Oliver Reed, un célebre actor inglés, murió durante el rodaje de Gladiador. Era un día de descanso para todo el equipo y él decidió pasarlo en un pub de La Valeta, Malta. Son muchos los que sostienen que hasta ese momento su conducta en la filmación había sido ejemplar. Esa tarde llegó al pub y tomó unos cuantos tragos. A punto de irse, ingresaron unos cinco o seis marineros ingleses de la Royal Navy. Lo reconocieron. Y lo desafiaron a probar quién era capaz de beber más. Era una competencia que los marineros tenían perdida de antemano. Fueron horas y horas de un consumo desbocado de bebidas alcohólicas. En el medio cantaron, fumaron, jugaron a los dardos, hicieron torneos de pulseadas, hubo varios amagos de peleas.
Dicen que las últimas palabras del poeta Dylan Thomas fueron: “He bebido 18 vasos de whisky, creo que es todo un récord”. Oliver Reed podría haberlo emulado, podría haber dicho algo parecido en su estertor, si se hubiera dado cuenta de que esa era su última borrachera. Dicen que en ese pub de La Valeta, tomó tres botellas de ron jamaiquino, media botella de whisky, ocho pintas de cerveza alemana y un par de copas de cognac. Todo un récord. Su corazón no aguantó la ingesta y colapsó antes de cruzar la puerta del local.
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Todavía le faltaban rodar unas escenas, y el director Ridley Scott debió reemplazarlo con algún doble de cuerpo y haciendo uso de la tecnología de la época. El Próximo que encarnaba en esas arenas romanas fue un último gran personaje, a la altura de su leyenda.
Oliver Reed fue un gran actor, con una voz potente y una enorme presencia escénica. Tuvo mucho suceso durante una década y luego su carrera se perdió en noches largas y etílicas. En vez de representar una garantía escénica como lo había sido hasta el momento, su presencia era veneno para las producciones: retrasos, ausencias, escándalos, conductas erráticas. Se volvió en alguien difícil de tratar, pendenciero, que se dedicó a derrochar su talento en producciones de baja calidad. Sus peleas y escenas de borrachera en la vida real integran la antología de papelones y escándalos del mundo del cine.
Un periodista inglés escribió en su obituario: “Oliver Reed se pasó la mitad de su vida actuando en escenas, y la otra mitad haciéndolas”.

Son muchos los actores que tuvieron problemas con el alcohol. Posiblemente el podio de los actores anglosajones alcohólicos de la segunda mitad del Siglo XX lo integren: Richard Burton, Peter O´Toole y Oliver Reed, que parece haber sacado varios pasos de ventaja al resto.
Ya en la infancia tuvo varios problemas. Pasó por 14 escuelas diferentes. De a poco fue entrando en el mundo del cine. Alguien en la barra de un bar le vio potencial y lo invitó a tener un pequeño papel en una película menor. Lo que parecía una charla de borrachos más terminó dando inicio a una gran carrera. Al principio encontró un nicho en las producciones de terror. En poco tiempo dio el salto a otro tipo de cine. Velozmente ganó prestigio, popularidad y mucho dinero. A partir de 1965 se convirtió en una de las grandes estrellas del cine inglés. Oliver! dirigida por su tío Carol Reed, Los Tres Mosqueteros, Mujeres Enamoradas, Los Demonios, fueron algunas de las películas más destacadas. Hasta estuvo a punto de ser el segundo James Bond cuando Sean Connery renunció al papel. Fue durante varios meses el principal candidato encarnar a 007. Hubiera sido un gran y recio Bond.
A partir de la segunda mitad de los setenta, su mala fama le hizo perder varios trabajos y las propuestas que le seguían llegando eran para películas con menos pretensiones artísticas y comerciales. Pasó de interpretar obras vanguardistas y candidatas a los grandes premios a comedias sexuales para el mercado ruso o películas clase C que harían sonrojar a Ed Wood. A él no le importó. No cambió su estilo de vida. En total apareció en más de 90 películas.
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En algún momento de su deriva personal, cada aparición pública del actor ocasionaba un escándalo. Si alguna vez su presencia pasaba desapercibida, la sensación en el resto era de decepción.
Un ejemplo: la industria le hacía una gran homenaje a su tío, Carol Reed, director de la época dorada de Hollywood, cuya película más recordada es El Tercer Hombre. Oliver tenía que decir unas palabras, llegó al estrado tambaleándose, apenas balbuceó unas frases incomprensibles y al bajar se tropezó y cayó al suelo aparatosamente. Hubo exclamaciones de estupor, gestos indignados y varias risas (las caídas y lo patético hacen reír a mucha gente). Él regresó como pudo a su asiento. A su lado había un colega que le dijo: “No está mal, al fin y al cabo les diste lo que esperaban de vos. Es lo que suele hacer exitoso a un actor”.
Invitado al show de Johnny Carson a mediados de los setenta, sus dichos contra las mujeres y las burlas al feminismo fueron tan insistentes y lacerantes que Shelley Winters, la otra invitada, le derramó un vaso de vino sobre la cabeza.
En otro programa lo cruzaron con Kate Millet, una líder feminista inglesa, y él la saludó: “Hola, cómo te va, Tetas Gigantes”, mientras intentaba darle un beso.

