ilusión de la continuidad en el cine, es decir, la rápida sucesión de fotogramas, es el mismo truco que nuestra mente usa para crear el devenir del tiempo. Pasado y presente son conceptos inventados, ficciones necesarias”. ¿Qué es verdad? ¿Qué es mentira? Y qué importa.