“Vení, mirá, ¡se están abrazando!”. El marido de Rita (Horacio Aníbal Marassi) la llama para mostrarle cómo se tocan dos pantalones colgados, secándose a la intemperie. “¿Qué me estás mostrando, el viento?”, le responde ella, con irritación. Es uno de los diálogos que se pronuncian en los primeros minutos de Crónicas de una Santa Errante, la película de Tomás Gómez Bustillo, su opera prima, que está portagonizada por Mónica Villa y desde el jueves puede verse en cines.
La historia de esa mujer, en un pequeño pueblo que gravita alrededor de su iglesia, capaz de fraguar el milagro de la aparición de una virgen para ser reconocida como santa. Y si el relato transcurre en principio por los carriles del realismo, se atreve a correrse de ahí y abrirse al fantástico, o realismo mágico, lo que la convierte en una rareza para el cine argentino.
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Su director, argentino radicado en Los Ángeles, retoma con esta historia original sus orígenes en un pequeño pueblo de provincia, y tiene en su protagonista una aliada extraordinaria. Villa es el corazón de la película, e invita a verla con entusiasmo.
“Es una película diferente, porque se corre del tema social que aborda el cine argentino y latinoamericano casi siempre. Es una historia acotada, de una mujer muy especial en un pueblo muy especial, y en una iglesia. Y cuenta un milagro, aparecen ángeles, demonios, hay un realismo mágico muy interesante, y en mi opinión es una historia de amor, en la que este personaje, que cometió errores, los repara por amor”, contó sobre el film que fue nominado a tres premios Independent Spirit (primer guión, opera prima y fotografía, un gran trabajo firmado por Pablo Lozano).
Sobre la película, aseguró: “Los actores están muy bien elegidos, la fotografía es divina. Le pido a la gente que vaya a verla, que vayan el Gaumont, porque hay que ver cine argentino. Nos cuesta mucho hacer cine, y el cine es nuestro embajador cultural, nos representa. Siempre fue así: el cine, los artistas y los deportistas son los que mejor hacen quedar a la República Argentina”.
Villa fue parte del proyecto cuando leyó el guión, asombrada por su originalidad y el estupendo personaje que le tocaba. Luego, se puso a las órdenes del muy joven Gomez Bustillo. “Joven que tiene claro qué pedirle al actor y qué historia quiere contar. Y de ahí no lo movés. Es como Szifrón, y a mí me encanta que el director sea fuerte, en el buen sentido de la palabra, porque te va guiando. En cine, el actor es un instrumento, parte de un engranaje, seas protagonista o no”, dijo.
-¿Cuánto tuyo hay en Rita, la protagonista de esta historia?
-El actor siempre le pone el alma al personaje, su cuerpo y sentimientos, su emoción. Así que hay mucho de mí en Rita. Pero el personaje estaba escrito y por momentos yo la ablandaba, es mi tendencia. La dulcificaba, y Tomás me decía no, no la quiero dulce, y me traía hacia esa dureza que tiene. Me hizo acordar a Doria cuando en Esperando la Carroza a veces paraba y me decía: “No, Mónica, Susana no es inteligente; vos sos inteligente, Susana Musicardi no”. Y yo otra vez volvía a los orígenes, porque en la filmación vas derrapando, querés mejorar a los personajes porque te encariñás, te caen bien y los querés hacer mejor. Era ingrato que Susana no fuera inteligente, y yo no podía evitar que si hubiera sido ella habría hecho las cosas de otra manera. Acá me pasaba lo mismo, se me ocurrían cosas que podía hacer Rita porque quería salvarle la vida.
-No te gusta verte, pero después de tanto tiempo, ¿pudiste amigarte con tu imagen en Esperando la Carroza?
-Después de todos estos años sí, porque ya hay mucha diferencia de edad. Y cuando de pronto veo algún fragmento de la película —obligada, porque me hacen verla en las notas—, digo “Qué linda piel que tenía, qué flaquita, qué lindas piernitas que tenía”. Pero ahora con Rita me cuesta, porque veo a otra persona que no soy yo, y eso para mí es terrible. Es un shock emocional, me cuesta. En el estreno de Esperando la Carroza me levanté de la platea y salí corriendo. Mi marido me agarró en la calle y me dijo “volvés”. Yo le decía “no soporto lo que hice, es horrible”. Pero él me dijo: “si es horrible lo que hiciste, te lo bancás, porque ya lo hiciste”. Y entré, y luego todos me felicitaban y yo no podía verme, era otra persona. Hay actores que se ven y les encanta. A mí no me pasa.
-La película se convirtió en un objeto de culto, tiene fans, tours, carroceros, ¿ha sido una carga pesada para vos semejante fenómeno?
-Sí. Después lo acepté, pero no me volví a ver, no volví a ver la película. Salvo cuando se remasterizó, que estábamos con Betiana (Blum), y ella me dijo “qué lindos que estábamos, qué jóvenes. ¡Y cómo estudiamos la letra!”. No sé cómo hicimos para decir toda esa letra.
-¿Fue duro el encasillamiento que te trajo Esperando la Carroza?
-En su momento sí, porque aunque después hice varias cosas, me empezaron a llamar para solo personajes histéricos, mujeres desbordadas. Estuve dos años sin trabajar, diciendo que no. Porque no. Era siempre el mismo personaje, y no quería pasarme la vida haciendo eso. También sucedió con las mujeres golpeadas, después de Darse cuenta, una seguidilla de mujeres golpeadas y fui diciendo a todo que no. Claro que me costó, en el bolsillo lo sentís, es un sacrificio enorme.
-Pero pudieron más las ganas de esquivar el encasillamiento que la necesidad de trabajar
-Necesidad seguía teniendo, y volví a trabajar en oficinas, como secretaria bilingue. Unos meses, hasta que me salió otro trabajo. Eso lo hice varias veces en mi carrera. Tenía miedo de quedar atrapada en determinado tipo de papeles. Y lo fui logrando, dentro de mis rangos, porque uno da una gama de personajes, no existe el actor capaz de hacerlo todo. Yo tengo un abanico amplio, pude hacer comedia y drama. El mismo Alfredo Alcón no hizo comedia, y él lo lamentaba, decía que quería tener humor para hacer comedia.
-¿Viste la versión teatral? ¿A Ana Katz en tu rol?
-No, me invitaron varias veces, pero lo tengo que seguir pensando. No sé si tengo ganas de verlo. Tampoco pude una de las veces porque estaba filmando una miniserie en San Martín de los Andes. Quiero mucho a gente que trabaja ahí, los respeto mucho como actores y por supuesto a Yankelevich, pero no sé si tengo ganas.