Esto no hizo que dejaran de invitarlo. Al contrario. Su presencia auguraba sorpresas, momentos desagradables, posiblemente escatológicos, rating y escándalos. No sólo lo convocaban más, sino que los productores se preocupaban para que en su camarín hubiera hielo y una botella del mejor whisky posible. Oliver Reed, sobrio, no le interesaba a nadie, ni siquiera a su última esposa que alguna vez declaró: “Lo prefiero borracho: cuando está sobrio es aburridísimo”.
Si las apariciones en televisión esperando que provocara algún incidente se multiplicaban, sus trabajos en cine empezaron a escasear. Ya nadie confiaba en él. Mucho menos las compañías aseguradoras. Para los productores, era más caro el seguro que el salario de Reed. Fue despedido del rodaje de Cut Throat Island por mostrarle el pene a Geena Davis, la actriz protagónica que al mismo tiempo era la esposa del director, Renny Harlin.
El exhibicionismo era una de las manifestaciones posibles y frecuentes en sus borracheras salvajes. Mucho tiempo antes se había tatuado el ala de un águila en su miembro viril y cualquier ocasión le parecía oportuna para mostrar su tatuaje a los parroquianos y, en especial, a cualquier mujer que anduviera por ahí. Debe haber sido uno de los tatuajes pertenecientes a una estrella más vistos. En Mujeres Enamoradas, una de las películas que lo consagraron, había protagonizado una escena célebre junto a Alan Bates: una pelea entre ambos completamente desnudos, uno de los primeros desnudos frontales masculinos de una estrella. Si bien eso había ocurrido en 1969, él se pasó las últimas dos décadas de su vida recreando la escena en pubs de mala muerte con marineros desconocidos que interpretaban al personaje de Alan Bates. Era uno de sus greatest hits y él se debía a su público (nocturno). Por lo tanto se despojaba de los pantalones, los calzoncillos e invitaba a cualquiera a pelear.
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En 1975, el director Ken Russell le ofreció un papel en Tommy, la película basada en la ópera rock de The Who. En esos años, Reed había participado en varias películas del director. Pero Russell tuvo una mala idea, juntar en el mismo proyecto, en el mismo set, a Oliver Reed y a Keith Moon, el baterista de The Who, dos de los mayores bebedores y de los mayores buscapleitos del mundo espectáculo. Si solos ya eran difíciles de manejar, juntos se volvían imposibles.
Por supuesto, como si tuvieran un sexto sentido, se descubrieron y se atrajeron de inmediato. Al final del primer día ya eran grandes amigos. Hay varias anécdotas sobre esta unión. Una cuenta que la primera vez que Keith Moon fue a la casona rural de Reed, tomaron alcohol durante 24 horas seguidas. Como había varias personas más en la casa, los cuartos estaban ocupados: los habían utilizado los que se fueron a dormir a alguna hora prudencial. Quedaban unos colchones en las caballerizas. Reed se lo ofreció a Moon, que con amabilidad desechó el ofrecimiento y dijo que se volvía a su hotel en la ciudad. Reed logró convencerlo para que se quedara de un modo poco tradicional. Sacó un revólver de un cajón y lo apoyó en el pecho del baterista que de inmediato revisó su decisión y durmió unas cuantas horas en lo de Reed.

En otra ocasión, Keith y Oliver fueron invitados a una mansión que tenía colgadas en las paredes del imponente comedor varias espadas y sables de colección. Mientras el resto de los participantes esperaban el momento de sentarse a la mesa tomando algunos cocktails, ellos dos ya estaban completamente borrachos. No tardaron en descolgar dos espadas medievales y trenzarse en un duelo que los hizo recorrer todo el salón, espantar a los invitados, romper varios jarrones y copas y poner en peligro su vida y las del resto. Ambos terminaron cortados.
Dicen que los dos en un momento de su breve pero intensa amistad se percataron de que el consumo de alcohol se les había ido de la mano. Encontraron un método para aminorar la ingesta. Se sentaban cada uno en una cabecera de una larguísima mesa de roble que tenía Reed y ponían una botella de whisky sobre el caparazón de una tortuga. Cuando el animal llegaba hasta ellos se apuraban a llenar su vaso y dejar de nuevo la botella en el caparazón. De este modo, al menos la velocidad de la ingesta era menor.
Moon murió en 1978. Tenía 32 años.
Los cortes por el duelo de espadas con el bateristas no fueron los únicos que tenía. Una larga cicatriz atravesaba su cara. En medio de su éxito, se peleó con unos marineros en un pub de Londres. Los hombres de mar se rieron cuando se enteraron cómo se ganaba la vida. Uno dijo: “Los actores son todos putos”. Reed salió eyectado de su taburete y comenzó una pelea épica que terminó de forma abrupta cuando el marinero estrelló un vaso de whisky en la cara de Reed. Tuvieron que darle 65 puntos. La cicatriz lo acompañó el resto de su vida.

Cuando parecía que sólo le quedaban esas películas baratas y las apariciones en la televisión que lo habían convertido en un mediático -antes de que el concepto existiera- Ridley Scott confió en él para el rol de Próximo en Gladiator. Dicen que Oliver Reed le prometió en persona a Steven Spielberg, uno de los productores, que no tomaría nada durante el rodaje. Cumplió hasta ese día libre que les dieron a los actores.
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El pub de Malta, poco después, cambió su nombre. Pasó a llamarse Ollie Reed´s Last Pub. El último pub de Oliver Reed. En una de sus paredes está enmarcada la cuenta de lo consumido por el actor esa jornada: 435 dólares que Oliver Reed nunca llegó a pagar. Es como una especie de blasón para el lugar que allí haya sido la última gran ingesta de una leyenda del cine.
Siempre había dicho que quería que la muerte lo encontrara en un pub irlandés.
Oliver Reed murió el 2 de mayo de 1999. Tenía 61 años y estaba por finalizar su participación en el rodaje de una gran película, Gladiator. Murió en un pub de La Valeta.
Una salida de escena no tan alejada de su deseo.



