Tras la detención de Marcelo Corazza acusado de corrupción de menores y la denuncia que recayó sobre Jey Mammon, Gerardo Romano contó que de chico fue víctima de abuso sexual.
Al aire de Mañanísima (Ciudad Magazine), el actor reveló: “De chico fui abusado. No lo conté en su momento siendo un chico, pero hace unos años que hice un proceso de deconstrucción y puedo hablar sin problemas”.
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Desde su vivencia, Romano opinó que es sumamente importante “educar y aleccionar a los chicos”. “No tener una cuestión oscura e impenetrable en la cual el cuerpo es algo prohibido, un tabú, no se puede tocar, es pecado o... Entonces uno queda envuelto en un mar de dudas cuando podría tener todas las respuestas. Y cuando llega el momento no deseado del abusador, uno sabe en dónde está parado. No sabe qué está bien, qué está mal, qué quiere y cómo reaccionar”, reflexionó.
Carmen Barbieri señaló que hay leyes que protegen a la niñez, a lo que Romano retrucó: “Cuando en un colectivo te entra a manosear un tipo sin consentimiento, ahí no hay ley. No hay un cartel que diga que el señor que te toca el miembro es un señor que está equivocado. ¿Pero después a quién le contás la historia?”.
Gerardo Romano relató el abuso que sufrió a los 12 años
Consultado sobre el episodio que vivió, el actor contó que no hizo la denuncia porque solo pudo salir corriendo. “Después el tipo me volvió a buscar al colegio. Salí con un amiguito, miré y estaba en la vereda de enfrente. Me saludó con una inclinación de cabeza sutil. Empecé a caminar y me seguía”, recordó sobre el hecho que ocurrió cuando tendría entre 12 y 13 años.
Tras esa secuencia, el abusador desapareció, pero el alivio duró poco porque la historia se repitió a diario. “El tipo me volvió a buscar al colegio, me volvió a seguir y desapareció. Entonces yo caminaba a toda velocidad para escaparme. Hasta que un día, como en una película, empecé a transpirar, agitarme, asustarme, me di vuelta y lo vi venir con una sonrisa macabra”, recordó.
Sin embargo, en la vereda de enfrente venían dos policías: “Los abracé y me puse a llorar. Les conté lo que me pasaba y señalé al tipo. En cuatro zancos, lo agarraron, lo dieron vuelta y le doblaron el brazo, pero no era él”.