El actor británico Sean Connery logró el estrellato con el personaje de James Bond, pero también se lo recuerda por decenas de papeles que interpretó a lo largo de su carrera de más de medio siglo, muchas veces en un rol de “mentor” o padre espiritual.
Así fue que apareció en Highlander (1985) como el inmortal Juan Sánchez Villalobos Ramírez; en El nombre de la rosa (1986) en el papel del fray Guillermo de Baskerville; en Indiana Jones y la última cruzada (1989), donde se puso en los zapatos del padre del celebre arqueólogo (Harisson Ford); o en Descubriendo a Forrester (2000).
Por Los intocables (1987) recibió el Óscar al “Mejor Actor Secundario” y el título de “peor acento de todos los tiempos en el cine”.
En los años 90 actuó en La caza del Octubre Rojo (1990), en la que interpretó Marko Ramius, el comandante en jefe de un submarino nuclear soviético y en la superproducción de Michael Bay La Roca (1996) junto a Nicholas Cage y Ed Harris . En La emboscada (1999), actuaba de ladrón de guante blanco junto a la actriz Catherine Zeta-Jones
Tras estrenar La liga de los hombres extraordinarios en 2003, el actor abandonó la gran pantalla y desde entonces residía en las Bahamas y Nueva York. Su popularidad nunca decayó y en 2013, cuando ya llevaba diez años retirado tras 64 películas, fue elegido el actor británico favorito de los estadounidenses.
Un “Sir” que nació en la pobreza
Antes de beber sus vodkas-martinis, de conducir un Aston Martin por las más bellas y peligrosas rutas de montaña y de seducir con su papel de 007, Sean Connery trató simplemente de dejar de ser pobre.
“Nacido en la terrible pobreza de los barrios de Edimburgo, su sueño principal y único fue escapar. Es la pobreza la que puso a Sean Connery en marcha. La que impulsó su ascenso, en primer lugar hacia la independencia financiera, y luego hacia la creación”, explicó Michael Feeney Callan, uno de sus biógrafos.
Sean Connery dejó la escuela para enlistarse en la Marina a los 16 años. En los muelles de Portsmouth perfeccionó sus aficiones favoritas: fútbol, boxeo y mujeres.
En esa época se hizo los dos tatuajes que llevaba en el antebrazo derecho. Uno representa una ardilla y un pájaro con la inscripción “mamá y papá” y el segundo un corazón con un cuchillo clavado que dice “Escocia para siempre”. Familia y Escocia, dos prioridades de su vida.
De vuelta a la vida civil, Connery vivió de changas y trabajos insólitos. Fue profesor de natación, pulidor de ataúdes, repartidor de carbón, albañil, conductor y guardaespaldas. Se dedicó incluso al culturismo y se inscribió en el concurso de Míster Universo en Londres, en 1950, en el que quedó tercero.
Su físico imponente sería su pasaporte a la gloria. A los 27 años comenzó su carrera de actor cuando, tras ser visto en un telefilm para la BBC, firma un contrato con la 20th Century Fox.
Rápidamente, lo contactaron para participar en la adaptación de una novela de espías. Se negó a someterse a una prueba para el papel, argumentando: “Me toman como soy o me dejan”. La insolencia gustó y, por 6000 libras, se convirtió en el agente secreto James Bond 007.
En 1962 aparecieron sus aventuras contra el Doctor No y su interpretación definió al elegante y seductor agente secreto.
Volvió a tener el papel en seis oportunidades: Desde Rusia con amor (1963), James Bond contra Goldfinger (1964), Operación Trueno (1965), 007: Solo se vive dos veces (1967), Diamantes para la eternidad (1971) y Nunca digas nunca jamás (1983). Para muchos fans de la saga, Connery sigue siendo el “mejor James Bond”.
