Lúcido, divertido, conversador, creativo hasta el final, el maestro Luis Felipe Noé, “Yuyo”, disfrutaba de compartir ideas sobre sus proyectos, y los tuvo hasta sus últimos días. Acaso una de las razones por las que seguía siendo tan joven.
Abierto y curioso, el año pasado les contaba a amigos y desconocidos que quisieran saber, sobre el libro en el que estaba trabajando. Se había embarcado en una escritura sobre el caos, contaba, en los distintos eventos que muchas veces eran muestras de otros artistas y muchos homenajes que él mismo recibió.
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Efectivamente, Asumir el caos. En la vida y en el arte se publicó en octubre pasado. Un corolario (¿una despedida?), un legado y en buena medida un resumen de los temas que lo atrapaban, a través de la literatura, el arte y el pensamiento. Para una obra que se desarrolló en ese doble camino, de la pintura y el texto escrito. Algo inhabitual para los grandes artistas plásticos, que se expresan a través de su arte, o aprenden mirando pintura en los museos: Noé pensó, teorizó y, de manera generosa, transmitió sus ideas, en libros y clases. Incluso las ideas que provenían del trabajo con su inconsciente, como los maravillosos dibujos que hacía, en los setenta, durante las sesiones con su psicoanalista, oportunamente publicados. Había despuntado el vicio del texto publicado, ejerciendo la crítica, en medios como La Prensa, La Razón y El Nacional.

Exiliado en París durante la dictadura, volvió al país con la democracia, dando inicio a otra etapa de vida, con sus dos hijos en Francia. Junto a Gaspar, su hijo cineasta, presentó en Mar del Plata la película póstuma de Fernando Pino Solanas, Tres a la deriva del acto creativo (con la palabra acto escrita sobre la tachada caos). Es el film en el que Solanas conversa con él y con Tato Pavlovsky, y que Gaspar, director de films como Vortex e Irreversible, presentó junto a su padre en calidad de algo así como “hijo de su segunda familia”, la de Solanas.
En la experiencia de Noé, el rico intercambio con colegas y amigos artistas fue de la mano con sus búsquedas plásticas, de los colores en movimiento sobre grandes telas. En esa búsqueda, cuestionadora de la pintura tradicional, fue central en el movimiento llamado Nueva figuración, del que formaron parte Rómulo Macció, Ernesto Deira y Jorge de la Vega. Con él fundó, en 1969, el Bar O Bar, o Bárbaro, sobre la calle Tres Sargentos, en el bajo porteño. Las ventanas pintadas por De la Vega, las mesas ocupadas por febriles conversaciones entre artistas y noctámbulos. Creadores, soñadores, habitantes de una Argentina que ignoraba la oscuridad por venir. Posiblemente feliz.