¿Qué define una identidad? ¿Es el origen o la historia de vida? ¿Qué efecto tienen los secretos familiares? ¿Puede la verdad resignificar una historia colectiva? Son algunas de las preguntas que emergen en la historia de Mariette Diamant. Una señora bien, de 90 años, criada y crecida entre las elites católicas porteñas, con hijos, nietos y bisnietos, que un buen día, hace no mucho tiempo, decidió romper su secreto: sus padres que llegaron a la Argentina junto a ella desde Francia en la década del ‘40, eran en realidad judíos.
Su revelación, su decisión de hacer trizas una mentira construida durante décadas y generaciones, es el eje de “Las dos Mariette”, la película de Poli Martínez Kaplun que se estrenó en las salas de cine del centro comercial Patio Bullrich la semana pasada. La directora de “Lea y Mira dejan su huella” y de “La casa de Wannsee”, de 2019, cierra con este registro una exploración que tiene como centro la cuestión de la transmisión de identidad en la Argentina entre las distintas generaciones.
¿Qué hizo la cineasta con Mariette? La escuchó y la acompañó a una serie de reuniones. Con sus hijos, o frente a estos a solas, con amigas, divertidas, con su “nueva” amiga judía, en un té con masitas, con sobrevivientes del Holocausto, con sus nietos. Llama la atención escuchar a personajes de la clase alta, muy cercana al Opus Dei, soltando comentarios acerca de que los judíos son usureros y tienen plata, o (la misma Mariette), sobre la curiosidad de conocer a un judío no solo por la diferencia sexual. Así como también la forma descarnada en la que se revisa la controvertida decisión de los padres de la protagonista, de borrar su judaísmo para sobreadaptarse a la nueva vida en el nuevo país. Que les importaba demasiado el estatus social. Que eran unos franceses snobs.
“A Mariette la criaron en el secreto —dice Poli a TN—. En su casa no se hablaba de guerra, de persecución, de dolor. Habían llegado convertidos al catolicismo (en el año 1941, no había posibilidad de tener visa siendo de religión judía y ella fue a una escuela católica, a la Jesús María. Mariette le habló una vez a su madre de “unos judíos de mierda...” y su madre la paró, le dijo “no digas eso que tu padre es judío”. Su mundo se cayó y ella lloró durante un mes seguido sin volver a hablarlo con su madre. Luego lo silenció, no se lo dijo a nadie. Rechazó a su primer novio que le había propuesta matrimonio, para no infligirle el dolor de casarse con una judía. Y siguió adelante siempre con el secreto a cuestas. Se casó con un marino, tuvo hijos que fueron al Cardenal Newman, una tradicional escuela católica y una de sus hijas entró en el Opus Dei. El pasado de los padres portaba en el relato solo algunos titulares: franceses, guerra, católicos, problemas en Europa”.
¿Qué llevó a una mujer mayor, con la vida ya hecha, a hacer público su secreto? “La mentira me cagó la vida”, dice ella sin medias tintas. Mientras sus hijos se toman esta especie de cruzada crepuscular de su mamá de muy distintas formas. Para su hijo Paulo, no es para tanto, y no se explica por qué ella lo vive con semejante dramatismo. “Tuvo una buena vida”, dice, con ganas de escaparle al asunto: “sinceramente, me preocupan más mis hijos hoy que la historia de mis antepasados”.
“La identidad perdida, borrada, silenciada, es otra manera entreverada de padecer el trauma de la persecución y la estigmatización —dice Poli—. Importa cómo se trasmitió la historia, de qué manera cada uno recibe esta verdad que ahora Mariette sale a contar. ¿Qué hacemos nosotros, los seres humanos, con las historias que atravesaron nuestros antepasados? ¿Sirve la transmisión?, ¿sirve la memoria? ¿Qué peso tiene en nosotros la vida de quienes nos precedieron?”.
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Frente a esas distintas reacciones de su familia y entorno, Mariette se mantiene firme. Escucha, posa sus ojos azules sobre sus interlocutores, pero parece con la cabeza en otra parte. Hay algo insondable, como de las profundidades del alma humana, en el motor que empuja ciertas decisiones vitales. Esta mujer mayor, de elegancia impecable, quiso contar su verdadera historia, revelar su identidad, primero para un libro, después al protagonizar una película. En verdad, como dice ella, quiso compartir la historia de cómo vivió una vida bajo una mentira sostenida a través de varias generaciones.
“Fuiste muy valiente”, le dicen los sobrevivientes, que fueron niños salvados de los hornos nazis. Después de sus dos primeros documentales sobre dos mujeres judías polacas que habían logrado sobrevivir al campo de exterminio de Auschwitz y sobre el lugar donde vivió su abuela, en Wannsee, muy cerca de donde se decretó la Solución Final para los judíos europeos, Martínez Kaplun conoció a Helene Gutcovski. Ella estaba escribiendo una obra llamada ”Querido país de mi infancia” sobre la vida de sobrevivientes judíos franceses en la Argentina. “Me compartió el borrador y empezamos a hablar sobre Mariette, ahí empecé a entrevistarla yo también y le propuse hacer una película”, cuenta.
—¿Cómo fue el proceso de trabajar con ella, tuviste que convencerla, fue una colaboración fluida?
—Ella estaba muy entusiasmada, por un lado, porque ya se había decidido a hablar de su historia. Pero por otro tenía mucho miedo porque decía que nadie de su familia y sus amigos quería escuchar sobre el tema y no quiera lastimarlos. Esa negativa familiar era la más interesante para mí y también la más dificultosa a la hora de realizar la película. Hasta muy entrada la filmación y la producción, ya a los dos años de estar filmando yo no sabía si tenía una película o no. Tenía muchas cosas en contra: trabajar con una persona de 90 años, que atravesaba pandemia, con su familia que no me conocía y que no querían que Mariette hablara de un tema que de algún modo era tabú. Todo eso en una película. Los hijos la acompañaron mucho en esta gesta, se bancaron este nivel de exposición. Aceptaron aparecer y cada uno cuenta qué le pasa con esto. Estoy muy agradecida con ellos y le demostraron mucho amor a Mariette en todo este movimiento que ella hizo. A pesar de quedar expuestos en una historia familiar compleja, están, y hablan. No cualquiera tiene ganas. Luego, mis socios productores fueron muy pacientes también con esto. Estábamos todos en el barco, pero yo no les daba ninguna seguridad de que llegaríamos a algún lado. Fue difícil, pero se logró.